viernes, 17 de septiembre de 2010

ESPACIO CULTURAL, LITARARIO Y FILOSÓFICO…Nro 001-



TÍTULOS:

1-DE MISIONES:
Enviado por: Mario Tapia.
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2-¿PAÍS “EN SERIO”? ¿PAÍS “DE MENTIRITAS”?
POR: Jorge Armando Dragone.
Envío el autor:
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3-LOS DEBERES OLVIDADOS.
Envío de Jorge.A. Enogard.
Por: GREGORIO MARAÑÓN (1887-1960).
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4-PAYADA DE LA VIRGEN DE LUJÁN.
Envío de: A.C. Mastropierro
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CONTENIDOS DE LOS TÍTULOS:




1-DE MISIONES:
Enviado por: Mario Tapia.
Este chico escribió la letra y la música.Es de Puerto Rico, Misiones, Argentina. Por la selva misionera.

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http://www.youtube.com/watch?v=VoORNYgQ5p8


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2-¿PAÍS “EN SERIO”? ¿PAÍS “DE MENTIRITAS”?

POR: Jorge Armando Dragone.
Envío el autor:

El ex Presidente de la Nación Argentina, Dr. Néstor Kirchner, en su discurso inaugural en el Congreso, anunció su propósito de trabajar para hacer de la Argentina un país en serio. Propósito loable, con el cual –por supuesto- estoy de acuerdo. Pero la pregunta que cabe hacerse es, según yo pienso, la siguiente: ¿Estamos realmente en el camino de llegar a serlo?

Es casi un lugar común decir que Chile es un país más serio que la Argentina. Frente a esta afirmación, la primera pregunta sería ésta: ¿es realmente así? Es importante saberlo, porque la auto-denigración no es una actitud positiva, como tampoco lo es la fanfarronería (¡somos los mejores del mundo!).

Pero, en el supuesto caso de que dicha afirmación fuera verdadera, habría que preguntarse a continuación: ¿por qué es así, tratándose de dos países vecinos, muy similares en muchos aspectos? No se trata aquí de compararnos con Francia, Inglaterra o Estados Unidos, sino con el más cercano a nosotros de los países iberoamericanos.

Creo que todos estaremos de acuerdo en las siguientes afirmaciones: la primera, que si un país es mejor que otro, ello puede deberse a múltiples factores; la segunda, que entre esos múltiples factores, la educación desempeña un papel preponderante.

Centrando nuestra atención exclusivamente en el factor educativo, nos surge inmediatamente otra pregunta: ¿quienes organizaron la educación en la Argentina y en Chile? Y esta otra: ¿tendrá algo que ver en la cuestión el que uno fuera Andrés Bello y el otro Domingo Faustino Sarmiento?

¿Qué sabemos de Andrés Bello? En primer lugar, que no era chileno, sino venezolano. Pero Chile le dio acogida. (Como también a Sarmiento). Y, en segundo lugar: le cedo la palabra a Fermín Estrella Gutiérrez, quien nos informará acerca de la calidad intelectual y humana de Bello.

“Andrés Bello nació en Caracas el 29 de noviembre de 1781, y murió en Santiago de Chile en 1865. No hizo estudios especiales universitarios; pero adquirió por sí mismo una cultura excepcional. Fue, como muchos de los grandes hombres de Hispano-América, un eximio autodidacta y sus preferencias por las humanidades lo pusieron en la senda de la enseñanza, por la que tuvo verdadera vocación. Tales estudios lo disciplinaron y el magisterio reafirmó esa disciplina intelectual, dándole el sentido del orden y del equilibrio, que no abundaban en su época ni en su país. Aprendió idiomas, concediéndole sus preferencias al latín y al inglés”.

Retengamos dos expresiones del párrafo anterior: “disciplina intelectual” y “sentido del orden y del equilibrio”. ¿Habrá tenido el estudio del latín algo que ver con esas cualidades de Bello?

¿Y qué podemos decir de nuestro Domingo Faustino Sarmiento? En primer lugar, que es uno de nuestros mejores escritores, poseedor de un merecido prestigio internacional. “Gran escritor y bárbaro absoluto”. Así lo definió magistralmente Carlos Obligado, en su poema “Patria”. No vamos a incursionar en la cuestión de si pueden o no existir prestigios inmerecidos. Personalmente pienso que Sarmiento se merece su prestigio como escritor. Recuerdo que, en mi adolescencia, marcada a fuego por el romanticismo de Víctor Hugo, solía repetir frecuentemente, con emoción estética, el siguiente párrafo del Facundo: ¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo”. Sin duda, tiene “garra”. Como diría mi profesor de Literatura del Colegio Secundario, “está muy bien adjetivado”.

