TÍTULOS:
1.CRISTO: PRIMER ARQUETIPO.
Envío de: P.M.Jorge.
Por el P. Alberto Ezcurra
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2-Un pueblo ferviente y piadoso.
glorifica un nuevo milagro:
el inmaculado milagro de la fe.
Por Andrés Mendieta*.
1.CRISTO: PRIMER ARQUETIPO.
Envío de: P.M.Jorge.
Por el P. Alberto Ezcurra
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2-Un pueblo ferviente y piadoso.
glorifica un nuevo milagro:
el inmaculado milagro de la fe.
Por Andrés Mendieta*.
Envío del autor.
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CONTENIDOS DE LOS TÍTULOS:
1.CRISTO: PRIMER ARQUETIPO.
Envío de: P.M.Jorge.
Cristo es el arquetipo.
Cristo es el modelo. Cristo es la imagen, del Dios y del hombre perfecto. Y nosotros crecemos como cristianos y como hombres cuando imitamos a Cristo. Un día lo dijo Jesús: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”.
Por el P. Alberto Ezcurra.
Desgrabación de uno de sus sermones, publicado en Tú reinarás, editorial Kyrios, San Rafael, 1994. Fragmentos.
Cristo: primer arquetipo.
Cristo es el arquetipo. Cristo es el modelo. Cristo es la imagen, del Dios y del hombre perfecto. Y nosotros crecemos como cristianos y como hombres cuando imitamos a Cristo. Un día lo dijo Jesús: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”.
Y uno dice: “Caramba, no es tan fácil”. Sed perfectos como Dios es infinitamente perfecto. ¿Y cómo hago yo para ser perfecto como Dios si a Dios nunca lo he visto? Precisamente en Jesucristo, Dios se hace visible. El Padre infinitamente perfecto pero invisible, se hace visible en Jesucristo. En Jesús aparece la imagen de Dios y la imagen del Padre. En Jesús aparece el modelo que tenemos que imitar, el modelo al cual nos tenemos que ir asemejando, el arquetipo con el cual nos tenemos que ir conformando. Eso aparece en Jesucristo. Por eso, lo repito, la vida del cristiano tiene que ser una imitación de Cristo.
Pero ¡ojo!: de Cristo Jesús. No de los falsos cristos que andan dando vueltas por ahí. El Papa Juan Pablo II en el discurso inaugural de la conferencia de Puebla advirtió contra las relecturas del Evangelio que nos presentan un Cristo falsificado y dijo que la Iglesia tiene como deber predicar la verdad total de Jesucristo como Dios y como hombre. A Cristo sólo se lo puede entender sí lo miramos así, como Dios y como hombre. Como lo muestra el Evangelio. Y muchas veces han querido presentarnos cristos falsificados.
Falsificaciones de Cristo.
Cuántas veces escuchamos: “Cristo era un gran tipo, un gran hombre, un gran moralista, un gran político, un gran ejemplo para la humanidad”. Pero que era Dios, que nació de la Virgen, que resucitó. No. ¡Eso no! Y nos quieren poner a Jesús como modelo, pero un modelo humano. O lo rebajan, hasta en algunos ambientes católicos, creyendo que van a estar más cerca de Jesús, porque le faltan el respeto diciendo: “el flaco” o “el barbudo”, “ese tipo que para mí es un amigo y un hermano”, como sí fuera un muchacho más de la barra.
O nos presentan ese Cristo que en forma de blasfemia aparece a veces en el cine, en el teatro o en los ambientes culturales que padecemos. Como en un teatro que lleva el nombre del General San Martín, aquel que ordenaba en el Ejército de los Andes, que el blasfemo fuera azotado primero y que si volviera a repetir la blasfemia se le atravesara la lengua con un hierro al rojo y se lo arrojara del Cuerpo. En un teatro que lleva su nombre se ha blasfemado de Cristo.
El cristo hippie, el cristo superstar, el cristo guitarrero, el cristo estúpido que se muestra en tantos ambientes católicos y en tantos grupos juveniles. O el cristo guerrillero que vimos hace unos años atrás. Todavía recuerdo los carteles: “BUSCADO”. Y aparecía Jesús con la barba y el pelo que parecía más Fidel Castro que Jesucristo, con la ametralladora o el fusil al hombro. “BUSCADO. INDIVIDUO PELIGROSO”.
Toda esas son falsificaciones de Cristo, como son falsificaciones de Cristo muchas imágenes hechas con tal mal gusto que nos hacen recordar a aquel tipo que tenía un taller de obras religiosas, y lo encuentra un amigo haciendo una imagen de un santo de yeso y le dice: “¿Y ése qué santo es?” “Y… depende. Si me sale con barba es Jesucristo, si no María Magdalena”. ¡Esas imágenes que vemos a veces del Señor!
El padre Castellani describe un cuadro del Sagrado Corazón y dice: “Era una de esas imágenes suavemente persuasivas en que el poderoso fundador del cristianismo era un zoncito triste de cabellos rubios”. Imaginemos la figura y, agrega Castellani, “parecía un hortelano polaco con un pimiento morrón en la mano”.
