El instinto de supervivencia de los argentinos es muy curioso. Ante las recurrentes crisis que nos ahogan económica y socialmente, reaccionamos de manera pasiva, imaginándonos que es el precio que hay que pagar para alcanzar la prosperidad, pero nunca nos imaginamos que es el precio que estamos pagando por no buscar la misma.
El entendimiento generalizado acerca de la manera eficaz de hacer política supone que la misma se trata de tretas 'ingeniosas' llevadas a cabo por el más hábil y elocuente parlanchín que la sociedad pueda emanar. Ésta parlanchinería conmueve a la sociedad argentina solamente cuando la tramposa dialéctica es vociferada haciendo alusión a la igualdad que merecen los pobres, los indios, los niños, los jóvenes, las madres solteras, los trabajadores, los ancianos, y demás grupos que la sociedad sepultó en la desigualdad. Entonces, ¿quiénes forman parte de esa sociedad de rasgos opresores?, evidentemente nos quedan pocos ejemplares para enumerar, pero en la rápida interpretación del pensamiento colectivizado, se haría una veloz referencia a grupos económicos o empresarios poderosos que no hacen otra cosa que pensar sólo en su bienestar y no en el de la sociedad. Si, así es, otra vez la palabra sociedad, pero ésta vez como víctima, no cómo victimario; y he aquí la falacia de la oportuna libre interpretación de las palabras usadas en slogans fomentados en colegios y universidades de adoctrinamiento bolchevique.
Sin embargo, la palabra que más conmueve, conmociona y, sobre todo, estupidiza al argentino, es la palabra 'democracia'. En nombre de la misma, en la Argentina se han permitido los más grandes avasallamientos a la libertad individual. La creencia popular sostiene que acusar al déspota de turno por sus fechorías es desestabilizar al gobierno, lo que significa atentar contra la democracia, o sea, ser golpista. Ésta maraña 'ideológica' está totalmente desposeída de ideas, y sobrepoblada de mentiras. El pueblo argentino vive entusiasmado presuponiendo que el futuro nos depara lo mejor, pero mientras tanto llevamos la cruz de lo peor.
El problema no es nuevo, es tan viejo como nuestra historia. Hubieron algunos 'desencajados' del modelo de país que echó raíces, cómo San Martín o Alberdi, pero ni siquiera cuentan tanto, ya que ni los libros de historia los nombran, y en el caso que eso suceda, la información es casi siempre malintencionada. El olvido de éstos personajes, sobre todo de Alberdi, nos llevan a una conclusión, el olvido de la República y de la libertad individual, y es por esto mismo que reclamamos democracia y sociedad.
En ésta conciencia de grupo, reclamamos un líder que lleve de las narices al 'team', pero para que ésta mayoría apruebe a su mandamás, el mismo debe tener un discurso lleno de promesas políticamente correctas. A ninguno se le debe escapar que los 'ricos' deben pagar más impuestos que los 'pobres', que las universidades y colegios públicos van a seguir siendo gratuitos a costas de altos gravámenes, que la salud es una prioridad que les preocupa, que la culpa de todo la tienen los 'yankees', y que lo nuestro es siempre lo mejor, pero nadie puede apreciarlo (ese nadie es el mercado) porque somos víctimas del boicot. ¿Cuántos argentinos se oponen a todas éstas falacias?, muy pocos, y de éstos pocos, una gran parte presenta grandes rasgos de confusión.
Al describir éstos grupos, los podemos separar en partidos políticos, los cuales sólo se diferencian en sus nombres y escudos, nada más, ya que sus seguidores reclaman lo mismo a los unos y a los otros.
Nunca hubo diferencia entre Alfonsín, Menem, De la Rua o los Kirchner. Todos éstos personajes fueron adulados en un principio y defenestrados después por sus mismos seguidores y electores.
'Con la democracia se cura, se come y se educa' fue la frase que deslumbró por su alto contenido mágico, y por la interpretación que supuso que un burócrata iba a servirnos la mesa, nos iba a administrar medicina y nos iba a instruir.
La convertibilidad, o mejor conocida como ‘el 1 a 1’ (un peso un dolar), inculcó de soberbia a un pueblo que se creyó igualar a los ‘estúpidos’ del país del norte, cuando compraba celulares a precios que un americano no estaba dispuesto a pagar por una tecnología que ya había dejado de usar.
