martes, 21 de octubre de 2008

Catequesis y Política - Tu, ¿Conoces a Dios? - 9ª Entrega

¡VIVIR LA VIDA DE DIOS! “DAR A CONOCER A DIOS, necesidad urgente y esencial…”

Por el Cardenal Antonio Caggiano

Adquirir la Vida Divina
Ahora que ya conocemos los designios de Dios con respecto al hombre, debemos preguntarnos: ¿Qué hacer, concretamente, para adquirir la participación en la vida divina, o recuperarla, o acrecentarla?. Nuestro Señor Jesucristo no sólo nos dio la posibilidad de vivir en el Cielo la vida divina, sino que nos dejó los medios para facilitarnos Vivir en la tierra en gracia de Dios. Vivir en gracia quiere decir que nuestra alma participa, ya en este mundo, de la vida de Dios. Para ello, Nuestro Señor instituyó los Santos Sacramento.
Son siete, a saber:
1) BAUTISMO: al ser bautizados nacemos a la vida divina, somos reconocidos por Dios como hijos suyos; renunciamos al demonio y al pecado y prometemos vivir como hijo de Dios. Recibimos las Virtudes y Dones del Espíritu Santo. Adquirimos el derecho a recibir del Cielo los auxilios espirituales ( Gracias actuales ) que nos sean necesarios en nuestra vida para poder vivir cristianamente.
2) CONFIRMACIÓN: confiere a los bautizados el carácter de soldados de Cristo. El confirmado recibe del Espíritu Santo la fortaleza necesaria para creer firmemente, para ser intrépido en la Fe. Aquel que se presente ante los hombres como soldado de Cristo, como tal será recibido en la vida eterna. Jesús ha dicho: “Quien no me reconozca delante de los hombres, tampoco Yo lo reconoceré delante de mí Padre”.
3) PENITENCIA O CONFESIÓN: por este Sacramento recuperamos la vida divina, la cual se pierde al cometer pecados graves contra la Ley de Dios o los Preceptos de la Iglesia. El pecado grave se llama mortal porque mata la vida divina en nosotros. Aunque no tengamos pecados graves, debemos frecuentar la Confesión , lo cual servirá para aumentar nuestra participación en la vida sobrenatural. No debemos confundir las tentaciones y malos deseos involuntarios con el pecado. Las tentaciones se transforman en pecado si las consentimos; pero si las rechazamos, no solamente no son pecado, sino que sirven para nuestro perfeccionamiento espiritual, pues cada vez que triunfamos sobre las tentaciones adquirimos méritos ante Dios. La tentación es el enemigo sin el cual no podríamos obtener victorias. Cuando nos acercamos a la Confesión debemos cuidar de hacerlo con verdadera sinceridad, pues no es el sacerdote a quien nos confesamos, el sacerdote está representando al Señor, y al Señor no podemos engañarlo; Él ve nuestro corazón, y nos perdonará según la sinceridad de nuestro arrepentimiento. Si hemos tenido la gran desgracia de que el pecado nos aleje de Dios, debemos querer salir de nuestra situación de pecado y volver a Dios. Hay que volver a la casa del Padre que nos espera ansioso, porque nos ama. La casa paterna, aquí en la tierra, es la Santa Iglesia. No hay alegría más grande en la tierra para la Santa Iglesia , que recibir a sus hijos para perdonarlos. Dios perdona siempre, pero es imposible alcanzar su perdón sin arrepentimiento. El arrepentimiento consiste en tener verdadero pesar de haber ofendido a Dios nuestro Padre; si es sincero, va acompañado del propósito de cambiar de vida y de desagraviar a Dios haciendo alguna penitencia. Son obras de penitencia: las oraciones, ayunos, limosnas, soportar por amor a Dios las penas y contrariedades, aceptar con buen ánimo las cargas de nuestras obligaciones. Ya vemos, pues, que el hacer penitencia no es la cosa tremenda que nos imaginábamos; mirada de cerca es cosa sencilla. Para el cristiano de corazón generoso que ama a Dios, es la cosa más natural, no se ve en ella ningún sacrificio. Por eso enseña la Iglesia que “toda la vida del cristiano debe ser una constante penitencia”(Conc.de Trento). Las obras de penitencia nos ayudan a