Pero esto no tiene nada que ver con la otra cuestión: la de saber si el Facundo es un libro veraz. Según la confesión del propio autor, el Facundo está lleno de “inexactitudes a designio”. O sea, “hablando en criollo”, de mentiras conscientes y deliberadas. Esto no disminuye para nada su valor literario, pero sí le quita todo valor histórico. En definitiva, se trata de una excelente obra de ficción. Pero una biografía, que es lo que pretendió escribir su autor, es algo completamente diferente. Una biografía debe ajustarse a la verdad histórica.

¿Qué podemos decir acerca de la personalidad y la actuación pública del autor del Facundo? Escuchemos lo que nos dice Jorge M. Meyer, un escritor de tendencia liberal, en su libro “Alberdi y su tiempo”, basándose en los escritos de otro escritor, también de tendencia liberal, Juan Bautista Alberdi.

“La presidencia de Sarmiento, sin ser mortífera como la de Mitre, había sido borrascosa, y los errores del sanjuanino, entre elogiables aciertos, muy graves. El brillante polemista y el implacable adversario de Rosas en los años juveniles, impulsado por su irrefrenable “yo”, y seducido por los hombres de Buenos Aires, había continuado desde el gobierno, en buena parte, la política saladerista del Restaurador.

No tuvo carácter para detener la guerra contra el Paraguay, como exigían sus electores. Pudo aceptar los buenos oficios del gobierno norteamericano para imponer la paz al Brasil, y nada hizo. Lanzó una expedición tras otra, contra el Entre Ríos, para desalojar al general López Jordán, de hondas raíces en la provincia, sin apaciguar los espíritus. Ligado al círculo porteño, tampoco fue capaz de dotar a la nación de su capital, y debió vivir de prestado, al favor de los funcionarios provinciales.

Había gobernado entre luces y sombras; había alejado a los inmigrantes ingleses y alemanes, y llenado el país de napolitanos; construía ferrocarriles y fomentaba las guerras civiles; tendía telégrafos y olvidaba los malones; había inaugurado el alumbrado a gas y atropellaba a los ciudadanos; fundaba escuelas y perseguía a los escritores; elogiaba la Constitución y daba golpes de Estado; y para ensayar las ametralladoras, recién traídas de Europa, derribó a tiros el edificio del Colegio Nacional de Rosario.

Sólo era persistente en las contradicciones: Urquiza era un monstruo o un gran personaje, según se opusiera a sus ambiciones o las apoyara. Las “Bases” eran el decálogo de los hombres de bien, o un libelo, al giro de sus opiniones. Lo acusaban de traición a la Patria y tuvo el propósito de hacerse chileno: “…no se reniega, ni se cambia de madre, le dije” (escribió después Alberdi). Con sus energías desorbitadas y sus furiosos rencores, era un Facundo más leído, en el gobierno. No conocía la tolerancia, el respeto por la crítica; se reía de la infalibilidad del Papa y tenía por malvado a quien dudara de la suya. Representaba la barbarie letrada al estilo de los comunistas de París; “se peleaba con todo el mundo”.

Dedicado a escribir la vida de los peores caudillos, Facundo, Aldao, Benavídez, se había convertido en un Plutarco de criminales, sin comprender que no eran las figuras más indicadas para aleccionar a la juventud.

No conocía la Pampa y había compuesto el Facundo después de escuchar algunos relatos de los exilados en Chile. El libro, forzosamente pintoresco, desprendía el olor nauseabundo de un matadero. Para adornar su estilo empleaba, como los indios, colores charros, plumas y cascabeles. En cuanto al fondo, “era un tejido inacabable de disparates”. El problema social no podía resolverse con la descripción novelesca de capataces, baqueanos y bandidos. Se equivocaba cuando afirmaba que las ciudades representaban la civilización y las campañas la barbarie. Por el contrario, en las campañas se encontraban los grandes elementos de trabajo, colonos y ganaderos, y entre los orilleros y los compadres de las ciudades, pululaba la barbarie. Las clientelas de los clubes políticos no habían sido campesinos, sino elementos de los comités.

