miércoles, 14 de enero de 2009

Cambio de año o de mal a peor


Escribe Ismael Medina

¿Qué es el cambio de año sino un fiestón artificioso y evasivo de lo que nos oprime y angustia? Cae una hoja del calendario con el número 31 y la sustituye otra con el 1. Y sobre campanadas, uvas, espumosos fuegos artificiales y petardos se monta un ritual carnavalesco con la consabida y huera monserga del ¡Feliz año nuevo! Pero una vez pasado el jolgorio nos damos de bruces con la realidad. Descubrimos, como si saliéramos de una borrachera, que se impone la inercia implacable del acontecer. Que hemos vivido enfebrecidos un fugaz y ficticio paréntesis. Una verdad inexorable ante la que nos situaban las apuntaciones de Antonio Castro Villacañas la pasada semana.

Personas y pueblos somos víctimas de nuestros propios yerros. Unas veces por activa y otras por pasiva. Cosechamos lo que sembramos. También dejamos que la cizaña se expanda sin buscar una manera activa para impedirlo. No culpemos a quienes nos engañan. Son tanto o más culpables quienes se dejan engañar, sea por codicia, servilismo, mansedumbre o estupidez.. Es en ese légamo, en esa ciénaga, dónde hacen su agosto personajes como el estafador a gran escala Madoff. O estafadores políticos como Rodríguez. Ni el uno ni el otro habrían prosperado sin el apoyo insensato de los que siempre quieren más o de masas propicias a ser víctimas de cualquier tocomocho.

Nada de ocasional encierra en la actual barbechera la importancia informativa que se dio a la muerte del papagayo Alex, al que se atribuía el gran mérito de utilizar pequeñas y correctas frases acordes con unas u otras incitaciones. Alex era un papagayo de color gris procedente del Golfo de Guinea. En “Arriba” nos acompañó durante años un papagayo igual que Alex. Lo trajo Ismael Herráiz de Guinea Ecuatorial y era tan dicharachero o más que Alex. También, estoy seguro, más procaz y pinturero en sus dichos y en sus imitaciones. Nuestro loro era el eco contumaz de lo que se le enseñaba y escuchaba en aquel alegre, desenvuelto y laborioso mundo con las puertas abiertas a tantos escritores de distinto signo y a otros que no lo eran. Nuestro loro campaba por sus respetos desde talleres al tejado y le divertía engañarnos imitando el timbre del teléfono o el chirriar de la puerta del archivo. Un día se encaramó en la terraza a un unos cables eléctricos, se achicharró y nos quedamos sin eco. Jaime Campmany le dedicó una bellísima necrológica. Pero su recuerdo no trascendió de las páginas de “Arriba” como ahora el internacional de Alex cuyos elogios y presunta inteligencia humanóide casi lo hacen merecedor de un Premio Nobel.

No es ocioso ni inoportuno que traiga a colación la historia de uno y otro papagayos. Vivimos un tiempo en que la humanidad parece haberse convertido en una gran selva de papagayos grises, meros ecos de las torvas y torticeras mentiras de quienes, desde oscuras estancias, les adiestran en la transmisión de mentiras, distorsiones y falacias alienadoras. No me refiero sólo a las masas ovejunas, a sus pastores mediáticos ni a los presuntos intelectuales con vocación de acémilas porteadoras de consignas transgénicas. También a los rabadanes políticos y financieros. Los políticos por carecer de ideas y repetir aquello para lo que les instruyen en las logias o en otros cenáculos sectarios. Y los financieros por no tener otra patria que sus intereses ni otro dios que el dinero, cuyo cielo pagano, desde el que se imparte doctrina, está en Nueva York, bajo el número 666 y frente al templo iluminista de San Juan el Divino.

Desde allí, desde el olimpo del 666 adoctrinan Júpiter Rockefeller y los dioses sectoriales a sus papagayos dispersos por el mundo en una partida hegeliana de la Oca en que a unos toca hacer de izquierda y a otros de derecha para repartirse los cacahuetes del poder e impedir que prospere cualquier asomo de rebelión. Y si los inconformistas emergen a uno otro lado, los anatematizan, los encierran en jaulas extraparlamentarias y se sirven de ellos para reforzar la apariencia democrática de un totalitarismo cada vez más ominoso.

