Como ando con ganas de nivelar en las Pircas un espacio en el interior de una quebrada donde los caballos puedan tener un terreno horizontal para descansar, tarea más propia de un cíclope que de un humano, debo hacer rellenar una hondonada por donde corría un viejo arrollo de montaña, desmoronando para ello de a poco la ladera de un cerro tan duro que el pico rebota cada vez que uno la golpea. Ese espacio aunque no es de grandes dimensiones, requiere de un esfuerzo redoblado para lograr un mínimo de avance en esta época de fríos invernales que compactan la tierra como un cemento, pero las lluvias ahora nos dan un respiro y el calor desaparece. También es el momento en que se lanzan todos los constructores “manos a la obra”, y en consecuencia los pocos pobladores de Lesser son conchabados por los contratistas que tratan de aprovechar el boom inmobiliario de esta zona.
Así, cada tanto logro conseguir que venga mi auxiliar, un humilde trabajador de los cerros que se emplea de cuando en cuando para realizar algunas changas, pero cuando la tarea no le resulta de su agrado se les planta “con empaque augusto” a los contratistas y se vuelve a su rancho sin preocuparse más por cumplir con lo pactado. Yo averiguo si anda sin trabajo y cuando esto sucede le hago llegar mi propuesta que por lo general es para iniciar las tareas al día siguiente, pero nunca consigo ponerlo al trote hasta dos o tres días más tarde, aun que esté en su casa sin hacer nada. Su especialidad es la de hachar leña y hacer los trabajos rústicos del campo que requieren siempre de una importante fortaleza física, aunque su aspecto enjuto, algo jorobado y medio petisón, que no le cae bien ninguna pilcha, no indique que tiene esa aptitud oculta. De un respeto sin limites hacia el Señor y una sumisión sin discusión alguna, lo hacen salir disparado cuando algo no le gusta y sin decir esta boca es mía no volverá nunca más ha aparecer por el conchavo.
En esta oportunidad lo encontré medio machado por el camino, llevando su bicicleta al costado mientras caminaba despacio repechando la subida hacia su rancho.
¿- Que anda haciendo ahora? – le pregunté en la intención de contratarlo unos días más tarde, cuando se le pasara la macha, para que rellenara aquella hondonada en cuestión.
- Don Zuviría, ¡ahora me dedico a la construcción!- me dijo, dejándome medio descolocado con mi humilde propuesta de trabajo, y se quedó en un mutismo casi sagrado y con los ojos entreabiertos como consecuencia de su desmedida ingesta alcohólica. Intrigado yo con la nueva profesión declarada por él, para la cual no lo encontraba confiable, pero si probable en esta carrera por la supervivencia, comencé a “indagarlo convenientemente” y resultó ser que debía construir, si, pero un alambrado donde a él le habían asignado la tarea de cavar los pozos para poner los postes.
El día que logro que venga a trabajar a mi casa no le puedo bajar la guardia a la vigilancia de la faena encomendada, por que en cuanto se ve sólo lo ataca su lado contemplativo y manso, y es capaz de pasarse largas horas en un letargo casi absoluto y nadie lo supera en su admiración por el paisaje que lo rodea, sin mover una palada de tierra, “mirando el elevao.” Para reducir esta falencia trato de hacerme presente en forma repetida donde trabaja y entablamos entonces como es de suponer, cortas y rudimentarias conversaciones en las cuales me cuenta de sus costumbres y quehaceres con toda inocencia y ausencia de maldad. Esta vez me contaba sobre el alimento de las ovejas de un puesto, diciéndome que los panes de sal que les colocaban para que lamieran les duran muy poco tiempo por ser grandes consumidoras de ella; pregúntele entonces:
¿-de donde consiguen la sal? Pensando en que se las acercaría algún distribuidor con su camioneta.
- Dedeeesaa – me dijo a media voz sin poderle entender nada-
- ¿de donde?- le pregunté nuevamente debiéndome imaginar la respuesta.
- ¿a la sal? ¡Del salar! (me cagó, de donde más la iban a sacar, aún que el salar les queda como a setenta kilómetros de distancia por difíciles sendas entre los cerros, pero con un cargamento de mulas justifican el viaje. ¡Que ajeno estaba yo al hábitat en que el vivía! Y cuantas veces nos pasa.)
Sus facciones son parecidas a la de los cuatro personajes de un cuadro famoso de Guillermo Usandivaras que se encuentra en poder del Regimiento 5 de Caballería, y aquí anda, uno no sabe si está serio, por llorar, se ríe o hay una burlona sonrisa en sus rasgos indefinidos.
Así como aparece para hacer algunas changas en este paraje, desaparece por una temporada en que sube a su rancho y no lo baja nadie ni a palos hasta que se le acaba la plata que ha logrado juntar de a poco, como gotas de agua.
Sin ser un personaje parecido al que en 1917 describe Juan Carlos Dávalos en sus versos diciendo:
volverá achispado
por este camino;
y al fin, paso a paso,
con su asno y su perro,
subirá al ocaso
la senda del cerro.
este, repite casi cien años más tarde la misma estampa pero trocando el cariño de aquel asno y ese perro, por un frío conjunto de engranajes de la modernidad, su bicicleta.
Su fervor místico alcanza su punto más elevado cuando se llevan a cabo las fiestas patronales de Lesser, el 3 de diciembre de cada año. Allí “sigue por tras,” de cerca, las imágenes que los feligreses en nutrido grupo transportan en andas por el camino de tierra frente a la escuelita lessereña, acompañados por los acordes de los bronces brillantes de la numerosa Banda de Música de la Policía al son de las más emotivas y conocidas obras del repertorio litúrgicas, tal como Cristianos Venid y otros por el estilo.
Y allí va, aumentando su devoción con la cadencia y el compás de aquella música, el calor del mediodía veraniego y el forcejeo en el tumulto mientras se arrima subrepticiamente a las andas de los Patronos, hasta que en un descuidos de los porteadores logra asirse a una de ellas a la que quedará como soldado por el resto de la ceremonia religiosa y no habrá quién lo haga aflojar ni a palos hasta que no termine de tocar la Banda su último acorde musical, resistiendo estoico y desafiante los empellones de los bravos feligreses que no pudiendo disuadirlo quedarán con cargo de conciencia de no haber colaborado en el transporte de sus santos o se eran resignados a relevar a los otros porteadores de otras andas.
Todo lo hace con calma y sin apuro, es dueño de su tiempo y señor de su independencia. Mientras escribo estas líneas alguien tiene prendida la televisión en alguna parte y escucho a dos locutores que se llevan por delante las palabras, sin puntos ni comas, ni pausas, “- ¡llame ya al tel 827364525567! si lo hace dentro de los tres minutos siguientes Ud. conseguirá…..” al final no se cual tiene mejor calidad de vida, si los que andan tan apurados o los otros contemplativos.
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