¡Tantas veces nos han presentado así al Sagrado Corazón de Jesús!, como una Magdalena a la cual le han pintado la barba. ¡Eso no es el amor de Cristo! Aquel gran escritor católico, León Bloy, escribía un día en su diario, en el mes de junio: “Día del Sagrado Corazón. ¡Malaya los que ven en este día el color rosado, cuando es la sangre roja de Cristo que brota a borbotones del Corazón abierto!”. El Corazón de Cristo, el amor de Cristo, no es una cosa blanca, fofa, unisex, romanticona, sensiblera. El Corazón de Cristo es el corazón atravesado en la Cruz por la lanza del soldado. Es el Corazón coronado de espinas. ¡Eso es el amor de Cristo! No una sensiblería barata de música sentimental.
El Corazón de Cristo es el Corazón de Cristo presente en la Eucaristía. El Corazón de Cristo es el Corazón que nos entrega desde la Cruz a su Madre para que sea nuestra Madre del cielo. ¡Ese es el amor de Cristo! Amor Crucificado, amor valiente, amor que entrega hasta la última gota de su sangre. No los falsos cristos. El Cristo del Evangelio. El único Cristo verdadero es Dios y es hombre. No es un gran hombre solamente. ¡Es Dios! ¡Es Dios hecho hombre! Y es perfecto como Dios y como hombre. Esa perfección de Cristo que podemos ver hasta en sus rasgos físicos, no en esas imágenes que decía recién.
La Sábana Santa: el retrato de Cristo.
Miremos aquella imagen de Cristo que no está pintada por mano de hombre. Miremos esa imagen milagrosa de Cristo que está impresa en la Sábana Santa de Turín. Tomémosla entre las manos y contemplemos esa imagen.
Hay un libro sobre la Sábana Santa , El retrato de Cristo del Padre Carreño, que coloca en una hoja que se despliega todas las imágenes de Cristo famosas. Desde las primeras pinturas en mosaicos de las catacumbas en los primeros siglos del cristianismo hasta el arte moderno, pasando por los grandes pintores y escultores de la historia. Pasando por “La Pietá” de Miguel Ángel, por el Cristo de Leonardo Da Vinci, por el Cristo de Ruolf y otros artistas. Y al lado de eso, el rostro de Cristo como está en la Sábana Santa.
Y si uno compara ese rostro de Cristo en la Sábana Santa y se queda allí mirándolo, mirándolo en esa expresión magnífica que al mismo tiempo está llena de dolor y llena de paz y de serenidad. Junta una inmensa paz y ese inmenso dolor. Un rostro de un hombre sufriente, pero un rostro que es más que humano y un rostro que se ha impreso allí milagrosamente.
Y uno dice: todos los esfuerzos de los artistas, de los pintores, de los dibujantes, de los escultores, para representarnos lo que era el rostro de Cristo no sirven para nada. No tienen nada que hacer con esa imagen que Cristo quiso imprimir maravillosamente y milagrosamente en la Sábana Santa. Ha ¬gan un día la prueba. Quédense en silencio un momento mirando ese rostro de Cristo y verán que no exagero.
Y así tiene que haber sido el Señor en su vida. La serenidad y el dolor. La sencillez, la humildad y al mismo tiempo el poder.
Los santos: imitadores de Cristo.
Ahora bien, hace un rato decíamos: ¿Cómo imitar a Dios? Dios se nos muestra en Cristo, pero todavía a veces nos desanimamos un poco. “Pero yo soy flojo; pero yo soy pecador… Claro, Cristo tenía todo eso, pero porque era Dios, y yo soy nada más que un hombre, un pobre pecador”. ¿Cómo puedo hacer yo para imitar a ese arquetipo, ese modelo de perfección infinita? ¿A Cristo lo veo cerca? ¿Confío en El? ¿Lo quiero? Pero al mismo tiempo lo veo demasiado alto, demasiado grande. Es mi amigo, es el que me perdona, es el que me ama, el que llama. Es mi hermano porque me ha hecho hijo de Dios. Pero también es el Señor, es el Verbo de Dios, es el Verbo que se hizo carne. ¿Cómo puedo imitarlo? Ahí precisamente está el lugar de los santos.
Los santos son los caminos para llegar a Cristo. Los santos nos están mostrando los caminos para llegar a la imitación de Cristo. Fíjense: si miramos las cosas que Dios ha creado, es infinita la variedad de cosas que ha hecho. Para un planeta habitado (y por más que haya hipótesis, teorías y discusiones, hasta ahora el único que conocemos es el nuestro), llenó los cielos con millones de soles, de estrellas y de planetas. Y en este planeta habitado Dios no se quedó en chiquito ¡Cuántas son las especies, las variedades infinitas de plantas, animales, de cosas que Dios ha creado! ¡Cuál es la maravilla que existe mirando una célula con el microscopio, una gota de agua, el ala de un insecto, las cosas más pequeñas de la naturaleza! ¡Y cuánta la maravilla de las cosas que podemos descubrir a la distancia con el telescopio!