El entendimiento generalizado acerca de la manera eficaz de hacer política supone que la misma se trata de tretas 'ingeniosas' llevadas a cabo por el más hábil y elocuente parlanchín que la sociedad pueda emanar. Ésta parlanchinería conmueve a la sociedad argentina solamente cuando la tramposa dialéctica es vociferada haciendo alusión a la igualdad que merecen los pobres, los indios, los niños, los jóvenes, las madres solteras, los trabajadores, los ancianos, y demás grupos que la sociedad sepultó en la desigualdad. Entonces, ¿quiénes forman parte de esa sociedad de rasgos opresores?, evidentemente nos quedan pocos ejemplares para enumerar, pero en la rápida interpretación del pensamiento colectivizado, se haría una veloz referencia a grupos económicos o empresarios poderosos que no hacen otra cosa que pensar sólo en su bienestar y no en el de la sociedad. Si, así es, otra vez la palabra sociedad, pero ésta vez como víctima, no cómo victimario; y he aquí la falacia de la oportuna libre interpretación de las palabras usadas en slogans fomentados en colegios y universidades de adoctrinamiento bolchevique.
Sin embargo, la palabra que más conmueve, conmociona y, sobre todo, estupidiza al argentino, es la palabra 'democracia'. En nombre de la misma, en la Argentina se han permitido los más grandes avasallamientos a la libertad individual. La creencia popular sostiene que acusar al déspota de turno por sus fechorías es desestabilizar al gobierno, lo que significa atentar contra la democracia, o sea, ser golpista. Ésta maraña 'ideológica' está totalmente desposeída de ideas, y sobrepoblada de mentiras. El pueblo argentino vive entusiasmado presuponiendo que el futuro nos depara lo mejor, pero mientras tanto llevamos la cruz de lo peor.
El problema no es nuevo, es tan viejo como nuestra historia. Hubieron algunos 'desencajados' del modelo de país que echó raíces, cómo San Martín o Alberdi, pero ni siquiera cuentan tanto, ya que ni los libros de historia los nombran, y en el caso que eso suceda, la información es casi siempre malintencionada. El olvido de éstos personajes, sobre todo de Alberdi, nos llevan a una conclusión, el olvido de la República y de la libertad individual, y es por esto mismo que reclamamos democracia y sociedad.
En ésta conciencia de grupo, reclamamos un líder que lleve de las narices al 'team', pero para que ésta mayoría apruebe a su mandamás, el mismo debe tener un discurso lleno de promesas políticamente correctas. A ninguno se le debe escapar que los 'ricos' deben pagar más impuestos que los 'pobres', que las universidades y colegios públicos van a seguir siendo gratuitos a costas de altos gravámenes, que la salud es una prioridad que les preocupa, que la culpa de todo la tienen los 'yankees', y que lo nuestro es siempre lo mejor, pero nadie puede apreciarlo (ese nadie es el mercado) porque somos víctimas del boicot. ¿Cuántos argentinos se oponen a todas éstas falacias?, muy pocos, y de éstos pocos, una gran parte presenta grandes rasgos de confusión.
Al describir éstos grupos, los podemos separar en partidos políticos, los cuales sólo se diferencian en sus nombres y escudos, nada más, ya que sus seguidores reclaman lo mismo a los unos y a los otros.
Nunca hubo diferencia entre Alfonsín, Menem, De la Rua o los Kirchner. Todos éstos personajes fueron adulados en un principio y defenestrados después por sus mismos seguidores y electores.
'Con la democracia se cura, se come y se educa' fue la frase que deslumbró por su alto contenido mágico, y por la interpretación que supuso que un burócrata iba a servirnos la mesa, nos iba a administrar medicina y nos iba a instruir.
La convertibilidad, o mejor conocida como ‘el 1 a 1’ (un peso un dolar), inculcó de soberbia a un pueblo que se creyó igualar a los ‘estúpidos’ del país del norte, cuando compraba celulares a precios que un americano no estaba dispuesto a pagar por una tecnología que ya había dejado de usar.
La parsimonia y la lentitud del suegro de Shakira hizo pensar que íbamos a volver a ser un país conservador, pero lo único que se logró conservar fue la agonía que derivó en un programado estallido.
Pero cómo somos Argentinos, y somos dueños de la 'viveza criolla', nada nos agarra desprevenidos, ya que siempre tenemos el as bajo la manga que nos va a rescatar y apadrinar en momentos de desazón...Duhalde!