Rosas había sido un buen estanciero y un hombre de provecho, mientras vivió en el campo; la ciudad lo corrompió. El motor de los conflictos políticos y sociales se encontraba en la política monopolista de Buenos Aires, en su absorción de la Aduana y del comercio, frente a las provincias del interior. Rosas no había dominado por el terror, sino por los recursos financieros, que le permitieron sobornar a los caudillos de extramuros.

Su doctrina (la de Sarmiento) de la instrucción era una simpleza, ya refutada por Spencer. Creer que bastaría llenar de escuelas y bibliotecas la República, para depurar las costumbres, era una superstición anacrónica. Si fuera cierta, bastaría enviar cargamentos de libros a Africa para transformarla en una nueva Grecia”.

He transcripto este largo párrafo del libro de Meyer sobre Sarmiento, para ver si aparecían por alguna parte las cualidades que Fermín Estrella Gutiérrez encuentra en Andrés Bello: “disciplina intelectual” y “sentido del orden y del equilibrio”. Me duele, como argentino, tener que decir esto: no las he encontrado. Más bien he hallado lo contrario.

¿Quiere decir esto que en la Argentina no existían (ni existen) dichas cualidades, y en Chile sí? Desde luego que no. Esto quiere decir, solamente, que quien tuvo la oportunidad de organizar la educación en Chile (y no era precisamente un chileno), poseía ciertas cualidades positivas que no poseía, por lo menos en el mismo grado, quien estuvo a cargo de la educación popular argentina. Y que, además de no poseerlas, no las valoraba ni las preconizaba. “A las cosas hay que hacerlas mal, pero hacerlas”. No: a las cosas hay que hacerlas, pero hacerlas bien.

Leonardo Castellani es terminante. Hablando de la educación argentina, afirma categóricamente: “…ha habido errores de todas las clases. El principal, el laicismo; la repugnancia a la religión que hay en la educación argentina oficial. Toda la ruina del país está en la educación, en la escuela de Sarmiento. El fue el precursor de todo esto”.

¿Nadie hizo nada por la educación en la Argentina, aparte de Sarmiento? ¿Nos hemos olvidado acaso de Marcos Sastre, de José Manuel Estrada, de José María Ramos Mejía (de quien dijo Ricardo Rojas que “acentuó en la Capital, foco de cosmopolitismo, y en los territorios, colonizados de extranjeros, la orientación patriótica de sus escuelas”), y de muchos otros más? Y, más cerca de nosotros en el tiempo, ¿conocemos bien la obra de Oscar Ivanissevich, al frente del área educativa del país, desde febrero de 1948 hasta mayo de 1950? A modo de recordatorio: durante su gestión se elevó de 17 a 92 el número de colegios nacionales en la ciudad de Buenos Aires y su conurbano. Se inauguraron, en 1948, 132 escuelas primarias y en 1949, 447. En todo el país se construyeron seis mil escuelas. Dice el historiador Félix Luna: “Los logros más trascendentes del gobierno peronista en el terreno de las realizaciones materiales… fueron obtenidos en los campos de la educación y salud pública. El juicio que merezca el manejo político de la educación, pertenece a la historia. Pero las muchas escuelas, colegios y hogares escuela que aún hoy sirven, con sus buenas instalaciones y materiales, constituyen un honroso testimonio de la preocupación humana del primer gobierno de Perón. Se construyeron muchas escuelas, especialmente en la Patagonia. Ivanissevich se jactó años más tarde de haber levantado unas 6.000 escuelas en todo el país, lo que es exagerado, pero no demasiado lejano de la verdad”. Y esto lo dice Luna, que no es peronista. Es que la verdad no es ni peronista ni radical: es, simplemente, la verdad.

Claro que no todo se reduce a crear escuelas y a enseñar a leer y escribir. Lo verdaderamente importante es qué se enseña en las escuelas y qué leen los niños cuando aprenden a leer. No es lo mismo leer la Biblia que leer Paparazzi. Y esta cuestión está relacionada con otra: con la calidad espiritual, intelectual y humana de los docentes. Y con la de los escritores y periodistas.

