miércoles, 15 de diciembre de 2010

ESPACIO CULTURAL, LITERARIO Y FILOSÓFICO ..Nro 019.

ESPACIO CULTURAL, LITERARIO Y FILOSÓFICO ..Nro  019.



TÍTULOS:

1-INVESTIGACIÓN CLÍNICA.
Autor: Jorge Armando Dragone
 Enviado por el autor.
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2-RESPUESTA A RODOLFO BRACELI. 
 Enviado por: Rodolfo Jorge Brieba
Lo que faltaba: el antirrosismo abortero.
Por Antonio Caponnetto.
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3-EDUCACIÓN-DOS ARTÍCULOS .
Autor de ambos: Ricardo Sureda.
Enviados por el autor.
.Universidades en pugna: rankings, prestigio y polémica.
                        … …
.Alcanzar el podio, esa meta tan lejana.
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CONTENIDOS DE LOS TÍTULOS:

1-INVESTIGACIÓN CLÍNICA.
Autor: Jorge Armando Dragone
 Enviado por el autor.

            El calor del mediodía era espantoso. La contaminación del aire lo hacía casi irrespirable. A Santiago le sobrevenían unos accesos de tos que le parecía que no iban a terminar nunca. Sentía una sensación de irritación permanente en las vías respiratorias, y tenía los ojos congestionados y lacrimosos. Siempre en esa época del año sentía una nostalgia que le oprimía el pecho, cuando se acordaba de su Veracruz natal. Allí también hacía calor, pero a la orilla del mar la brisa era refrescante y el aire era límpido y puro. Santiago contaba mentalmente cuánto tiempo faltaba para las vacaciones…
            Mientras se dirigía hacia el Hospital, repasaba su vida: su infancia, sus estudios primarios y secundarios en Veracruz, su traslado a la ciudad de México para inscribirse en la Facultad de Medicina, su primera novia…
            Entretenido con sus recuerdos, se vio de improviso frente al imponente edificio del Hospital. Preguntó por el Servicio de Cardiología. Subió varios pisos en el ascensor, hasta llegar al que le habían indicado. Una vez allí, preguntó por el despacho del Jefe del Servicio.
            No tuvo que esperar mucho. El Jefe lo atendió con mucha amabilidad, y Santiago tuvo la impresión de que su pedido de ingresar como médico del Servicio había sido recibido con satisfacción por el ya canoso Jefe, quien lo contemplaba atentamente con una mirada bondadosa y comprensiva. Como no quería perder tiempo, allí mismo redactó la nota que se le requería, solicitando la admisión al servicio. Desde ese momento podía considerarse un integrante más del prestigioso Centro de Cardiología del Hospital.
            Santiago siempre soñó con ser cardiólogo. Durante sus estudios de Medicina, siempre prestó una atención preferente a todo lo relacionado con el corazón y, en general, con el aparato circulatorio. Se adaptó sin mayores problemas al grupo de médicos del Hospital. Se decía que en ese servicio había muchos médicos comunistas, pero eso a él no le importaba mucho. El nunca había sido comunista, pero se consideraba “socialista democrático”, y no le hubiera gustado que lo consideraran “anticomunista”.
            En el primer año que pasó en el Servicio no sucedió nada digno de ser mencionado. Santiago Echeverría López era un médico más entre muchos otros, uno de los más jóvenes del grupo y, quizás, un tanto confiado e inexperto en las cosas de la vida.
            Al comenzar el segundo año, el cardiólogo encargado de dirigir los proyectos de investigación, lo citó a su oficina para conversar sobre un tema que –en palabras del investigador, el doctor Agustín Carranza Lara- le resultaría con toda seguridad interesante.
            Ya ubicados ambos en la cómoda y confortable oficina, Carranza Lara le explicó de qué se trataba. Teniendo en cuenta las aptitudes demostradas durante su primer año de trabajo en el servicio, había considerado, luego de consultar con otros investigadores, que Echeverría López era un buen candidato para integrar el grupo que llevaría a cabo un nuevo proyecto de investigación, sobre un tema de máximo interés: tratar de determinar si los pacientes que presentaban una enfermedad coronaria poseían, antes de tener los primeros síntomas anginosos, ciertas características de personalidad que permitirían predecir la probabilidad de convertirse en enfermos coronarios.
            A Santiago en seguida lo atrapó el tema. Siempre le había interesado el aspecto preventivo en medicina, e inmediatamente pensó que el tema que Carranza Lara le presentaba se ajustaba con exactitud a sus intereses. Sin pensarlo mucho, le manifestó al Jefe que se consideraba muy honrado con la invitación y que, por supuesto, la aceptaba con gusto. El prestigioso investigador le informó que la investigación comenzaría esa misma semana, con una reunión en la que se analizaría la metodología de trabajo.
            El día señalado, Santiago se dirigió al sector de investigaciones. Allí ya estaba Carranza Lara con dos médicos más, conversando animadamente. Santiago pidió disculpas por su pequeña demora, y se sentó en una silla, disponiéndose a participar en la conversación.
            Carranza Lara era un hombre de mediana edad, de aspecto agradable y simpático. No ocultaba a nadie su ideología marxista-leninista. Había realizado un viaje de estudios a la Unión Soviética, y también viajes a otros países latinoamericanos, entre ellos Cuba, país que había visitado varias veces, para dictar conferencias. Santiago no conocía muy íntimamente a los otros dos colegas, pero sí había oído decir que uno de ellos, bastante joven y con tendencia a la obesidad, también tenía “simpatías izquierdistas”. Era muy allegado a Carranza Lara.
            Luego que llegaron los demás integrantes del grupo, el jefe del equipo de investigaciones explicó detalladamente la metodología de trabajo, y los fundamentos teóricos del mismo. En síntesis, se trataba de suscitar, en el paciente estudiado, un estado de exaltación emocional, mediante una conversación apropiada, al mismo tiempo que se le controlaba la tensión arterial, se le registraba el electrocardiograma, y se le extraían periódicamente muestras de sangre y de orina para realizar los correspondientes análisis. Finalizada la explicación, se fijó el día y la hora en que comenzarían las sesiones de trabajo. Las personas en quienes se realizaría la experiencia, eran estudiantes de la materia que se ofrecían como voluntarios.
            La primera sesión se desarrolló de la siguiente manera: el voluntario se sentó en el medio de la habitación, en la silla que se le había destinado. Se le colocaron los electrodos para la obtención del electrocardiograma y el manguito en el brazo derecho para controlar las variaciones de la tensión arterial. Del otro brazo se extraían las muestras de sangre. Los médicos del equipo investigador se sentaron en sillas colocadas en círculo alrededor del paciente. Algunos quedaban así ubicados al frente del mismo, otros a los costados, y algunos detrás.