vencer nuestras malas inclinaciones y nos fortalecen en nuestros propósitos de practicar el bien, aparte de que pueden librarnos de las penas merecidas por los pecados cometidos. La Confesión es la mejor obra de penitencia. Cuando nos arrepentimos, no tanto por temor al castigo sino por haber ofendido a Dios que es nuestro Padre y sentimos nuestra indignidad, entonces Dios nos perdona nuestros pecados inmediatamente, con la sola condición de confesarnos cuanto antes. Este es el verdadero arrepentimiento o verdadero dolor por nuestros pecados. Aquel que siente deseos de confesarse, aunque nunca lo haya hecho, que no se torture con indecisiones o problemas imaginarios; que se presente en el primer templo que encuentre y diga con toda naturalidad que desea confesarse. No volverá de su asombro al ver lo sencillo que resultó todo, y saldrá del templo con alegría y paz interior como nunca había conocido.
4) EUCARISTÍA O COMUNIÓN: cada vez que comulgamos aumentamos nuestra participación en la vida divina, aumentamos nuestro grado de gracia. La Hostia , después de consagrada, se ha transformado realmente en el Cuerpo de Jesucristo con su Sangre, su Alma y su Divinidad. Del pan que formaba la Hostia antes de consagrada, sólo queda la apariencia, y lo mismo con el vino, que después de la consagración se transformará en la Sangre de Jesús. La consagración de Jesucristo mismo quien la hace por boca del Sacerdote. Este Sacramento es una de las pruebas mayores que Jesús nos ofrece de su infinito amor hacia nosotros; no le bastó su Pasión y Muerte, sino que quiso quedarse entre los hombres en la Hostia como alimento espiritual de nuestra alma “Nunca Dios es más Padre Nuestro y nosotros más sus hijos que cuando comulgamos”. (Bossuet).
5) SANTA UNCIÓN, o SANTOS ÓLEOS: tenemos obligación de recibirla cada vez que estamos enfermos de gravedad con peligro de muerte. En este Sacramento es Jesús mismo que viene a nosotros para purificar y hermosear nuestra alma, para cuando llegue el momento feliz de dejar este mundo e ir al Cielo, nuestra verdadera patria. Los Santos Óleos, además de comunicar gracia al alma, confortan al enfermo haciéndole más llevadera la enfermedad y borra en él la intranquilidad que produce el recuerdo de la vida pasada y los pecados cometidos. Este Sacramento tiene como efecto secundario dar mejoría al cuerpo si conviene al alma. Cuando el enfermo lo recibe con plena lucidez y buena disposición espiritual, los frutos de este Sacramento son maravillosos: no sólo borra los pecados, sino también las penas pendientes por los mismos; es decir, si se reciben los Santos Óleos con las debidas disposiciones, el alma va directamente al Cielo sin pasar por el Purgatorio. Es pavoroso cuánto daño hacen a los enfermos sus familiares privándoles de este grande Sacramento “para que no se asuste” , o llamando al Sacerdote cuando el moribundo está ya inconsciente.
6) ORDEN SAGRADO o SACERDOCIO: es una gracia especialísima que el Señor concede a ciertas almas elegidas por ÉL para cumplir el ministerio más sublime a que puede aspirar un ser humano en este mundo. El Sacerdocio tiene una dignidad altísima superior a toda otra dignidad, porque es de un orden superior a todas las dignidades humanas.
7) MATRIMONIO: también Nuestro Señor quiso divinizarlo elevándolo a la Dignidad de Sacramento. Dios quiere seguir creando almas ( como creó la nuestra), y nosotros los seres humanos, por medio del matrimonio, colaboramos con Dios dándole nuevos cuerpos donde ËL pondrá nuevas almas. Los casados no deben negar a Dios la colaboración que le deben. La vida matrimonial llevada cristianamente, aumenta en los esposos el grado de vida divina.

En Nuestro Señor, María Reina y la patria, un abrazo.
Héctor Fernando Petricic
Soldado de Cristo
Movimiento Acción Restauradora movimientoar@yahoo.com.ar

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