¿Por qué Dios creó tanta infinita variedad de creaturas? Porque las creaturas son cada una de ellas como un espejito que está reflejando un rayo de la infinita protección de Dios. Por eso Dios hizo que las cosas creadas fueran muchas y fueran distintas y fueran múltiples. Para que nosotros mirando las cosas pudiéramos ver a Dios.
Yo a veces me planteo esto. Es el problema que uno tiene cuando enseña catecismo. Cuando uno les dice a los chicos: “¿Saben qué es el cielo? Ver a Dios”. Y los pobres chicos, ¿qué piensan? Una de esas espantosas imágenes donde Dios aparece como un viejo venerable de barba blanca, sentado arriba de un globo o de una nube, con Jesús entre los brazos y con la palomita del Espíritu Santo revoloteando y arriba de la cabeza. Y eso mal pintado. Entonces los chicos miran y dicen: “y en el cielo uno ve a Dios… bueno un ratito está bien, pero a los quince minutos la cosa se pone aburrida, y mientras el catequista o la catequista insiste más y más en explicarles qué es la eternidad y a poner ejemplos para explicar la eternidad, el niño cada vez tiene un susto más grande y dice: “por lo menos en el infierno me van a dejar portarme mal y patalear un poco”.
Ver a Dios. Tenían mucha mejor imaginación y pedagogía catequística los pieles rojas, cuando explicaban el cielo como una inmensa pradera llena de búfalos. Sabemos que no es así, pero para un pueblo de guerreros y cazadores, como eran los píeles rojas, ¿cuál es la imagen de la felicidad? La imagen de la felicidad era una pradera llena de caza. ¡Eso sí los podía entusiasmar mucho más que la imagen falsa que nosotros presentamos del cielo! Y toda la felicidad que el piel roja encontraba en la caza del búfalo, en el cielo la iba a tener y mucho más.
Entonces nosotros no mentiríamos si a un muchachito de catecismo que nos dice: “Padre, ¿en el cielo podré jugar al fútbol?”; le contestáramos: “todos los partidos que quieras y vas a hacer todos los goles que quieras, y vas a ganar siempre”. No le estaríamos diciendo una mentira, porque esa felicidad que él pone en el partido, en los goles y en el triunfo, en el cielo la va a tener y mucho más.
Y pensemos nosotros en todas las cosas bellas que podemos mirar. En el paisaje de una noche estrellada, en los lagos del sur, en la armonía de una flor, en los colores de un insecto, en el rostro de una persona querida, y podemos decir: “Ver a Dios es todo eso y mucho más, infinitamente más. Eso es ver a Dios”.
Cada una de las creaturas refleja un rayito de ese sol de infinita belleza que es Dios. Lo mismo pasa en la Iglesia. Cristo , la perfección infinita de Cristo Jesús, se refleja en la multitud de los santos. Podemos imaginar a los santos como las distintas piedritas de un mosaico. Cada una de esas piedritas tiene un tamaño, una forma, un color distinto. Y entre todas esas piedritas, mientras se las va componiendo en forma de un mosaico, se forma un retrato.
Así son los santos. Cada uno de los santos refleja una de las infinitas perfecciones de Cristo. Y entre todos los santos nos muestran como un retrato de Cristo y todavía existe allí la inmensa distancia que hay entre el retrato y la realidad de la persona. Pero las perfecciones infinitas de Cristo las descubrimos en los santos.
Y así los santos nos muestran el camino para seguir a Cristo. Nos muestran los distintos aspectos, las distintas facetas de esa perfección infinita de Cristo. Y nos están mostrando cuál debe ser el camino para imitar. Cada uno de nosotros tiene un camino que es propio e irrepetible. Pero cada uno de nosotros, conociendo la vida de los santos, puede descubrir ¡cuál es el camino!, mi sendero; de qué forma yo puedo seguir a Cristo. Para esto también es necesario que conozcamos verdaderamente lo que son los santos y lo que no son los santos.
Deformaciones de la misión del santo.
¿Cuál es la relación que tiene la gente muchas veces con los santos? Los santos vienen a ser y son nuestros intercesores. Los santos ruegan a Dios por nosotros.
Pero a veces, el que los santos nieguen a Dios por nosotros, le pidan a Dios por nosotros, es lo único que la gente mira. Y entonces los pobres santos vienen a transformarse en una especie de “mangueros” o de “coimeros” celestiales, con los cuales nosotros nos tenemos que acomodar para llegar al patrón y así el patrón nos consiga aquello que nosotros queremos.
Y la costumbre, que existe todavía en algunas partes de que si el santo no me cumplió, lo pongo “en penitencia”. San Antonio no consiguió novia, de cara contra la pared o colgado con la cabeza para abajo, en penitencia, “pues yo le recé la novena y el santo no me cumplió”. Y eso existe. El creer que infaliblemente con la novena le vamos a sacar a Dios lo que se nos ocurra pedirle. Aprobar el examen aunque no hayamos estudiado; sacarnos la lotería o el Prode para solucionar nuestra situación económica, etc. Y algunos miran así a los santos. Y si los santos no funcionan, se inventan santos: San Cono, para ganar la lotería; la Difunta Correa o Pancho Sierra y todas esas caricaturas de los santos que aparecen en algunos lugares de nuestra Patria. ¡No! Los santos son nuestros intercesores delante de Dios, pero son mucho más que eso.