            Se efectuaron las pruebas diagnósticas para determinar las condiciones fisiológicas previas a la experiencia (electrocardiograma, etc.). Luego se dio comienzo a la conversación entre los investigadores y el paciente. Ya hemos dicho que el objetivo de la misma era provocar en el paciente un estado de exaltación emocional, a fin de estudiar los cambios que se producían en las variables estudiadas, como consecuencia del estado psicológico inducido por la conversación.
            De acuerdo a las explicaciones previas que había hecho al equipo el director de la investigación, la conversación con el paciente debía ser conducida, preferentemente, hacia temas que tuvieran para él una significación emocional muy fuerte. Los temas más adecuados se irían seleccionando en el curso de la investigación, teniendo en cuenta la personalidad y los intereses de cada paciente, los cuales irían poniéndose de manifiesto en el curso de la entrevista.
            Al poco tiempo de iniciada la investigación, se hizo evidente que los dos temas que más fácilmente movilizaban emocionalmente a los pacientes eran la religión y la política. Después de realizada dicha constatación, se abordaba directamente los dos temas mencionados, a fin de no prolongar innecesariamente la sesión. La dinámica era, aproximadamente, siempre la misma: el investigador que estaba sentado frente al paciente, le formulaba una pregunta, referida al tema político, o bien al tema religioso. El paciente, tomado de sorpresa, porque no se le informaba previamente cómo se desarrollaría la sesión de investigación, contestaba lo primero que se le ocurría, sin pensarlo mucho. Inmediatamente, uno de los investigadores que estaban ubicados a un costado del paciente, o bien atrás del mismo, le refutaba, más bien ásperamente, lo que había manifestado. El paciente, generalmente, replicaba defendiendo su posición, lo cual  era seguido, de inmediato, por una intervención de otro investigador ubicado en una posición diametralmente opuesta con respecto al anterior, y así sucesivamente. Si se comenzaba con el tema político, y se comprobaba que el paciente no reaccionaba en la forma esperada, se llevaba la conversación al terreno religioso. Por ejemplo, se le espetaba: ¿usted cree en Dios? Si, por el contrario, se comenzaba con el tema religioso y el paciente daba señales que la cuestión no le interesaba mayormente, se pasaba al tema político: ¿qué piensa usted de las injusticias sociales? Durante todo el tiempo que duraba la entrevista, se continuaban realizando los controles de laboratorio que ya hemos mencionado. Además, se grababa todo lo que decían los participantes en la sesión. Se trataba de que el tono de la conversación fuera subiendo paulatinamente de intensidad, hasta llegar a una discusión acalorada.
            La reacción de los voluntarios investigados era sumamente disímil: unos casi no se inmutaban, mientras que otros se alteraban hasta llegar casi a un paroxismo de furia. Santiago participaba activamente en la prueba, tratando de encontrar las preguntas y expresiones que provocaran una mayor respuesta emocional en el sujeto investigado. Se sentía un tanto orgulloso de estar participando en un trabajo de investigación tan importante, aunque, a decir verdad, a medida que se sucedían las sesiones, iba creciendo en su interior, de manera casi imperceptible, un ligero malestar, cuyo origen no acertaba a definir.
            Recordando años después el año de la experiencia, tomó conciencia de que, una de las tantas sesiones en las que participó se le había grabado indeleblemente en la memoria, destacándose netamente de las otras. El paciente de ese día se había alterado visible e intensamente y, una vez finalizada la sesión, buscó la ocasión para hablar a solas con Carranza Lara. Santiago alcanzó a escuchar, clara y distintamente, las palabras que el paciente le dirigía al investigador: “Doctor, acabo de darme cuenta de que he estado equivocado durante toda mi vida. Esta conversación me ha hecho ver las cosas con claridad, por primera vez. Por favor, doctor, indíqueme qué es lo que debo hacer desde ahora en adelante. Haré lo que usted me diga. Por favor, doctor, aconséjeme…”
            Santiago no pudo escuchar la respuesta de Carranza Lara. Pero (esto lo recordaba bien), desde ese día el malestar que venía sintiendo desde hacía tiempo aumentó considerablemente. Sintió deseos de no continuar con la experiencia, sin darse cuenta claramente del porqué de tal deseo. Pero, no obstante, continuó, para no faltar al compromiso que había asumido ante su jefe. Sólo se limitó a hacer algunos comentarios con sus compañeros de equipo, comentándoles el malestar que sentía en las sesiones, y expresándoles tímidamente algunas dudas acerca del carácter ético de la experiencia.    
            Terminó el año. Santiago viajó a Veracruz para visitar a su familia y descansar unos días. Allí, caminando por la playa, contemplando la inmensidad del mar, Santiago fue madurando una decisión que ya venía insinuándose en su mente desde sus últimos días en el Hospital: se retiraría del trabajo de investigación, el cual todavía continuaría durante un año más.
            Al regresar a México, solicitó una entrevista con el Jefe del Servicio, y le comunicó la decisión que había tomado, sin abundar mucho en las razones que la motivaban. Invocó razones de temperamento, propensión a experimentar trastornos funcionales frente a situaciones de “stress”, etc.
            Pasaron varios meses. Para decir toda la verdad, se sentía notablemente aliviado, aunque lamentaba un poco que el trabajo de investigación, una vez terminado, se publicaría sin su nombre.
            Un día –era un fin de semana- estaba leyendo el diario cuando algo le llamó la atención. En Chiapas, en un enfrentamiento entre el ejército y los guerrilleros del Comandante Marcos, había sido abatido un guerrillero llamado…. ¡Sí, era él, no cabía ninguna duda! Su nombre estaba indeleblemente grabado en su memoria. Era el paciente que se había alterado tanto durante la sesión de investigación, y que luego había hablado en privado con Carranza Lara. Santiago recordaba perfectamente las palabras que había alcanzado a escuchar: “Por favor, doctor, aconséjeme…” 
     Jorge Armando Dragone
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2-RESPUESTA A RODOLFO BRACELI. 
 Enviado por: Rodolfo Jorge Brieba
Lo que faltaba: el antirrosismo abortero.

Por Antonio Caponnetto.

El aborto de la intelligentzia nativa.