Eduardo Mallea se preguntaba, angustiado, por el ¿porqué? de la falta de autenticidad de la “Argentina visible”. En su “Historia de una pasión argentina”, habla de la inmigración masiva de origen europeo, de esos “hombres llegados de ultramar (que) nos traían con sus cabezas rubias y esos ojos en los que perduraba el sufrimiento de quién sabe cuántas generaciones”, y luego se pregunta: ¿cuál iba a ser la matriz capaz de plasmarlos, de darles una forma total, de imponerles una gestación adecuada a la forma, no de un mero destino material, sino de un destino en que lo espiritual y lo económico lograran la misma unidad viviente, el mismo orden?

La pregunta de Mallea no es otra que la de (como él mismo lo dice), “la forma espiritual de nuestro pueblo”. “Algo grave había sucedido –continúa Mallea- y es que a medida que el contingente humano de extranjeros iba nutriendo más caudalosamente nuestro suelo, por todos los puertos, ferrocarriles y caminos, nuestra forma espiritual, nuestro acervo de alma y conciencia iba debilitándose explícitamente en toda la superficie del país”. Las “grandes legiones de seres ansiosos de materiales bienes seguían llenando nuestra inmensa superficie...” y, “en vez de encontrar un orden nuevo, y bueno, veían reproducido, con escasas diferencias, el malo que traían”,

¿Adónde queremos llegar con todo esto? ¿Estamos acaso incitando a destruir los bustos y retratos de Sarmiento, o a quemar sus libros en las bibliotecas y requisarlos en las librerías, como se hizo no hace mucho tiempo en Buenos Aires con las obras de Gustavo Martínez Zuviría? Nada más lejos de nuestro pensamiento y de nuestra intención. Los argentinos tenemos muchas cosas más importantes y más urgentes que hacer, para perder el tiempo en inútiles querellas y revanchas. No se trata de seguir revolviendo, indefinidamente, la basura del pasado. No se trata de destruir, sino de construir. No se trata de fomentar el odio y la venganza sino de construir, con la verdad y con el amor, el bien común de la Argentina. No se trata, tampoco, de “desvestir un santo para vestir otro”. Dejemos tranquilos en su sitio a los bustos y a los retratos de Sarmiento, y dejemos también a sus libros en los estantes, porque, entre otras muchas razones para hacerlo, está el hecho de que nuestra literatura nacional no es ni tan frondosa ni tan rica como para permitirnos el lujo de prescindir de ellos. Es más: leamos, por lo menos una vez en la vida, el Facundo. Vale la pena. Creo que todo argentino debe hacerlo, a pesar de sus “inexactitudes a designio”. Pero, eso sí, siempre después del Martín Fierro.

No. Se trata de otra cosa. Se trata, nada menos, que de la verdad y de la justicia. Cada cosa (y cada persona) debe ocupar el lugar que le corresponde. Debemos, imprescindiblemente, tratar de aclarar nuestras ideas. Una cosa es la Biblia y otra el calefón. Porque (y esto sí que atañe a la educación de nuestro pueblo), si una nación exalta a unos de sus hombres y denigra a otros, lo que está haciendo es proponer a sus ciudadanos, sobre todo a los niños y a los jóvenes, modelos para ser imitados, y anti-modelos cuyos errores de conducta es necesario a toda costa evitar, para no continuar reincidiendo, una y otra vez, en los mismos errores. Lo importante es que los héroes sean héroes y los villanos, villanos.

Nuestra Argentina se resiente por falta de modelos, de “arquetipos”. El P. Alfredo Sáenz nos habla de la “necesidad de la admiración y del deseo en relación con los arquetipos”: “La admiración –dice- es el sentimiento que resulta de una viva percepción de la belleza física o moral, de la grandeza, de la bondad, realizados en un grado superior”. Hoy –continúa el P. Sáenz- “los arquetipos son inmolados en aras de un igualitarismo informe”.

Creo que la opción es clara: ¿quiénes deben ser nuestros modelos, nuestros héroes, nuestros arquetipos? ¿Los que “hablan bien”, los que tienen “facilidad de palabra”, o los que realmente saben? ¿Los “discurseadores”, los “pico de oro”, o los que son sabios de verdad? ¿Qué vale más para nosotros: la facundia, la garrulería, que deslumbra y encandila a los necios, o el conocimiento verdadero, fruto de la “disciplina intelectual”? ¿Quién debe ser objeto de nuestra admiración y de nuestro respeto, el “chanta”, el “vivo”, el que “versea bien” (o sea, el que “miente bien”), o el hombre serio, el que habla poco pero tiene buenas intenciones y dice la verdad? Si los “vivillos” son nuestros modelos, no hay para la Argentina futuro nacional. Si queremos “seguir siendo”, debemos volver a la Verdad.