Los santos tampoco son tipos que ya nacieron santos. Eso aparecía antes, sobre todo en algunas vidas de santos, donde nos mostraban tan maravilloso al santo que uno se desanimaba. Uno veía que al santo, desde que nació, le volaba una palomita sobre la cuna y una tía piadosa decía: “de esta niña van a salir cosas grandes”.
Y el santo no mamaba los viernes de cuaresma y no quería ir a jugar un partido con los amigos porque prefería ayudar misa. Entonces nosotros que queríamos ir a jugar el partido en vez de ir a misa, ya nos sentíamos desalentados. Entonces decimos: “no, eso no es para mí”. O sea los santos son algunos tipos muy especiales, a los cuales Dios los eligió para ser santos. Ya nacieron así y ya se les notaba desde chico, porque era medio pavito. Y entonces nosotros nos damos cuenta que vivir, ser cristianos, nos cuesta, que tenemos que pelearla, que metemos la pata y que caemos en pecado. Entonces decimos: “¡No! En todo caso trataré, en fin, de caer en buen lado en el momento de la muerte, pero en fin, de no hacer macanas demasiado gordas y confesarme cuando me vaya mal para que Dios me tenga misericordia y me deje un lugarcito del lado de la puerta en el cielo. Pero yo no nací para santo”.
No. Esas son falsificaciones de los santos, y sabemos porque nos lo muestra la historia de la Iglesia que ha habido santos que siguieron a Dios en la inocencia, en la pureza desde niños, pero que también ha habido santos que fueron grandes pecadores, María Magdalena, la mujer de mala vida de la cual Cristo arroja siete demonios. San Agustín, el hombre que peca con la carne en el sexo y con la inteligencia en la herejía. San Pablo , el que persigue a la Iglesia. San Ignacio de Loyola, el capitán aventurero que va a terminar siendo el “Capitán de Cristo Rey ” después de su conversión.
O sea, los santos son hombres y mujeres como nosotros, jóvenes y viejos, varones y mujeres, chicos y grandes, pobres y ricos, mendigos y reyes, soldados y emperadores, profesionales, amas de casa, religiosos y laicos que se tomaron en serio el Evangelio y la vida cristiana, que quisieron hacer algo grande por Cristo; que regaron con la oración y con la fuerza de la gracia esa semillita de la vida cristiana para tratar de imitar a Cristo. Y eso no es fácil, por supuesto. Por eso tampoco va aquella imagen a la cual ya me referí: el santo flojito, el santo sentimentalón, el santo que es bueno porque no le da el cuero para ser malo; el santo pavote, el santo unisex.
No, ser santo es heroico. Lo dice el padre Castellani: “Los santos fueron varones. Ellos supieron morir. Hasta en las santas mujeres hubo un algo de varón. Y esto es lo que no sabían y podían concebir una nación donde es libre tener o no religión. Nos los pintan los pintores cual muñecos afeitados, cual muñecos extasiados en lumínicas delicias con un halo de zafiro. Mejor debieran pintarlos sucios y mal afeitados; los santos son soldados de esos que saben morir”.
La santidad compromete al martirio.
Es heroica la santidad. El héroe y el santo son los dos modelos, los dos arquetipos de una vida plena. Las virtudes sobrenaturales: la fe, la esperanza, la caridad, la humildad, la misericordia, la oración, y las virtudes naturales: la palabra empeñada, el coraje, el heroísmo, el amor por la familia, por la justicia, por la patria. El héroe y el santo se identifican, porque el héroe cristiano, el que se juega la vida por una causa humana noble, por la patria, por la justicia, por la familia, por Dios, es santo. Y el santo al mismo tiempo es alguien que ha vivido heroicamente el Evangelio, el seguimiento de Cristo, las virtudes humanas. Por eso el héroe y el santo se identifican en el mártir. En aquel que es capaz de dar con su sangre testimonio de que se ha tomado en serio aquello que está predicando con su lengua.
El mártir. Pero nuestro tiempo es cobarde; nuestro tiempo de compromiso, nuestro tiempo de diálogo, nuestro tiempo de cobardía, nuestro tiempo de “no te metas”; no quiere saber nada con los mártires. Le vuelve las espaldas, lo quiere olvidar. El cardenal de Polonia, Wydzinky, el maestro de Juan Pablo II, dijo alguna vez: “No existe la Iglesia del silencio; existe la Iglesia de los sordos. Y ésa es la Iglesia de Occidente”.
San Pablo decía que somos como miembros del Cuerpo de Cristo y dice: “¿Cómo puede ser que un miembro sufra, si yo no sufro con él?”. Y nosotros, cristianos de Occidente, de este Occidente cobarde, de este Occidente apóstata, volvemos las espaldas al martirio. Preferimos la vida cómoda, la vida fácil, el compromiso, la transacción, incluso el tender la mano de diálogo con aquellos que tienen la mano manchada con la sangre de nuestros hermanos en la fe.