Cuando transitando del siglo XIX al XX, el novelista ruso Piotr Boborykin popularizó el término intelligentzia para referirse a cierto tipo de intelectual inconformista, no imaginó nunca que en nuestros pagos el término sólo podría aplicarse a los inconformistas con la sensatez y la veracidad. A esas legiones del pensamiento único, bien rentadas y mejor promovidas, caracterizadas por el innoble arte de hacer pasar por cultura lo que es macaneo, y por ciencia lo que no resulta sino tarada nadería.
 Lo mismo se diga del malaventurado Theodoro Geiger, estratificando a los miembros de la intelligentizia como pensantes proyectados sobre el poder. De no haber muerto en 1952, habría constatado que, en la Argentina del presente, la intelligentzia come y engrosa del poder, por cierto; se nutre de la corrección política oficial, oronda, estulta e impune siempre. Pero lo de pensantes es una categoría que excede con holgura a quienes la representan. Apenas si podríamos catalogarlos como vulgares vendedores de patrañas, y esto para no faltar al destratado decoro idiomático. 
A sendas reflexiones nos llevó la lectura dominical  del suelto “Abortos anteriores y posteriores”, obra de Rodolfo Braceli, y publicado por La Nación Revista, nº 2162, del 12-12-2010, en las páginas 78 a 82. Porque pocas veces se aúnan tan armónicamente en un solo y desaliñado exabrupto, el infundio y la ignorancia, la desvergüenza del zote y la insidia del impío.

Trillados sofismas
Preñado de lugares comunes, de incongruencias y de baratijas emocionales, Braceli ataca a quienes se oponen al aborto porque –según su sesera- gritan “la vida es sagrada […] pero nada dicen de la sagrada Vida [mayusculado en el original] de la madre que entrega el cuerpo y el corazón del alma en ese desgarramiento”. 
De no haberse usado en vano la aludida mayúscula, tendríamos entonces dos clases de vida. Una menor y profana, la del bebé, a cuyo exterminio llama “interrupción del embarazo”, y otra mayor y sacra, la de la madre que aborta. Es curiosa esta explícita demarcación de desigualdades en quien principia por declarar su apoyo al “matrimonio igualitario”. Dos sodomitas pueden tener la “igualdad” conyugal ideológica que la naturaleza les niega, pero la madre que decide abortar y su víctima no tienen el mismo rango ontológico que la naturaleza les concede. El “desgarramiento del cuerpo” de la criatura indefensa destrozada, no merece mención. El de la madre sí. Ha llegado la hora maniquea y trágica de sufrir por los victimarios y descalificar a los custodios de las víctimas. 
Tampoco se entiende bien a qué alude el escriba con lo de “la madre que entrega el cuerpo y el corazón del alma en ese desgarramiento”, pidiendo hacia ella la conmiseración que –siempre según su parcializada testa- no tendrían los grupos pro vida. A juzgar por una frase anterior : “la decisión siempre desgarradora de interrumpir un embarazo”, el desgarramiento aquí aludido y convertido en objeto de piedad, es el acto de cometer el filicidio. Algo así como si dijéramos que los abogados defensores de los asesinados por un descuartizador serial “enarbolan” el “argumento absoluto” de que “la vida es sagrada”. Pero callan ante el desgarramiento sufrido por el descuartizador, que pone todo su corazón y su alma en tan fatigoso empeño, y que a veces incluso puede salir lastimado, sea porque la víctima tiene el tupé de resistirse, o por un mal cálculo de los filosos cuchillos. 
Pero está desactualizado Braceli. Si hubiera leído la tenebrosa nota publicada en Perfil el pasado 5 de diciembre, justo una semana antes de la aparición de la suya, titulada “Famosas cuentan sus historias sobre el aborto”, habría advertido que aquello de “entregar el cuerpo y el corazón del alma en ese desgarramiento" es una antigualla propia de los tiempos en los que existía el remordimiento o el temor de Dios.  
Superados ahora tales tabúes  –y superadas al parecer las mismas penalizaciones que rigen para quienes cometen un delito y lo confiesan ostensiblemente- las nuevas estrellas del aborto no manifiestan ningún “desgarramiento” al proclamar su homicidio. Antes bien, cuentan su experiencia con la misma frescura del que narra que ha tenido que concurrir al dietista para que le ayude a quitarse algunos lípidos sobrantes. “Ninguna se arrepiente, y se exponen en pos de apoyar el derecho a decidir”, es la conclusión de las dos periodistas que hilvanaron las declaraciones de las brutales y salvajes hembras. 
El otro argumento braceliano –y eje de su regüeldo- es que quienes se oponen al aborto “nada dicen de los otros abortos, los posteriores. Los convalidan mediante la complicidad del silencio y la indiferencia”. Y como el lector perplejo puede preguntarse a qué ha dado en llamar aborto posterior este cernícalo de la neoparla progresista, la respuesta llega con una detallada aunque no exhaustiva lista. La misma incluye desde “la desnutrición cerebral” y “la bala fácil” hasta el “misil que despedaza una escuela”, pasando por “el analfabetismo”, la “frivolidad”, “la guerra preventiva” o “la indiferencia ferozmente egoista”, sin olvidarse, claro, del “aborto posterior” que se comete “cuando se tortura y se mata y se desaparece y encima se deja al muerto sin la identidad de la sepultura”. Ya se sabe que el Proceso tuvo la culpa del Diluvio y la tendrá del Apocalipsis.
Si el primer argumento de Braceli constituye el típico sofisma ad misericordiam (consistente en mover el sentimiento de lástima hacia quienes merecerían una sanción, para disimular sus culpas, en un giro extra-lógico como lo llama Alexander Bain); el segundo es la típica falacia de cambio de asunto, ya reprobada por Aristóteles bajo el nombre de exo tou prágmatos, esto es, argumento no atinente o extraño a la cuestión en debate. 
Lo haremos sencillo para que Braceli lo capte. Planteándose como se plantea la bondad o la maldad de la legalización del aborto, ¿qué tienen que ver la desnutrición cerebral, el analfabetismo, la insolidaridad, el gatillo fácil, el belicismo yanky o la desaparición de personas? Segundo. Supuesto tengan que ver , y que la semántica sea tan laxa y tan traslaticia que, a partir de ahora, serán considerados “abortos posteriores” todos estos casos que enumera, ¿por qué –y en pertinente asociación analógica- la nómina no incluye a los asesinados por los delincuentes que el garantismo protege y libera; a las miles de víctimas fatales de la guerrilla marxista, o a los policías barridos por la guerra social cruelmente en marcha, patrocinada por el actual gobierno? ¿Por qué su lista maniquea y facciosa –que contiene muertes espirituales e intelectuales y no sólo corpóreas- se cierra sin mencionar la letalidad de la descristianización compulsiva de las costumbres, de la cultura y de las leyes? ¿Por  qué si “hay aborto posterior cuando se convalidan tantas barbaridades”, dejar afuera de las mismas los múltiples atropellos a la lógica y a la verdad cometidos a mansalva por estos genuinos bárbaros de la intelligentzia? 
No hemos dicho todo. El primer sofisma de Braceli parte de la arbitraria base de que quienes se oponen al aborto se desentienden de la madre que aborta. Nada más falso, como surge de las múltiples recomendaciones doctrinales y de las no menos acciones concretas de asociaciones cristianas Pro Vida, empeñadas en predicar la ilegitimidad del aborto con el lema de que en él siempre muere por lo menos una persona. Una razonable familiariedad con estas aludidas asociaciones podría haberle evitado el escarnio de propagar estupideces. 
El segundo sofisma intenta sostenerse en un burda petición de principios, según la cual, los que se oponen al aborto “nada dicen de los otros abortos, los posteriores; los convalidan mediante la complicidad del silencio y de la indiferencia”. 
Braceli no quiere decirnos a quiénes se refiere, pero no cuesta mucho colegirlo. Los malos de esta comedia co escrita con Manes son los católicos. Los impolutos, una vez más, la nueva y deificada clase de los progresistas. Pues bien; repasen él y sus lectores la nómina de los “abortos posteriores” que trae a colación, y encuéntrese un solo documento de la Iglesia a favor de la desnutrición, del gatillo fácil, del analfabetismo, de las guerras preventivas, de las sepulturas sin identidad o del mal que se le ocurra mencionar. Hagan el ejercicio inverso y se llevarán la sorpresa de encontrarse con que los mismos que repudian el aborto abominan de muchos más casos de “abortos posteriores” que los que antojadizamente menciona el notero. Y hágase incluso un tercer ejercicio, y se encontrará a la Iglesia como el blanco más emponzoñadamente apuntado y dañado por los artífices mundialistas de “abortos posteriores”. 
Aclárese al fin que si Braceli quiere amontonar en su bolsa a católicos y procesistas, no cuente conmigo y con los muchos que delimitamos los campos otrora y ahora. Y esto, no sólo porque repudiáramos el “aborto posterior” de desaparecer a quien fuere, si no porque lo que deseábamos fervorosa y explícitamente es que que los guerrilleros fueran ajusticiados en público y de un modo ejemplar por un gobierno soberano, y no "chupados" clandestinamente siguiendo las órdenes de un generalato liberal.