Tal fue nuestra suerte, que nuestro superhéroe Eduardo Duhalde, hizo de trampolín al personaje que envuelto en la banda presidencial iba, por fin, a hacer justicia social. Ese hombre provinciano, descuidado en sus modos, desprolijo, desfachatado y de lenguaje 'compinchesco' hizo intuir al elector que ahora sí íbamos a volver a ser lo que fuimos (¿cuándo?), porque ahora nos gobernaba un hombre 'del pueblo'.
Nuestro Che Guevara, nuestras madres de plaza de mayo, nuestros desaparecidos, nuestro odio al liberalismo, nuestro odio al 'yankee', 'nuestras' Malvinas y nuestro patriotismo de estadio de fútbol se vieron conjugados en una sola persona, Néstor Kirchner. Éste hombre fue el más claro y nítido reflejo del pensamiento y resentimiento argentino, pocos pudieron representar en una sola persona los ideales colectivos que sonaban cómo una sola voz que pedía a gritos un redentor.
Afortunadamente, para todos aquellos que votaron a Kirchner, y para los que ciegamente iban a votarlo en la segunda vuelta, su presidente no los defraudó, ya que fue y sigue siendo consecuente con sus políticas de izquierda. Además, no sólo es consecuente, sino que sabe manejar los malones de idiotas útiles que lo hacen estar cada vez más enraizado en Olivos, en la Rosada, y en el Congreso. Mientras él maneja los títeres, madamme botox distrae al proletariado con sus discursos desatinados.
Al ser tan eficientes a la causa de la revolución, ya no sienten la necesidad de tener buenas relaciones con sus 'opositores', y ni siquiera con la iglesia, y es entonces que éstos intentan emerger como contrapeso del estado opresor, ya que tienen miedo de quedarse fuera del reparto de la mercancía. En éste intento de no quedar borrados de las nóminas de cobra-sueldos estatales, se muestran preocupados por la pobreza del Chaco o por la destructiva ley de medios. Los planteos son válidos, pero la desnutrición y la falta de recursos de la provincia norteña no son novedad, y la solución que ésta oposición propone es la misma que provocó la pobreza. Lo mismo sucedió con la ley de radiodifusión, los opositores a la misma jamás intentaron hacer respetar el artículo 32 de la CN, sino que alentaban a una ley más ‘justa’; ¿justa para quién? . Esto nos demuestra que los partidos políticos en Argentina están unificados ante la ideología del socialismo y el estatismo, dejando de lado la idea de una oposición real, jugando así un papel que fortalece a aquél que se perfila como dictador.
Éste punto de intersección de ideas, dieron lugar a la falta de verdadera oposición. En los últimos meses el gran dilema argentino recae sobre la falta de políticos que sean contrarios a lo que tenemos en el ejecutivo. Pero, ¿que se necesita para ser opositor?, la respuesta es, tener ideas contrarias. Es aquí dónde subyace el mayor problema de nuestro país, ya que lo opuesto, debería proponer el libre mercado, la eliminación de impuestos absurdos, la eliminación de las leyes laborales, la reforma constitucional que traería consigo la eliminación del 14 bis y de la supremacía de tratados internacionales de DDHH, la privatización del sistema educativo y sanitario, entre otras cosas. Quién se atreva a pararse en la vereda de la verdadera oposición va a ser rápidamente eliminado, pero no por el co-presidente Néstor K, sino por el mismo pueblo que no concibe la libertad como opción.
Los errores en Argentina no son corregidos, sino omitidos. Nadie sospecha que la inseguridad, la pobreza y la mediocridad en la que hemos caído son resultado de todos los errores que hemos venido cometiendo. Nada es nuevo, pero todo parece empeorar. No hay esfuerzo que valga, ni aumento salarial que pueda paliar el precio del kilo de pan. La indisciplina y la falta de respeto son orgullo nacional.
Todo lo que aprendimos que estaba bien, nos dio malos resultados, pero no estamos dispuestos a reflexionar y cambiar, simplemente nos sentamos a contemplar, ya que seguramente, el señor Duhalde nos va a salvar.-
Fuente: Fudación atlas 1853-"Actualidad”
Enviado por: Leopoldo Rubén Díaz Cano y Oscar Paparello
Fuente: Fudación atlas 1853-"Actualidad”
Enviado por: Leopoldo Rubén Díaz Cano y Oscar Paparello
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