Y sin embargo, en nuestro tiempo, a pesar de todo eso, en nuestro tiempo el martirio ha estado presente, tal vez como en ninguna otra época de la historia de la Iglesia. Cuando pensamos en los mártires, pensamos en aquellas historias hermosas de los primeros siglos. En el circo romano, en los leones, en San Esteban apedreado. Pero pensemos brevemente en nuestro siglo.
La santidad va unida con el heroísmo, y nuestro siglo a pesar de ser un siglo de cobardía, es también un siglo de heroísmo. Por eso frente a los falsos modelos tenemos que levantar los Santos. Al principio decíamos: a un joven se lo educa con principios y con palabras, pero sobre todo con ejemplos. Si un chico o una chica ven que en casa papá o mamá dicen “hay que hacer esto”, pero hacen lo contrario, ¿qué es lo que queda? ¿Lo que dicen? No, lo que hacen.
En nuestra educación los modelos son importantes. En todos los órdenes. Es importante para la Patria que la historia que se enseña en las escuelas sea la historia verdadera. Algunos dicen: “Los argentinos, todavía nos vivimos peleando por cosas de hace ciento cincuenta años atrás. Que si Rosas, o que sí Sarmiento, etc. Eso no tiene importancia”. ¡Mentira! Sí tiene importancia. Si fuera solamente cuestión de fechas, de batallas, de libros… fenómeno. Eso sería problema para una rata de biblioteca que le gusten los papeles viejos. Pero no es eso. Cuando una nación tiene levantados monumentos en el bronce para los que han sido traidores, entreguistas y vende patrias, y ésas son las figuras que se muestran como ejemplos a los jóvenes en la enseñanza, estamos formando generaciones de traidores, entreguistas y vende patrias, porque esos son los modelos que estamos poniendo.
Cuando los modelos para la juventud, son todos esos personajes de la farándula, de la televisión, del triunfo fácil y de la plata fácil, ¿qué juventud estamos formando cuando al santo y al héroe lo han reemplazado los ídolos? Y cuando puede ser ídolo, hasta un personaje como Michael Jackson, que se hace diez operaciones para arreglarse la cara, para conseguir un producto que no es ni blanco ni negro, ni varón ni mujer y figurar en las remeras de nuestros jóvenes. Cuando, como si no hubiera santos en nuestro tiempo, tratan de imponernos los santones.
Precisamente, ¿por qué? Porque los encuentran fuera de la Iglesia, o al Che Guevara o a Luther King, o al Mahatma Gandhi. Pero, ¡silencio! sobre aquellos que heroicamente dan testimonio de Cristo en nuestro tiempo y en nuestros días.
Un ejemplo entre miles, entre millones que se podrían encontrar en nuestro tiempo del santo que junta en el martirio la santidad y el heroísmo. Eso es lo que precisamos hoy en nuestra Patria Argentina. En esta Patria que nació cristiana. Cristiana con la Cruz de Cristo y con la espada de los conquistadores.
Cristiana con aquellos hombres como en los ejércitos de la independencia quisieron a la Virgen como Generala y quisieron que los colores nuestra bandera fueran los del manto de la Inmaculada. Cristiana con aquellos que levantaron la bandera de la “Religión o muerte” como Facundo Quiroga. Pero después vinieron los doctorcitos unitarios, los hombres de las logias y las masonerías, los que quisieron darnos una escuela laica, una universidad atea y una Patria sin Dios. Los de la enseñanza laicista, los del divorcio, los del ateísmo, los de la reforma, los del liberalismo y el marxismo y la masonería.
Esa es la herida profunda en el corazón de nuestra Patria. Porque los argentinos nos olvidamos que esta Argentina nació cristiana. Porque nos olvidamos de Dios y de los mandamientos y de nuestra herencia cristiana. Esa es la raíz profunda de la crisis de nuestra Patria. Es una herida en el alma, en el alma de la Patria que han tratado de vaciar y que hoy tratan de vaciarla más todavía: en la mentira, en la corrupción, en la prostitución cultural, en la falsificación de los medios de comunicación, en la escuela y la universidad sin Dios, en la injusticia, en la trampa, y en la mentira en la vida económica, en el abandono del patriotismo, en el individualismo donde cada uno trata de salir adelante sin que importe nada de nada.
Hay que volver a las raíces cristianas de nuestra Patria porque solamente siendo plenamente cristianos, por el camino de los santos y por el camino de Cristo, podremos ser plenamente hombres y argentinos. Porque ese hombre vertical, del cual alguna vez hemos hablado, no ese hombre que está doblado como el chancho para hundirse en la inmundicia y en el barro y en la miseria de la vida de todos los días, sino el hombre de pie; el hombre que sobre sus pasiones e instintos tiene una voluntad fuerte y sobre la voluntad fuerte, una inteligencia que le muestra la verdad; solamente ese hombre vertical, de pie, es capaz de mirar hacia arriba, de mirar hacia Dios. Pero para eso necesita la gracia. Porque nuestra naturaleza humana, herida por el pecado no puede ponerse de pie, vertical, sin la gracia de Dios.