 Pacifismo ramplón.
            Párrafo aparte merece una burrada descomunal de Braceli. Es aquella según la cual, uno de los peores “abortos posteriores” sería el cometido por quienes “le roban atribuciones al Dios que dicen venerar, implementando la pena de muerte”. Y sin cansarse de hacer papelones agrega: “¿cómo compatibilizan los antiabortistas su amor a la vida con la aceptación de la pena capital? ¿Están ciegos o se tapan los ojos?”. 
            Si Braceli, en vez de estudiar a Nicolino Locche, a Mercedes Sosa, al fútbol –según declara orondo en su propia web- se hubiera consagrado a leer –digamos menos: a ojear- a los representantes de la Patrología o de la Escolástica, y aún menos, al Catecismo de primeras nociones o a un simplísimo manual de moral cristiana, se hubiera evitado esta ignorancia cósmica.  
            Porque la respuesta a su objeción es sencillísima. El Dios que veneramos es el que nos enseña la legitimidad y la justicia de la pena de muerte, 55 veces contadas en el Antiguo Testamento, y no menos de 6 en el Nuevo Testamento. El Dios que veneramos es el que nos manda a distinguir en el Libro del Exodo entre la muerte de un inocente y la de un culpable, y a través de todo el corpus escriturístico y del Magisterio, entre la justicia de que la autoridad siegue la vida de quien delinque, dadas ciertas condiciones, requisitos y circunstancias, y la siempre injustificable decisión de matar a un inocente.  
            El debate sobre la pena de muerte puede tener y tiene más de un punto discutible. Pero ninguna incompatibilidad hay en quienes piden esta sanción extrema y claman a la vez categóricamente contra el aborto. Pues en el primer caso se trata de una facultad que puede tener la autoridad legítima para resguardar el bien común de quienes delinquen probadamente. Facultad, repetimos, que sólo se concede dadas ciertas condiciones, requisitos y circunstancias extremas. Y en el segundo caso, se trata de maldecir la  legalización del conjetural derecho de asesinar a un ser indefenso y carente de toda culpabilidad. “¿Están ciegos o se tapan los ojos” que no quieren ver las diferencias?

El antirrosismo en acción
            Una postrera ridiculez le faltaba a la saga braceliana, y como está escribiendo en los feudos mitristas, qué mejor que inspirarse en los tópicos gastados y enlodados de la historia oficial. Si cómo decía un cómico ahora demodé, “total la gente qué sabe”. 
            Llegan entonces unos larguísimos y cursis parrafetes dedicados a repudiar el fusilamiento de Camila y Ladislao, ocurrido “el 18 de agosto de 1848, en un sitio de la Argentina que todavía se llama Santos Lugares”. 
            El imperdonable crimen –“muerte contra natura” lo llama, quien no debería creer en algo tan retrógrado como la contra-naturaleza- lo estremece más de la cuenta, no sólo porque Rosas le puso fin a un amor prohibido ("el amor de los amores” lo califica, sin inocencia lingüística), sino “porque ella, al momento de ser apresada y sentenciada, estaba bien preñada, poniéndose gruesa como diosmanda”. Devenido súbitamente en ginecólogo de nuestra historiografía, el escriba, que a esta altura del relato “todavía se llama” Rodolfo Braceli, nos regala una asombrosa precisión: lo de Camila fue un “aborto en gestación, a los tres o cuatro meses de vida”. Todo esto “fue comunicado para amortiguar la sentencia. Pero la sentencia igualmente se cumplió. Y a morir los tres”. 
            El estrambote del libelo es francamente antológico; quiere decir que no debería faltar en ninguna antología de la canallada.  No conforme con haber inventado lo del embarazo de Camila, hace hablar al presunto hijo fusilado, y resulta que se trata de un bebé zurdo, librepensador  y kirchnerista. Así, la tierna criaturita de ficción matada por Rosas,  empieza por celebrar el pecado de sus padres, continúa cuestionando el celibato, la Ley de Dios y la santa madreiglesia (con minúsculas); se alegra de que “la cruz que le han puesto entre sus manos” a su mamá “se le cae y no intenta levantarla, y las manos ya libres de cruz las pone sobre su vientre”; para terminar lamentándose de todo lo que quedará trunco en su vida, como por ejemplo, enterarse de “cómo iba a ser el grito aterrado de un desaparecido”. No hay dudas; Camila y Ladislao habían engendrado a Marcos Aguinis o a Federico Andahazi, o a Hebe de Bonafini, o tal vez en próximas lucubraciones Braceli nos informe que eran  rubicundos trillizos.