A los españoles nos ha tocado en suerte desde marzo de 2004 un singular papagayo emergido de la sangre y cumplidor hasta el servilismo. Pero con cerebro desregulado y un ansia desmedida de perennidad que le hacen creerse un gran césar progresista cuando, a tenor de los hechos que se derivan de su gestión, puede resultar para España una caricatura almibarada de Calígula. Y hasta de su caballo.

Papagayo doblemente circunflejo, hace el juego capitalista desde una disonante y parapléjica versión del progresismo. Cree a pies juntillas en las reencarnaciones ideológicas y envía a su desnutrida papagaya para que en la India beba leche de las vacas sagradas por si con ella puede apropiarse del espíritu de Ghandi para que, con el de su abuelo, le ayuden a combinar definitivamente el burdo y doble juego a que se ha dado. Pero aquellas vacas están tan esmirriadas como la papagaya y poca leche pueden aportar, además de que esa poca está contaminada. Ghandi soñaba con una India independiente y en paz. Era un pacifista austero y utópico. Logró la independencia. Pero la unidad pronto saltaría en pedazos y su India soñada se ha convertido en trágico avispero en el que andan a la greña tribus, religiones, sectas y sanguinarios terrorismos. Es el sino del pacifismo.

Nuestro papagayo nada tiene de idealista ni de utópico. Es, si acaso, un encantador de serpientes amaestradas, danzarinas y capadas. No ansía la paz por la paz, sino para satisfacer su vanidad si límites y atornillarse en el poder. Algunos le llaman irónicamente el Gran Timonel. Lo será sin duda del desastre nacional.

Nada ha cambiado de un año para otro. Todo va igualmente a peor. Prosigue el amancebamiento entre PSE y la tapadera batasuna del terrorismo, con Rodríguez de sonriente mamporrero. Los separatismos, en especial el catalán, impone su ley de siempre queremos más que nadie. El Estado sufre anorexia terminal. El gobierno no ceja en su empeño de sovietizar totalmente la Justicia, hasta convertirla en una gran jaula de papagayos. La Constitución ya no sirve ni de adorno. Nos hemos convert ido en despreciado arrabal de Europa. Somos los payasos del circo internacional. El paro se desboca. La economía productiva es una ruina. El déficit público es espeluznante y result tan problemático y oneroso colocar nuestra deuda como en tiempos de Fernando VII. El sistema educativo se ha convertido en una colosal fábrica de incompetentes. A productividad está por los suelos. Somos campeones en absentismo. Nuestro alardeados “campeones nacionales” de la energía están ya bajo bandera extranjera mediante sucias operaciones que enriquecen a los amigos de Rodríguez. El actual gobierno parece empecinado en emular y superar la corrupción de los tiempos de Felipe González. El índice de criminalidad y la inseguridad pública se desbocan. El pretencioso Estado de las Autonomías está recomido por la gangrena. Tenemos una ministro de Defensa a la que, por catalanista, le revienta decir ¡Viva España. A las Fuerzas Armadas se les recorta el presupuesto y se envían unidades a teatros de guerra sin armamento adecuado y con la orden de comportarse como hermanitas de la caridad, incluso cuando son atacadas. Que para eso están al servicio de la Secretaría General de la ONU-NOM y no de España.

Pero Rodríguez, feliz en el papel de Alicio, no pierde la sonrisa de promiscuo escaparate político y promete futuros paraísos sobre los escombros de la España que desrriba.

¿Y el monarca? Parece encantado con su socio Alicio. Y sea por obligación asumida, por devoción o por conjunción de conveniencias, le hace el eco. Pudimos comprobarlo en el carretero mensaje navideño. Y también en el eufémico discurso de la Pascua Militar, vestida de igualdad de género.

Pese a todo, las masas de papagayos acudirán a las urnas para votar lo que siempre votaron. Mero e invariable masoquismo partidista. Mejor sestear en mierda subvencionada que arriesgar por la libertad y el futuro.


Publicado en http://www.vistazoalaprensa.com/

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