Pensemos en nuestra pobre Patria. En esa Patria que si la miramos en su derrota y en su entrega podemos llorarla con los versos de Rubén Darío:
“Seremos entregados a los bárbaros fieros, tantos millones de hombres hablaremos inglés. Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros. Callaremos ahora para llorar después”.
Que si la miramos en su interior la podemos llorar con los versos de Castellani, cuando dice:
“Pobre Patria en manos de hombres tenderos y charlatanes. Será posible que hayan muerto ya todos tus capitanes”.
Eso es lo que precisa nuestra Patria. El Santo y el héroe. Y que el Santo sea heroico en el testimonio de la fe, en señalar la mentira, la injusticia, el anti-Dios.. Como el Padre Castañeda, como el Padre Meinvielle, como el Padre Castellani y los héroes cristianos, como aquellos pilotos en Malvinas que, con el rosario en el cuello sabían, al mismo tiempo que, lejos, en el suelo de la Patria, la madre, la novia, la esposa, la hija; tenían en sus manos ese mismo rosario y rezaban por el heroísmo, por la victoria cristiana. Eso es lo que necesitamos.
Y para eso: mirar hacía los santos, porque mirarlos a ellos es mirar hacia Cristo. Y mirar a Cristo y tomar a Cristo como imagen, como modelo, como arquetipo, es encaminarnos nosotros hacia la plenitud, hacia la perfección, como cristianos y como hombres
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2-Un pueblo ferviente y piadoso
glorifica un nuevo milagro:
el inmaculado milagro de la fe.
Por Andrés Mendieta*).
Envío del autor.
Por Andrés Mendieta*).
Envío del autor.
A diez años que Cristóbal Colón pisara tierras del llamado Nuevo Mundo el licenciado Hernando de Lerma llegó al valle de Salta procedente de Esteco, acompañado de vecinos y aborígenes para fundar una ciudad.
Esto fue el mismo día lunes de Pascua de Resurrección del año 1582 (16 de abril) cuando “El dicho Señor Gobernado.r (Hernando de Lerma), mandó hacer y se hizo un hoyo, donde cerca de el estaba un palo puesto y dijo: Que en nombre de la Santísima Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, e de la gloriosa Virgen, su bendita Madre, e del Apóstol Santiago, luz y espejo de España y en nombre de su Majestad Señor Rey Felipe Segundo, como su Gobernador y Capitán General Justicia Mayor de estas Provincias del Tucumán y sus dependencias, como leal creado y vasallo suyo, y en virtud de sus Reales poderes e instrucciones, mandaba y mandó poner y se puso el dicho palo, por picota, en dicho hoyo… y que de hoy en adelante para siempre jamás se nombre y llame esta dicha ciudad. Ciudad de Lerma en el Valle de Salta…” comenzó a construirse, por la religiosidad de sus habitantes un camino con trayectoria histórica cargada de fe.
De acuerdo al auto de fundación de la ciudad, el escribano Rodrigo Pereyra da testimonio que se encontraban presentes “el Reverendísimo Señor Obispo D. Fray Francisco de la Victoria de estas Provincias, é D. Francisco de Salcedo, deán de la Catedral de Santiago del Estero de estas Provincias, é D. Pedro Pedrero de Trero, Chantre de dicha Santa Iglesia, é Fray Incola Gómez, Comendador de la orden de Nuestra Señora de las Mercedes, de estas Provincias, é Fray Bartolomé de la Cruz de la orden de San Francisco”.
Fray Francisco de la Victoria ofició aquí una misa y quien en la oportunidad ofreció una imagen al primer templo que debía levantarse en la naciente ciudad, en testimonio de amor y para celebrar la feliz coincidencia -¿auspicio providencial?- de su paso hacia Lima para asistir al tercer concilio, convocado por el obispo Toribio de Mogrovejo.
También el Obispo durante su estada en la “muy noble ciudad” celebró misas y llevó la Palabra de Dios a conquistadores, fundadores y a naturales “de esta Valle de Salta, Jujuy, Calchaquí, Pulares, Cochinota, Omahuaca é todos los demás circunvecinos é comarcales” que habían participado de la ceremonia fundacional. En el repartimiento de solares, ocurrido el 17 de abril se destinaron parcelas con destino a la Iglesia Mayor y para el Convento de San Francisco.
Estos actos, al parecer, al Obispo Victoria histórica y piadosamente quedaron vinculados a la nueva ciudad.
No se descarta que, conociendo el espíritu dadivoso del obispo Victoria, que al viajar a España en 1590, se conectó con hábiles escultores de Madrid para que tallaran dos imágenes.
“La una, un santo crucifijo, de aspecto devotísimo, pues solo mirarle resuelve en lágrimas de constricción los pechos más endurecidos; y se destinó para la Iglesia Matriz de la ciudad de Salta que su Ilustrísima había erigido donde hoy se venera; la otra fue una santa imagen de Nuestra señora del Rosario, dedicada para el convento de la Orden de Predicadores, cuya fundación dejaba dispuesta con la misma advocación en la ciudad de Córdoba, y salió de extraordinaria belleza y de tan devoto y cariñoso atractivo , que es el imán de los corazones cordobeses…”, según lo señalara el sacerdote jesuita Pedro Lozano.