La mentira del embarazo de Camila O’Gorman .
            Lo del embarazo de Camila fue una fábula, urdida por los unitarios para agravar la calumnia de la “inmisericordia del déspota”, una vez que el ajusticiamiento se consumó. Primero habían adoptado otra estrategia consistente en  pedir la pena máxima para los concubinos, a efectos de que quedara en evidencia “la horrible corrupción de las costumbres bajo la tiranía espantosa del Calígula del Plata”. Así escribía, por ejemplo, El Mercurio del 3 de marzo de 1848, periódico enemigo de Rosas. También es posible que la versión del embarazo haya sido blandida por Manuelita para intentar trocar el castigo capital en otro más leve. Y es muy posible asimismo, que la versión del embarazo, o haya sido una treta de Camila para convencerlo a su amante de huir y vivir juntos, o haya existido de veras y se perdiera accidentalmente en las peripecias de la fuga y la captura. Pero una cosa parece probable: al tiempo de la muerte el tal embarazo no existía.
            La afirmación no surge solamente de la documentación aportada por Antonino Reyes (cfr. Manuel Bilbao, Vindicación y Memoria de Don Antonino Reyes, Buenos Aires, Freeland, 1974), sino de la simple cronología de los hechos. Veámoslo.
            Cuenta Adolfo Saldías, amparado en su indiscutible archivo de primera mano, que “un día de diciembre de 1847, Camila le balbuceó a su amante que se sentía madre. Y a impulsos de la fruición tiernísima que a ambos les inspiró el vínculo que los ligaba ya en la tierra, resolvieron atolondradamente irse de Buenos Aires” (cfr. Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, Buenos Aires, Orientación Cultural, 1958, vol. VIII, p. 147). 
            El 12 de diciembre de 1847 se produce la fuga aparejada a la decisión de vivir juntos, decisivamente motivada por la certidumbre de la maternidad.  Es decir que la señorita O’ Gorman llevaba como mínimo –mínimo- un mes y medio de gestación para poder sospechar su estado y decirle al cura que “se sentía madre”. No tenemos el ecógrafo retrospectivo de Braceli, pero los métodos habituales para que en pleno siglo XIX una mujer se diera cuenta de que estaba encinta, no permitían otra cosa más que medir el atraso del ciclo menstrual y empezar a advertir los primeros síntomas. Todo esto demandaba por lo menos un bimestre. Vale decir que de ser cierta la especie y no lo negamos,  Camila tuvo que haber quedado embarazada a mediados de octubre de 1847. 
            El fusilamiento tuvo lugar, como se sabe, el 18 de agosto de 1848 –próximamente el Día del Derecho Sacerdotal a la Fornicación, y feriado largo- , es decir, habiendo transcurrido prácticamente 10 meses desde la fecha presumible de la preñez. O el niño  ya debería haber nacido. O la gestación no podía estar de 9 meses como dijeron a gritos ciertos unitarios. O la gravidez duraba mucho  más en tiempos de Don Juan Manuel, porque los párvulos se negaban al alumbramiento dado el clima de represión imperante. No sólo duraba más sino que se notaba menos, o nada. Porque no se explica por qué, de ser cierto lo del “avanzado estado” denunciado por la pasquinería unitaria, decidieron someter a la joven a revisación médica para verificar si era cierta o no su inminente maternidad. 
            Camila más, Ladislao menos, el propósito de Braceli es el de todos los de su laya. Injuriar a los héroes y a los santos, y alimentar el fogón maloliente de la revolución gramsciana. Pero no es para todos la bota de potro, y el único resultado que ha obtenido el escriba ha sido el de dejar en evidencia su propia  insustentabilidad intelectual. 
            En su página Autorretrato, queriendo ser ingenioso ha escrito: Soy agnóstico los días pares y ateo los días impares”.  
            Ahora sabemos algo más: los domingos, desde La Nación Revista, es cipayo y mentiroso.
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3-EDUCACIÓN-DOS ARTÍCULOS .


Autor de ambos: Ricardo Sureda.
Enviados por el autor.



.Universidades en pugna: rankings, prestigio y polémica.
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.Alcanzar el podio, esa meta tan lejana.


               


a.Universidades en pugna: rankings, prestigio y polémica.

Las clasificaciones internacionales de calidad educativa surgieron en esta década con el fin de establecer criterios objetivos de excelencia académica en plena globalización de la educación superior. Pero detrás de estos rankings se cuelan serios cuestionamientos metodológicos, lobbies poderosos, la puja entre universidades por las millonarias donaciones e incluso el interés de los Estados, que a menudo deciden las políticas del área en función de estas mediciones. Juana Libedinsky, LN domingo 12 de diciembre de 2010.

