miércoles, 7 de abril de 2010

EN DEFENSA DEL SANTO PADRE VII-

Fuente. ARGENTINOS ALERTA Y AICA
ENVÍO DE: ARGENTINOS ALERTA.


UNA CAMPAÑA DE DESCRÉDITO DE LA IGLESIA PARA MINAR SU CREDIBILIDAD.


Escrito por Administrador

(AICA)-



El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, recordó que el sacerdote de Cristo debe ser misericordioso y digno de fe, al presidir la Misa Crismal en la catedral Nuestra Señora de los Dolores, donde bendijo los santos óleos y renovó las promesas sacerdotales del clero platense.
“La misericordia, la compasión, la cercanía y solidaridad con los hombres, en su dimensión teologal y evangélica, es una realidad sobrenatural que ha de manifestarse en especies y gestos de tierna y viril humanidad, pero que no puede confundirse con la mera simpatía, la dulzura de carácter, la melosidad o la filantropía”, advirtió.



El prelado destacó además la importancia del sacramento del perdón y de su crisis, al señalar “es preciso volver al confesionario -decía el Santo Padre hace pocos días- como lugar en el que ‘habitar’ más a menudo, para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse amado y comprendido por Dios y experimentar la presencia de la misericordia divina, junto con la presencia real en la Eucaristía”.

Asimismo, insistió sobre la necesidad de que el sacerdote sea “digno de fe”, que se da ante todo “por su participación en la autoridad servicial del Señor que dimana de su ser sacerdotal, de su consagración. Pero esta dote debe manifestarse también en su aspiración a la santidad y en el denodado esfuerzo con que ha de empeñarse en alcanzarla”.



“Digno de fe por su entrega a Dios, a la Iglesia, a las almas, compromiso que lo obliga a vencer todo egoísmo, a no dejarse ganar por la tibieza, la mediocridad del funcionario de la religión, la comodidad burguesa del ‘pasarla bien’; su entrega está destinada a la cruz. Lo contrario de la dignidad que lo acredita, de su fidelidad, es su abandono al pecado y su conformismo, autocomplaciente o resignado, con él”, aseveró.


Monseñor Aguer estimó que “el drama principal de la Iglesia es el pecado de sus sacerdotes y la tragedia peor es que justifiquen su permanencia en ese estado de postración espiritual argumentando con la lógica del relativismo y camuflando así su triste situación de derrotados. Quizá la frivolidad les impida reconocer lo que han perdido y la flagrante contradicción con su propia identidad”.


“La cultura contemporánea, al menos aquellas expresiones suyas que campean en los medios de comunicación, no cree en el sacerdocio, lo mira con sorna, se burla de él y quisiera despojarlo de su gloria; promueve los vicios, y si por desgracia, un sacerdotes cae en ellos, finge escandalizarse y utiliza aquel desliz para demoler la identidad sacerdotal, para mostrarlo como indigno de fe, como un falsario”, dijo.


En otro momento de su reflexión, monseñor Aguer consideró que “el pecado de algunos sacerdotes –muchos sacerdotes quizá, y graves pecados- ha servido recientemente para montar una campaña de descrédito de la Iglesia que intenta minar su credibilidad. La conducen y se pliegan a ella los grupos y personajes que promueven el aborto, la eutanasia, las aberraciones sexuales y la destrucción de la familia; apuntan bien, han centrado el ataque en la figura del Papa”.


“Es una nueva batalla de una guerra antigua. El senador italiano Marcello Pera ha escrito, a este propósito, días pasados: la guerra es entre el laicismo y el cristianismo. Los laicistas saben bien que si un salpicón de fango cayese sobre la sotana blanca, la Iglesia quedaría emporcada, y de ser manchada la Iglesia también lo sería la religión cristiana. Así es: se procura desprestigiar a la Iglesia en el campo de la educación de los niños; se quiere negarle autoridad para orientar el sentido moral de la sociedad; de esta manera se induce a las masas a pensar que el cristianismo es un engaño, o un negocio”, explicó.


Alertó en este sentido que “lo que se busca es destruir al catolicismo, excluir del ámbito de la cultura humana la referencia al misterio sobrenatural, laicizar más radicalmente aún la vida y las costumbres, pervertir en las mayorías el discernimiento de lo que es bueno y lo que es malo. Para producir estos estragos hay que apartar a los pueblos del conocimiento de Jesucristo y del contacto medicinal de sus sacramentos. Por eso se ataca al sacerdote y al que lo representa por excelencia, el Papa”.


“Es el grito de Voltaire: ‘¡Aplasten al infame!’ La ferocidad jacobina y las fuerzas oscuras que la alimentan cuentan hoy con medios más sofisticados que en el siglo XVIII; ya durante las sesiones del Vaticano II, más de cuarenta años atrás, el padre Arrupe, prepósito general de la Compañía de Jesús, denunció una estrategia perfectamente planeada, la de una sociedad atea que controla organizaciones mundiales en la finanza, el cine, la radio y la prensa. Se huele netamente en todo esto, en los males internos y en los ataques de los enemigos, el influjo del Enemigo por excelencia”, aseguró.


Por último, monseñor Aguer recordó a los sacerdotes, que renovaron sus promesas, que “la fidelidad es también un compromiso sagrado de nuestra libertad, llamada a resistir hasta derramar la sangre en la lucha contra el pecado. Debemos apoyarnos mutuamente en esta lucha, en la que cada uno de nosotros no está solo, sino amparado en la comunión de fe y caridad que constituye a la Iglesia y se expresa en la solicitud fraterna por la suerte de los otros y del todo eclesial. Estén atentos –dice la Carta a los Hebreos- para que nadie sea privado de la gracia de Dios”.

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