Tras largo camino.
La tradición oral dice que las dos imágenes enviadas desde España arribaron a América en forma prodigiosa. Un día de tantos, humildes marineros y pescadores que cumplían sus tareas en las proximidades del puerto del Callao (Perú) divisaron “dos arcas que venían surcando aquel océano, nunca más providencialmente pacífico, como si fuesen dos ligerísimas carabelas. La novedad del caso despertó la atención de los presentes y convocó multitud del pueblo para que hubiese más testigos del prodigio. Siguieron su rumbo con gran acierto, pisando montañas de espumas, sin divisarse el gobernaba a modo de bajel, aunque se reconocía su destreza y no pararon hasta tomar puerto a la orilla, sin que humano impulso las moviera”, continúa expresando el padre Lozano.
Ante el estupor de los presentes las autoridades del lugar dispusieron la apertura de los cajones apareciendo en el interior de ellos dos singulares imágenes de notoria belleza: un Cristo Crucificado y una Virgen del Rosario. La primera con destino a Salta y la otra para Córdoba. Ambas arcas llevaban impresas los siguientes rótulos del donante: “El Obispo del Tucumán”.
Se organizaron numeroso actos de veneración a las imágenes llegas al Callao por espacio de siete días hasta que el entonces virrey del Perú Hurtado de Mendoza mandó a conducir la preciosa carga a la Villa del Potosí, tarea que estuvo a cargo de alrededor de cincuenta “vecinos, caballeros de lustre nobleza”. La travesía fue sumamente dura. Los feligreses debieron afrontar fríos extremos, accidentes geográficos con alturas superiores as los tres mil metros, exuberante vegetación pobladas de peligrosas alimañas y la constante amenaza de las tribus belicosas.
Desde allí, el 13 de agosto de 1592, partió una nueva caravana con destino a Salta trasladando las reliquias obsequiadas por el obispo Victoria las que arribaron treinta días después. El derrotero escogido –según el periodista y andinista Milenco Juan Jurcich- debió ser la Ruta de Postas, de acuerdo a los antecedentes que se guardan en los Archivos de Indias: Potosí, Cainza, Sorapalca, Escara, Cotagaita, La Ramada, Suipacha, Mojos (cerca de la actual La Quiaca), Cangrejos, La Cueva, Humahuaca, Hornillos, Huayra, Jujuy, La Cañada, Posta de La Angostura (en La Caldera) y Salta.
“Tras largo caminos
que amparó el milagro,
por mares y montes,
llegaste a este suelo,
con tu amor buscando,
el amor de un pueblo”.
Esto ocurrió el 15 de setiembre de 1592 que al decir por monseñor Miguel Angel Vergara, “nuestro precioso Señor del Milagro vivo trasunto de Jesús Crucificado, ostentando sus ropas heridas y enseñando acerbo dolor en la agonía de la Cruz, cruzó sobre la América de nuestros antepasados en el empeño de sus conductores, acaso pronunciando otra vez, para este Nuevo Mundo las siete palabras que encierran su doctrina, su ley, su obra, su amor y su gloria”.
Por su parte; Julián Toscano, cuenta que “todo estaba preparado para la recepción de las efigies; en el momento que se supo su proximidad, el Gobernador (Don Juan Ramírez de Velazco), con la poca tropa que aquí había y con lo más notable del vecindario de ambos sexos, salió a encontrarlas hasta el alto que más tarde debía llamarse “Campo de la Cruz”. Allí las recibió, en efecto, y con aquel lúcido acompañamiento entró el milagroso Señor para ser el más celoso guardián, el verdadero y único Salvador de este pueblo que lo recibiera para colocarlo en el sagrado templo de la Matriz, donde debía permanecer para consuelo de muchas generaciones”
Esto ocurrió el 15 de setiembre de 1592 que al decir por monseñor Miguel Angel Vergara, “nuestro precioso Señor del Milagro vivo trasunto de Jesús Crucificado, ostentando sus ropas heridas y enseñando acerbo dolor en la agonía de la Cruz, cruzó sobre la América de nuestros antepasados en el empeño de sus conductores, acaso pronunciando otra vez, para este Nuevo Mundo las siete palabras que encierran su doctrina, su ley, su obra, su amor y su gloria”.
Por su parte; Julián Toscano, cuenta que “todo estaba preparado para la recepción de las efigies; en el momento que se supo su proximidad, el Gobernador (Don Juan Ramírez de Velazco), con la poca tropa que aquí había y con lo más notable del vecindario de ambos sexos, salió a encontrarlas hasta el alto que más tarde debía llamarse “Campo de la Cruz”. Allí las recibió, en efecto, y con aquel lúcido acompañamiento entró el milagroso Señor para ser el más celoso guardián, el verdadero y único Salvador de este pueblo que lo recibiera para colocarlo en el sagrado templo de la Matriz, donde debía permanecer para consuelo de muchas generaciones”
“… torpes las almas
no correspondieron
la dulce demanda,
y en olvido ingrato
dejaron tu imagen
por un siglo entero”.
Un Cristo olvidado.