Estados Unidos, 15; Reino Unido, 3; Canadá, 1; Suiza, 1. Resto del mundo 0. Los números son elocuentes: en las top 20 universidades del mundo, según el ranking de Times Higher Education (THS), el gran país del Norte lleva una ventaja abismal sobre el resto del planeta. Eso no quiere decir, sin embargo, que el resto del planeta prefiera mirar para otro lado, o le reste importancia al asunto. Por el contrario, desde hace algunos años hay una obsesión generalizada -y en aumento- por que las instituciones de educación superior de cada país aparezcan, si no en entre las top 20, al menos entre las top 100 o incluso 200 de los rankings más prestigiosos a nivel internacional. La razón es muy simple: los listados más reconocidos, como el del THS, el QS World University Rankings y el Academic Ranking of World Universities (ARWU, también conocido como Shanghai ranking) dejaron de ser simplemente una forma de comparar la excelencia universitaria en la era de la educación globalizada para tomar una importancia que va mucho más allá de su objetivo original: a partir de los resultados de estos rankings las universidades a menudo definen sus estrategias, e incluso los gobiernos deciden políticas educativas. "A escala global, los rankings se usan para comparar el prestigio de los países, y su importancia en el orden mundial -señala a Ellen Hazelkorn, autora del libro Rankings and the Reshaping of Higher Education: the Battle for World Class Excellence, que saldrá en los próximos meses-. Pocos puntos del planeta han quedado inmunes a la desesperación por pertenecer y ascender que estos rankings despiertan". En Holanda, por ejemplo, una nueva ley de inmigración explícitamente abre las puertas a los graduados de las universidades que aparecen en el top 150 de estas listas. En Francia, la escasez de campus galos entre los primeros 100 puestos derivó en una reforma educativa. Y en España, según reporta El País, el programa del gobierno Campus de Excelencia Internacional reparte fondos a los mejores proyectos con el objetivo, entre otros, de colocar a las principales universidades españolas dentro de las 100 mejores de Europa tomando como referencia estos rankings, aunque el secretario general de universidades haya matizado luego que estas clasificaciones no son un fin en sí mismo. "Algunos sienten que la presión por estar en estos rankings ha sido particularmente perniciosa. Se supo de una universidad en Gran Bretaña que incluso llegó a pedir a sus alumnos que las evalúen de manera muy positiva aunque estén disconformes con algo o con todo de ellas: el argumento era que si la universidad ascendía posiciones, el curricculum de los alumnos sería más cotizado por los futuros empleadores", agrega Caroline Hudson, directora de la consultora Real Educational Research, de Oxford.
Cada vez más influyentes: Estos rankings surgieron entre 2003 y 2004, en respuesta a los desafíos de la globalización y la necesidad de una mayor información, transparencia y responsabilidad académica por parte de las instituciones de educación superior. El llamado Shanghai ranking, por ejemplo, se originó en la Universidad de Shanghai para mostrarles a las universidades chinas todo lo que les faltaba para ponerse a la par de las universidades más prestigiosas del mundo. Pero pronto tanto éste como el THS y el QS -que en un principio eran el mismo- se convirtieron en la manifestación más visible de la batalla mundial por el talento y la excelencia. Y, sobre todo, tras la crisis económica que comenzó en 2008 -agrega Hazellkorn- su importancia creció exponencialmente por la necesidad imperiosa de alumnos y donantes de sentir que cada centavo invertido rendía frutos. De esta manera, los rankings ganaron influencia por el hecho de ofrecer, al menos en apariencia, criterios de objetividad científica a la hora de decidir dónde invertir recursos cada vez más escasos. Pero no siempre es oro lo que está en lo más alto del podio. Einstein decía que no todo lo que pueda ser cuantificado cuenta, y no todo lo que cuenta puede ser cuantificado. Lo cierto es que cada vez son más feroces las críticas a esta forma de medir la excelencia académica. Por ejemplo, un factor que pesa mucho al evaluar las universidades es la cantidad de premios Nobel o las medallas Fields asociados a ellas. Esto, sin embargo, hace que salgan mejor clasificadas las instituciones más inclinadas hacia las ciencias y las matemáticas y peor aquellas que ponen más énfasis en las artes y las humanidades, que sin duda reciben menos de estas distinciones. También hay casos como el de la Universidad Complutense de Madrid, que bajaría unos 80 puestos si no se considerase el Nobel concedido a Severo Ochoa medio siglo atrás. Y las dos universidades de Berlín, de las más importantes de Europa, no figuran entre las cien primeras porque no se ponen de acuerdo en a cuál de ellas asignar el Nobel de Einstein, por lo que no se le computa a ninguna. Por otra parte, cuando las universidades contratan profesores que han ganado ya el premio Nobel para así elevar el status de la universidad, muchas veces se está contratando a gente bastante mayor, cuyo trabajo más significativo fue hecho tiempo atrás. En los círculos académicos, uno de los mantras que con más frecuencia se escuchan es el publish or perish, en referencia a la necesidad de sacar libros y artículos en journals especializados (publish), no sólo para progresar sino porque la alternativa es quedar fuera de carrera o morir en la disciplina (perish). Los rankings exacerbaron esta necesidad ya que la bibliométrica es otra de las formas fundamentales de evaluar la producción de las universidades. En la edición de esta año, por ejemplo, la Universidad de Alejandría, en Egipto, ascendió al puesto general 147, por encima de instituciones de gran prestigio, como el Delft Institute of Technology, en Holanda (puesto 164) y la Universidad de Georgetown, en Estados Unidos. La de Alejandría se convertía así en la única universidad del mundo árabe entre las top 200. Más aún: en una subcategoría específica, superaba a Harvard y Stanford y sólo era superaba por Princeton, MIT y Caltech. La noticia corrió como pólvora por las torres de marfil, y en seguida comenzaron las especulaciones. Según fuentes citadas por el diario The New York Times, la Universidad de Alejandría ni siquiera es la mejor universidad de la ciudad de Alejandría. Lo que el matutino norteamericano finalmente reveló fue que un profesor de la institución había logrado publicar tantos artículos y papers que los índices que contabilizan cuántas veces aparecen los profesores en los medios especializados se dispararon, a tal punto de empujar hacia arriba la posición de la uiniversidad en los rankings. Finalmente, las autoridades del Times Higher Education reconocieron que la sorprendente prominencia de la Universidad de Alejandría se debía a la extraordinaria producción de un solo profesor. Varios blogs se encargaron luego de identificarlo y de revelar que había publicado 320 artículos firmados por él, en un journal del cual era el editor.
Otros cuestionamientos: Además de los premios Nobel y los artículos publicados, entre los factores utilizados para establecer los rankings pesan también una macroencuesta de opinión que se realiza anualmente y el número de estudiantes extranjeros. Pero todos estos factores han sido duramente cuestionados. "Se citan sesgos metodológicos (geográficos, disciplinares, lingüísticos), dudas epistemológicas sobre las bondades del análisis de citas o desconocimiento de la estructura social e idiosincrasia académica de grupos y redes. Pero en general lo que se ataca es el propio proceso evaluativo. Existe, pues, un rechazo a la cultura de la evaluación". La cita de El País corresponde al director del Laboratorio de Cibermetría del CSIC, Isidro F. Aguillo, quien así escribía hace unos meses en el foro de la Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad. "Que uno no pueda medir todo no es razón para entonces no mediar nada", subraya asimismo Ben Wildavsky, senior fellow de la Fundación Kauffman y autor de The Great Brain Race: How Global Universities Are Reshaping the World. Wildavsky se declaró defensor de los rankings, aunque con ciertos miramientos: "No existe algo así como un ranking totalmente objetivo, pero hay una necesidad real de alumnos, cuerpos docentes, donantes y gobiernos de contar con estudios comparativos internacionales; las universidades deberían sentirse menos incómodas frente al escrutinio externo y deberían trabajar para mejorar su posición en los rankings, pero para usarlos como instrumento de mejora". Para la próxima edición de los rankings se prometen algunas modificaciones en la ponderaciíon de ciertos criterios, sobre todo en cuanto a la influencia que adquieren los graduados. Pero quizá no sea suficiente para acallar las críticas. "Esto no necesariamente evidencia una mejora en la calidad educativa", aclara Hudson, con lo cual lo único que es seguro es que la polémica por los rankings continuará. ¿Qué debe hacer un país como la Argentina ante el reinado de los rankings? Según Wildavsky, los parámetros de medición son universales y sirven para entrar y ascender en los rankings tanto como para mejorar más allá de estas mediciones: "Crear y sostener las mejores universidades requiere adherir siempre al principio del mérito para las admisiones, el contrato y la permanencia de los profesores. Los fondos dedicados a la investigación deben ser competitivos. Los profesores no deben sentir que son empleados públicos que, una vez contratados, pueden mantener su puesto sin importar su desempeño, y se debe estar abierto a la competencia internacional". Hazellkorn, por su parte, insiste en que para las universidades locales no siempre es bueno o útil compararse con las instituciones de elite del Primer Mundo. "La Argentina debería encontrar sus propios indicadores en función de las necesidades de sus ciudadanos", sostiene. Hudson, que fue profesora de secundaria en Buenos Aires años atrás y preparó alumnas para entrar en las mejores universidades del Reino Unido, sospecha que posiblemente en la Argentina muchos se guían todavía por nociones heredadas sobre la excelencia educativa, con bastiones como Oxford, Cambridge, Harvard y Yale como grandes metas a alcanzar y más allá de lo que los rankings u otras formas más modernas de medir la excelencia digan de la realidad. Y sin embargo, parecería que el futuro viene por otro lado. La revista The Atlantic realizó una encuesta entre 30 presidentes de universidades norteamericanas para ver qué países, a su juicio, atraerán en las próximas décadas a los alumnos internacionales que hoy acuden a universidades norteamericanas. China, contestaron 24 de ellos, seguida por la India (16), Singapur (15), Hong Kong (10) y Corea del Sur (9). Las universidades asiáticas atraen hoy cada vez más estudiantes, tanto en términos proporcionales como absolutos. En China y la India, señalaron los expertos, esto se explica por la fuerte inversión en educación superior, combinado con la mayor cantidad de jóvenes que, por la mejoría económica, pueden acceder a la universidad. Sin embargo, todos los consultados subrayaron que, con la excepción de unas pocas instituciones tradicionales europeas que disputan algunos de los primeros puestos, no parecería haber un peligro a la vista para la supremacía de las instituciones norteamericanas. Como dijo uno de los encuestados por The Atlantic, "por cada cien mil estudiantes de la India que van a estudiar a EE.UU., hay tres mil de EE.UU. que van a estudiar a la India. Rebalancear esa ecuación sin duda tomará su tiempo".