Creo que ése es el camino para llegar a ser un país serio: poner a cada uno en el lugar que le corresponde, y tratar de imitar, solamente, a los que merecen ser imitados. Reservar el pedestal de los próceres para aquellos que realmente lo merecen. Un país que proclama “maestro de la juventud” a José Ingenieros, el prolífico escritor que mereció los siguientes juicios de algunos que lo conocieron, no está en el buen camino para llegar a ser un país en serio. Manuel Gálvez nos habla de su “carencia de verdadero espíritu científico”, y agrega: “Era notorio que inventaba casos clínicos cuando los necesitaba. Hacía el efecto de que todo en él fuese cosa de broma: el socialismo y la literatura, la psiquiatría y aún el ejercicio de la medicina”. Ernesto Mario Barreda afirma: “Este médico literato, este sociólogo socialista, se burlaba de todo: de la medicina, del socialismo y de la literatura”. Eduardo Schiaffino: “Poco tiempo se mantenía la conversación de Ingenieros en el tono serio. Puede decirse que vivía en estado irónico”. Sergio Bagú refiere que a los contemporáneos de Ingenieros “sorprendíales que este fisgón incurable fuera a la vez hombre de ciencia”. Roberto J. Payró, amigo personal de Ingenieros, observaba en él una “despreocupación escéptica y un si es no es cínica, y hasta –en ocasiones- una voluntaria abstención ante el posible descubrimiento de alguna verdad que no cuadraba a sus miras”. Dardo Cúneo, escritor de origen socialista, caracteriza de esta manera la personalidad de Ingenieros: “Siempre andaba a la pesca de un infeliz del cual reír y hacer reír a sus amigos…Su humorismo resultaba perverso…La duda no sabe definirse. ¿Dónde termina la pirueta? ¿Dónde comienza él? ¿O él y la pirueta son un mismo Ingenieros?”. Para Coriolano Alberini, Ingenieros es “un laborioso divulgador de lugares comunes cientificistas”, en quien “débil fue la cultura científica e insignificante la filosófica”. Y concluye así Alberini su juicio lapidario sobre Ingenieros: “La forma más anacrónica y ruidosa del positivismo argentino se halla en José Ingenieros. Su técnica de la nombradía fácil, la soltura de su prosa periodística, su don para cabalgar sobre temas espectaculares del momento, han hecho de él un escritor leído por la mesocracia intelectual centro-sudamericana”. Insistimos: ¿puede alguien así ser considerado un “maestro de la juventud argentina”, aunque “escriba bien”? Es más: ¿pueden ser acaso confiables sus “descubrimientos” psicológicos o sociológicos, teniendo en cuenta estos rasgos de su personalidad?

Y esto nos lleva a otra pregunta: ¿podemos acaso asombrarnos de las características negativas de muchos de nuestros periodistas y “comunicadores sociales”, teniendo en cuenta quienes han sido sus maestros y sus arquetipos?

“A contrario sensu”, también cabe pensar que un país que “cajonea” a personalidades como Ricardo Rojas (autor de un importante proyecto educativo, “La Restauración Nacionalista”, “cajoneado” en su momento por las autoridades), Manuel Ugarte, Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), Ernesto Palacio, Arturo Sampay, Carlos Disandro, Julio Meinvielle, Leonardo Castellani (autor del sesudo libro “La Reforma de la Enseñanza”), Guillermo Furlong, Cayetano Bruno, Octavio Derisi, Vicente Sierra (entre muchos otros), no es un país que desea sinceramente, y que propone como su objetivo nacional, el llegar a ser algún día “un país serio”? Y, de paso, nos preguntamos: ¿tendrá algo que ver en esta especie de “discriminación”, de la que han sido objeto los nombrados más arriba, el hecho de que muchos de ellos fueron católicos y algunos hasta sacerdotes? ¿Sería concebible que tal cosa pudiera suceder en una nación mayoritariamente católica? ¿Es fácil para un católico, en el momento actual, acceder a una cátedra en nuestras universidades estatales? ¿Habrán sido algunos de los que hemos nombrado, víctimas de lo que alguien ha llamado la “intolerancia de los tolerantes”? ¿O de la así llamada “conspiración del silencio”, el arma más eficaz inventada hasta ahora para destruir a un ser humano y para neutralizar su influencia?