Cien años transcurrieron en la ciudad con un Cristo humillado, roto de dolor y de angustia, sólo y olvidado. Sobre los pobladores reinaba el pecado de las pasiones, el rencor y la ambición de poder, de riqueza y de gloria.
Hasta que, el 13 de setiembre de 1692, precedido de sordos rumores y de sacudones, “hubo un terremoto y temblor en esta ciudad de Salta, tan particular en lo desaforado de él”, como lo señalara el entonces vicario eclesiástico Don Pedro Chávez de Abreu. Más adelante el mismo cronista hace la siguiente descripción: “Siendo tan grande y formidable el primer temblor que se cimbraron las torres de la ciudad, volviendo a ponerse derechas, tocando de suyo las campanas grandes de la Compañía de Jesús, quedando las torres de la Matriz y la de San Francisco abiertas amenazando ruinas de manera de que fue necesario derribarlas”.
Entonces, en medio de la desesperación y la impotencias de los vecinos el padre José Carrión escuchando un mandamiento divino, pidió que sacaran la imagen del Cristo a la calle, entre penitentes, llantos y súplicas.
Desde la Iglesia Matriz partió una procesión llevando bajo palio al Santísimo Sacramento. Desde el templo de la Merced sale otra de penitencia que lleva la efigie de Cristo Crucificado. Monseñor Julián Toscano al hacer una narración de lo que aconteció en aquella manifestación de fe dice que: “Los padres mercedarios caminaban con los pies descalzos, ceñidos de burdos hábitos, confundidos con el pueblo que dejaba escapar gemidos desgarradores; el pueblo sigue sus ejemplos entregándose sin reparos a diferentes actos de mortificación, ya de disciplina, ya cubriéndose el rostro y la cabeza con cenizas, como en los antiguos tiempos de los patriarcas”. Los jesuitas improvisaron un altar y una cátedra frente al templo con otra imagen de Jesucristo y allí se rezó una misa.
Y desde entonces el pueblo de Salta pide al Cristo del Milagro que su misericordia descienda sobre todos como el rocío más tierno de la tierra.
*) Instituto Histórico Santiago de Liniers “Comendador por la Provincia de Salta”; Soberana Orden Ecuestre de Loyola Caballeros Americanos Siglo XXI Orden Militar y Hospitalaria “Muy Augusto Caballero de Gracia – Gran Capitán para la Provincia de Salta”.“Ciudadano destacado de la Ciudad de Salta", distinción otorgada por el Concejo Deliberante el 28 de Octubre de 2009.
dejaron tu imagen
por un siglo entero”.
Un Cristo olvidado.
Cien años transcurrieron en la ciudad con un Cristo humillado, roto de dolor y de angustia, sólo y olvidado. Sobre los pobladores reinaba el pecado de las pasiones, el rencor y la ambición de poder, de riqueza y de gloria.
Hasta que, el 13 de setiembre de 1692, precedido de sordos rumores y de sacudones, “hubo un terremoto y temblor en esta ciudad de Salta, tan particular en lo desaforado de él”, como lo señalara el entonces vicario eclesiástico Don Pedro Chávez de Abreu. Más adelante el mismo cronista hace la siguiente descripción: “Siendo tan grande y formidable el primer temblor que se cimbraron las torres de la ciudad, volviendo a ponerse derechas, tocando de suyo las campanas grandes de la Compañía de Jesús, quedando las torres de la Matriz y la de San Francisco abiertas amenazando ruinas de manera de que fue necesario derribarlas”.
Entonces, en medio de la desesperación y la impotencias de los vecinos el padre José Carrión escuchando un mandamiento divino, pidió que sacaran la imagen del Cristo a la calle, entre penitentes, llantos y súplicas.
Desde la Iglesia Matriz partió una procesión llevando bajo palio al Santísimo Sacramento. Desde el templo de la Merced sale otra de penitencia que lleva la efigie de Cristo Crucificado. Monseñor Julián Toscano al hacer una narración de lo que aconteció en aquella manifestación de fe dice que: “Los padres mercedarios caminaban con los pies descalzos, ceñidos de burdos hábitos, confundidos con el pueblo que dejaba escapar gemidos desgarradores; el pueblo sigue sus ejemplos entregándose sin reparos a diferentes actos de mortificación, ya de disciplina, ya cubriéndose el rostro y la cabeza con cenizas, como en los antiguos tiempos de los patriarcas”. Los jesuitas improvisaron un altar y una cátedra frente al templo con otra imagen de Jesucristo y allí se rezó una misa.
Y desde entonces el pueblo de Salta pide al Cristo del Milagro que su misericordia descienda sobre todos como el rocío más tierno de la tierra.
*) Instituto Histórico Santiago de Liniers “Comendador por la Provincia de Salta”; Soberana Orden Ecuestre de Loyola Caballeros Americanos Siglo XXI Orden Militar y Hospitalaria “Muy Augusto Caballero de Gracia – Gran Capitán para la Provincia de Salta”.“Ciudadano destacado de la Ciudad de Salta", distinción otorgada por el Concejo Deliberante el 28 de Octubre de 2009.
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