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b.Alcanzar el podio, esa meta tan lejana.



 El fuerte sesgo primermundista en la confección de rankings explica, según algunos especialistas, por qué las universidades argentinas no obtienen una buena clasificación, dice Lorena Oliva. En la edición 2010 del ranking mundial de universidades que elabora el suplemento educativo del Times no figura ninguna casa de altos estudios argentina entre las 200 que integran la lista. Sin embargo, en otro de los rankings internacionales más prestigiosos, el Academic Ranking of World Universities, de la Universidad de Jiao Tong, de Shanghai, a la Argentina sí le alcanzó para figurar entre las primeras 200. En el listado confeccionado por la Universidad de Leiden, de los Países Bajos, la UBA alcanzó el puesto 220 entre las 250 seleccionadas, mientras que en el que elabora el grupo científico iberoamericano Scimago, entre 2833 instituciones de 87 países clasificaron el Conicet (puesto 195), la UBA (288), la Universidad Nacional de La Plata (609) y la Universidad Nacional de Córdoba (980), entre otras. Cuatro rankings internacionales y cuatro posicionamientos diferentes. ¿Cuál es el correcto? La respuesta podría ser "todos". Cada uno de ellos fue confeccionado con variables diferentes, de las que, a su vez, se les asignaron distintos valores para su posterior ponderación. Entonces es lógico que en los resultados finales surjan variaciones. Cabe aclarar, sin embargo, que, de todos, el de Scimago es el único que -tal vez por ser confeccionado por especialistas iberoamericanos- tiene la pretensión de ser más equitativo al contrastar la realidad del Primer Mundo con la iberoamericana, mientras que en los otros puede advertirse el peso de la mirada primermundista con que se los elaboró. "En el ranking de Scimago, todas las instituciones relevadas están posicionadas en el mismo contexto. Para ello, listamos a todas las instituciones que en 2008 figuraron en la base de datos de revistas científicas Scopus con, al menos, cien publicaciones", explica la doctora Sandra Miguel, profesora de la Universidad Nacional de La Plata e integrante del grupo científico que lo confecciona. Miguel es una defensora de los rankings, aunque cree que deben perseguir fines muy precisos: "Este tipo de comparaciones nos permite conocer cuál es la situación de la Argentina en la región y en el mundo, además de promover la generación de fuentes cada vez más completas de información. Son herramientas muy eficaces para la toma de decisiones y la generación de políticas en materia de promoción científica", puntualiza. Pero, más allá de su utilidad para marcar fortalezas, debilidades y hasta el rumbo estratégico deseable para el desarrollo científico de un país, ¿de qué nos está hablando el figurar bien o mal posicionados en estos rankings?
Qué nos dicen los números: En su reciente libro Basta de historias, el periodista Andrés Oppenheimer considera escandaloso que la Argentina no aparezca bien posicionada en los rankings de Times y Shanghai. A su entender, esta realidad nos habla de un país que pasó de generar premios Nobel en sus universidades a permitir que los jóvenes les tuvieran miedo a las ciencias exactas. "¿No es un disparate tener tantos jóvenes estudiando psicología con dinero del Estado, pagado por los contribuyentes?, le pregunté a Lino Barañao, el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Barañao, uno de los pocos funcionarios argentinos que me dieron la impresión de estar más o menos al tanto de lo que está ocurriendo en el resto del mundo, sonrió, y asintió con la cabeza", señala Oppenheimer en un pasaje del libro. El presidente de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (Coneau), dependiente del Ministerio de Educación, Néstor Pan, confirma el déficit en carreras tecnológicas. Y aunque lo considera como uno de los grandes desafíos del sistema universitario, no lo relaciona con la pobre performance en los rankings. "¿Sería mejor aparecer bien posicionados? Seguro que sí. El asunto es a qué costo. El mundo financiero y el mundo universitario son dos dimensiones que no hemos unido en la Argentina. Y estos rankings tienen que ver con procesos de inversión. En Harvard, tener una buena ponderación en el ranking desencadena un proceso de financiamiento", ejemplifica el funcionario, como un modo de marcar las diferencias entre el funcionamiento de las universidades locales y las del Primer Mundo: mientras que aquí la principal fuente de financiamiento es el Estado, en las principales universidades norteamericanas o europeas, el sector privado es el principal inversor. A su entender, las variables tenidas en cuenta en estos relevamientos reflejan una realidad que poco tiene que ver con la argentina. "En 1955 teníamos seis universidades públicas. En 2009 teníamos 107. La nuestra es una institución pública, gratuita, inclusiva, mientras que en las universidades mejor rankeadas los alumnos tienen que costear su formación y los gobiernos suelen considerarlas espacios reservados para una elite", contrasta. En sintonía con Pan, el especialista en educación superior Carlos Pérez Rasetti considera desacertado darle la relevancia de parámetro de calidad a cualquier ranking elaborado con variables consideradas importantes para el Primer Mundo. "Si nos ponemos metas difíciles, como formar premios Nobel, vamos a terminar gastando mucho dinero para posicionar a unos pocos jóvenes. En cambio, si los objetivos son más ajustados a la realidad local, seguramente el resultado afecte positivamente a una mayor cantidad de alumnos". De acuerdo con este, experto, la Argentina no posee un mercado de carreras de grado a la manera de otros países, excepto en el campo de los posgrados, que suelen salir bien posicionados en los rankings internacionales. Pero allí también la perspectiva primermundista con que son confeccionados les juega una mala pasada a las instituciones locales, como confirma Lucas Méndez Trongé, director de Comunicación del IAE Business School. "Para las escuelas de negocios, los rankings son importantes en términos de comunicación y marketing. Sin embargo -reconoce-, son pobres reflejos de su realidad porque suelen comparar indicadores que no tienen la misma valoración absoluta. Las diferencias geográficas y culturales hacen difícil la comparación".