Termino con otro interrogante: ¿es posible frenar la decadencia argentina? Mi contestación es que sí. Es difícil, pero no imposible. Pero a condición de volver a la Verdad. Solamente la Verdad nos puede hacer verdaderamente libres. Alguien lo dijo. La mentira tiene patas cortas, muy cortas. Debemos volver a la Biblia y al Catecismo. Y hacerle caso también a Martín Fierro: “más que aprender muchas cosas, hay que aprender cosas buenas”. A Martín Fierro, dije, no al Viejo Vizcacha.

¡Ah, me olvidaba! También hay que domeñar al televisor. Es un procedimiento muy sencillo para evitar que la mentira nos ahogue. Si no apagamos a tiempo el fascinante cajoncito, corremos el riesgo de hacer inoperante cualquier reforma educativa, por buena que ésta sea. Lo más seguro es no encenderlo nunca. Tampoco nos haremos mejores “tomando” las escuelas.


Jorge Armando Dragone

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3-LOS DEBERES OLVIDADOS.
Envío de Jorge.A. Enogard.
Por: GREGORIO MARAÑÓN (1887-1960).

“Este examen de nuestra conciencia en el gran espejo del ambiente nos enseña al punto en qué consiste el germen de la angustia actual del mundo. El hombre ha vivido durante varios decenios sin enfrentarse nunca consigo mismo, que es, repitámoslo, dejar de verse, para ver los altos y eternos valores despersonalizados y humanos. Cada ser humano se ha derramado fuera de sí para buscar y conquistar, con un bárbaro sentido egoísta, lo que llama sus derechos; y ha olvidado mirarse a sí mismo en el espejo de los demás hombres para pensar también en sus deberes. Si intentamos, en consecuencia, exponer en una fórmula concreta el nervio de la inquietud actual, podría interpretarse así: el hombre, como individuo y como pueblo, padece una crisis del deber y una hipertrofia del derecho. Y luego veremos que el remedio que automáticamente se impondrá la Humanidad a sí misma consistirá en la fórmula inversa: en recortar con enérgico valor nuestros derechos y fomentar la robustez y la dureza, la estricta responsabilidad de nuestros deberes.

El afán de acumular derechos ha socavado y sofocado el sentimiento del deber, que es un eje esencial de nuestra vida. Esto es todo. Así como a fuerza de vivir para los deberes, y sólo para ellos, el hombre puede convertirse en un esclavo, así el ansia sin medida de los derechos arranca de raíz el sentimiento del deber y convierte al hombre en un demonio insensible y cruel que sólo acierta a dirimir sus dificultades por la fuerza.
Es, pues, preciso que comience una nueva y áspera era cuyo signo será “los deberes del hombre”, que servirán de contraveneno a la intoxicación que este siglo y medio de “los derechos del hombre” ha producido en el alma de nuestro tiempo”.

GREGORIO MARAÑÓN (1887-1960).
Endocrinólogo, escritor y humanista español.
Extractado del libro: “Raíz y decoro de España”.


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4-PAYADA DE LA VIRGEN DE LUJÁN.
Envío de: A.C. Mastropierro


"(...) Cuando el cristianismo de un país se reduce a las proporciones de la vida domestica, cuando el cristianismo deja de ser el alma de la vida publica, del poder publico, de las instituciones públicas, entonces Jesucristo trata a ese país como este país lo ha tratado a El. Continua otorgando su gracia y sus favores a los individuos que le sirven; pero abandona las instituciones, los poderes que no lo sirven; y las instituciones, los poderes, los reyes, las razas, se vuelven movedizos como las arenas del desierto, caducos como esas hojas de otoño que se lleva cada soplo de viento (...)"
Cardinal Louis-Edouard Pie.


Payada de la Virgen de Luján.


Aquí me pongo a cantar


con cualquiera que se ponga


la mejor, la gran milonga


que se habrá de perpetuar


entre la Pampa y el mar


y el que es mayor que los dos,


cielo estrellado de Dios


donde sus plantas están,


canto a la Flor de Luján,


canto a la Madre de Dios.