Opiniones argentinas: 5) sarmientino737: pobre Ellen Hazellkorn, propone a la Argentina encontrar sus propios indicadores de calidad universitaria en función de las necesidades de sus ciudadanos, sin saber que acá todo se hace en función de los objetivos mezquinos de sus políticos populistas, que ya hace mucho tiempo destruyeron todo vestigio de calidad en la educación pública. Un ejemplo es la reciente creación de la Universidad Nacional de Río Negro en la localidad de General Roca, simple “necesidad política” del senador FPV Miguel Pichetto para posicionarse ante los rionegrinos como candidato a gobernador 2011. Libedinsky siempre ha justificado desde sus columnas la pavorosa destrucción del aula de Sarmiento realizada, a partir del II Congreso Pedagógico Nacional 1984-1988, por Adriana Puiggros, secundada con eficacia por el semillero del mal de la Flacso e innumerables cohortes de pedagogas, ahora “científicas universitarias” en las mal llamadas Ciencias de la Educación. Destruir la educación pública centenaria, orgullo de la Argentina, fue un objetivo político perseguido con extrema tenacidad a lo largo de casi tres décadas, desde el filoerpiano Alfonsín al filomontonero Kirchner, pues ambos usaron con éxito el odio y el resentimiento de Puiggrós hacia los próceres y la obra de la Generación del 80’. Luego de la derrota militar argentina en Malvinas, la venganza de los simpatizantes de la guerrilla marxista se consumó contra todo el arco institucional republicano argentino, con especial énfasis en la educación. Derrotados en su agresión armada latinoamericana, optaron por el viejo libreto de Antonio Gramsci. Había llegado la hora y la oportunidad de “Deseducar al soberano” para poder manipularlo hacia la revolución inconclusa del “Ché”, ese “modelo K cubano chavista montonero” que hoy nos proponen desde las pantallas de 6, 7, 8 y desde la pluma intelectual de Carta Abierta. Tal vez porque cada día se hace más difícil ocultar el sol con un pañuelo y los números apenas reflejan toda la tragedia educativa argentina, Libedinsky delegó en Lorena Oliva el relato local. Los gobiernos argentinos gastan poco y gastan mal en estructuras educativas sobredimensionadas, plagadas de asesores y gabinetes psicopedagógicos, haciendo la cruel parodia de educar, en aulas donde casi no se enseña por decisiones políticas inconfesables. Requeridos por la prensa, los funcionarios del área suelen deslizar algunos datos interesantes. Efectivamente, Néstor Pan confirma que a 2009 teníamos 107 universidades públicas, cuando en 1955 eran 6 y para 1966 apenas llegaban a 9 atendiendo necesidades educativas genuinas. A partir de la administración Lanusse, con el asesoramiento de Alberto Taquini, una desaconsejable dispersión de recursos humanos y materiales acompañó la sobreoferta creciente en servicios universitarios de baja calidad. Hoy sobran ochenta universidades en el país, si se calcula aquellas que debería sostener el contribuyente en función demográfica documentada con el último Censo Nacional de Población y Vivienda 2001. Todos sabemos cómo fue: hace cuatro décadas los militares repartieron universidades para dispersar los estudiantes de las grandes ciudades de Argentina con la excusa de la seguridad, luego los políticos repartieron universidades nacionales a sus punteros municipales en la excusa fácil de “ampliar la democracia” y la inconfesa de ampliar su eterno clientelismo. Estas acciones irreflexivas sólo repartieron miseria y decadencia. En una insensatez permanente casi todos los años los políticos crean nuevas universidades, pero el Congreso Nacional jamás cerró una sola en toda su historia, no importa la precariedad extrema, los escándalos internos y la falta documentada de respaldo académico existente. Desde hace medio siglo que los valores académicos, la calidad de la educación superior y la excelencia en la formación profesional apenas fueron expresiones ideales en las leyes universitarias para no alcanzar jamás el compromiso reglamentario concreto. Las recomendaciones internacionales para la enseñanza superior sugieren una universidad cada dos millones de habitantes pues de esta manera se matriculan espontáneamente en su “campus” entre 30.000 a 50.000 estudiantes. Y esto debido a otro indicador gráfico del óptimo del dinero invertido en atender servicios universitarios de buena calidad, que muestra un diagrama cartesiano con el porcentual del óptimo de la inversión en la ordenada y el número de estudiantes en la abscisa, con una curva en campana de Gauss adentro y su pico en los 40.000 alumnos. A la derecha y a la izquierda del óptimo se incrementan los costos relativos. En proporción resulta más cara y desatinada la UBA con sus 322.000 estudiantes que la gran mayoría, igualmente inviables por carecer de la masa crítica mínima adecuada. Por algo los franceses dividieron su legendaria Sorbonne, ya hace 60 años, en seis universidades para albergar los 200.000 estudiantes del Gran París. Los países sensatos cuidan sus recursos y sus instituciones. Si el censo 2001 nos dice que somos 36.000.000 argentinos es bastante obvio que distribuyendo 18 universidades en el territorio nacional cubriríamos adecuadamente nuestras necesidades de brindar educación superior de buena calidad. ¡¡Y ya tenemos al menos 107 con ninguna posibilidad de aparecer ranqueadas internacionalmente!!! Aquí sería urgente dividir la UBA en seis u ocho universidades para el área metropolitana y quedarían diez o doce para el resto de la geografía argentina. Es urgente modificar el sistema universitario argentino que, con todas las distorsiones acumuladas, resulta poco menos que inservible. Antes se debe recuperar una enseñanza de buena calidad en la escuela y el colegio. Hoy la escuela pública argentina envía a golpear las puertas de las universidades a jóvenes argentinos con un título secundario, formal y sellado, en calidad de semianalfabetos: sin lectura comprensiva, sin redacción autónoma, sin dominar las cuatro operaciones aritméticas elementales y con una cosmovisión inferior –desenvolvimiento, geografía, historia, ciencias– a la que alcanzaron sus padres cuarenta años antes con el simple certificado de sexto grado de la primaria, ¡¡cuando el aula era la de Sarmiento y no la de nuestras inefables “científicas” en Ciencias de la Educación!! Quien pueda imaginar que en este camino “revolucionario” tendremos un futuro mejor, con seguridad está muy equivocado.


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