Dios hizo el cielo y el rayo,


hizo el sol, hizo la estreya,


hizo la Pampa sin güeya,


hizo el toro y el cabayo,


hizo al hombre, y aquí cayo,


porque fue su obra mejor,


pero el Mandinga traidor


conoció que era de barro.


Pecó el hombre, rompió un carro


y se le enojó el Criador.





Y lo echaron de la estancia


pa la tierra del infiel,


a tragar miseria y yel


al que nació en abundancia.


Pero su mesma ignorancia


le dio compasión al Juez.


Pensó un momento y después


exclamó lleno de cencia:


“Se ha de cumplir mi sentencia


pero güelta del revés”.





“La muerte que al hombre aterra


Yo a mí mesmo me la aplico:


Yo soy grande y me hago chico


y siendo Dios me hago tierra.


Yo he de vencer esta guerra


con las armas que me dan,


porque vencer de rufián


a Dios no es cosa que cuadre”.


Y eligió para su Madre


a la Virgen de Luján.





Aquí hay misterios muy fieros


y aquí hay un pozo muy hondo;


yo mi ignorancia no escondo


ni me meto en agujeros.


Aquí hasta los más matreros


boleados quedarán,


y jamás entenderán,


porque es cencia infinita


y “Eligió para Mamita


a la Virgen de Luján”.





Miren qué humildá, qué empeño


el del Hijo de Dios Padre,


ir a elegir para Madre


en un pago tan pequeño,


El que es de este mundo el Dueño


no se guía por las ropas,


podía ir por las Uropas


a elegir las potentadas.


Pudo sacar as de espadas


y robó cuatro de copas.





Y de que Dios la encontró


güena Madre y cariñosa,


guapa, limpia, habilidosa,


y su corazón probó,


al tiempo que la dejó,


quiso hacer algo que asombre


y le dijo: “Por mi nombre


y estando en esta cruz triste,


Madre de Dios güena juiste:


Yo te hago Madre del hombre”.





Guacho pampa a dónde irías


cuando no tuvieras madre,


vos que sos duro de encuadre


y de pocas tiologías.Vos que te hayás estos días


guacho en la tierra que hiciste:


te han quitado hasta el alpiste


para darte la instrucción


,te han quitado el corazón


y te dan un libro triste.





Reina del Plata, Señora


del pobre crioyo olvidado,


techo que nos ha quedado


contra esta lluvia invasora.


Estreyita pa la hora


de la tormenta feroz,


mira que se vuelve a Vos


mi alma que no desconfía,


porque si sos madre mía,


sos también Madre de Dios.





Madre de Dios, Madre mía,


y no quiero saber más,


hacéme morir en paz


con Dios y con Vos, María.


Al filo de mi agonía


no recordés mis reveses,


recordá en vez cuántas veces


y ya desde muy guachito


yo te recé el “Bendito”,l


a salve


y las cinco dieces.




P. Leonardo CASTELLANI.




La Patria y las pulgas.

"Por descuidarse y no bañarse, un Elefante andaba perdido en Pulgas. Ahora, ñanque se bañara diez veces, era inútil. Como lo tenían loco, lo hacían ir para donde querían. Envalentonadas, ya se creían elefantes ellas. Tanto embromaron, que lo hicieron caer en un pantano, que si no pereció fue por un milagro que sólo de contarlo tiemblo.


Estuvo los días y las noches luchando, solamente con la trompa y los ojitos afuera. Salió maltrecho, flaco, desmirriado, pelado y lleno de barro. Pero eliminó para siempre la dominación de las Pulgas.


Ahora ya estás en el pantano, oh patria pulguienta mía".

P. Leonardo CASTELLANI.




“CUANDO UNO REPRESENTA UNA CAUSA (casi) PERDIDA, HAY QUE TOCAR LA TROMPETA, SALTAR SOBRE SU CABALLO E INTENTAR UNA ULTIMA SALIDA, CASO CONTRARIO, UNO TERMINA MURIENDOSE DE VEJEZ TRISTE EN EL FONDO DE SU FOTALEZA OLVIDADA QUE YA NADIE ATACA PORQUE LA VIDA SE FUE".

Jean Raspail.


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