(Un homenaje al Viejo Camarada don Alberto Buela - En la foto)
Por Aristóteles
Hace apenas unos días atrás, estuve de visita en el escritorio de un camarada. Como a los pocos minutos de mi llegada tuvo que retirarse de urgencia, cometió el desatino de dejarme solo en aquel cuarto. Para no aburrirme púseme a pensar en mi teoría sobre los elefantes sin trompa, la que será agregada a las de la evolución del desventurado Darwin, como una humilde contribución a quien en vida se sintió pertenecer al linaje directo de los cuadrumanos, y no al de los hijos de Dios.
Pero como, lo que habría de restarle de trompa al bicho, sería conveniente agregarle de cuello para que pueda verdear, venía a resultar que, de un elefante, habría hecho un jirafa gorda. Digo: monumental. Luego mis pensamientos eran una pavada más. ¿O tal vez no? Habrá que pensarlo. Y estando en esto, veo a un costado una desordenada pila de papeles (este camarada es un despelotado total, pero las Reglas de San Bernardo me impiden hablar mal de otro camarada).
En cuanto los hurgué me di con unos periódicos viejos. Hojeándolos pude ojear un artículo del camarada Alberto Buela que no estaba en mi colección. Entonces lo copié para transmitírselos a ustedes, pensando que, tal vez, tampoco lo tengan. Y como todo lo que escribe el camarada es bueno, creo que este también lo es, por lo que allí va de punta a punta.
* * *
SOBRE LA IDEA DE VIRTUD Y SU FUNCIONALIDAD POLÍTICA
La ética se divide en tres grandes ramas: la que pone el acento en la doctrina de los bienes y que busca responder sobre lo que todos apetecen; la de las virtudes, que estudia las actitudes o hábitos en que se expresa la conducta; y la de los deberes, que se ocupa de las exigencias morales que el hombre debe cumplir.
Aristóteles, el pensador teleológico por antonomasia, distingue entre tres fines (bienes): aquellos que son honestos, útiles y deleitables, los que se vinculan a otras tantas formas de amistad o philía, las que a su vez en su ejercicio muestran otros tantos tipos de virtudes.
Mi interés en esta brevísima meditación es mostrar como se ha producido un cambio en las virtudes y en el concepto específico de virtud.
Todo el mundo lo sabe, los abogados primero que todos, que existen desde Platón para acá cuatro grandes virtudes cardinales a las que el mundo cristiano le agregó tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad).
Así para los griegos las virtudes cardinales, llamadas así por los romanos (cardinis = gozne), porque sobre ellas giran como en un gozne todas las otras, nacen de las partes en que se divide el alma: racional (prudencia = phrónesis) radicada en la cabeza; irascible (fortaleza = andreia) ubicada en el pecho y la concupiscible (templanza = sophrosyne), localizada en el vientre. Y sobre ellas, responsable de su equilibrio, la justicia o dikaiosyne.
A su vez estas virtudes o sus vicios respectivos estaban vinculadas a las diferentes clases sociales que constituían la sociedad: así, los gobernantes están vinculados a la prudencia/imprudencia, los soldados a la fortaleza/cobardía y los comerciantes a la templanza/voluptuosidad.
Todo esto pareciera ser que no existe más. ¿A quién se le puede ocurrir hablar de las virtudes en la sociedad de consumo? O al menos de estas virtudes. Y sin embargo, ellas están ahí, al alcance de la mano. Se las predicamos a nuestros hijos y las enaltecemos cuando las encontramos en nuestros amigos. ¿Quién no quiere ser prudente, valiente, templado y, sobre todo, justo? Pero nuestra sociedad no le da cabida a la creación de las condiciones de posibilidad del hombre justo. Fabrica un hombre light, legere, débole, liviano, para quien todo es relativo, todo equivalente, todo se’gual como decía Minguito Tinguitela en la Mesa del Bar.
Ciertamente que las virtudes han ido cambiando en su preferencia y en la disposición de los hombres respecto de ellas. Este es un hecho incontrastable, que hace ya medio siglo vio un filósofo olvidado como Otto Bollnow (1896-1972) en un libro extraordinario titulado Esencia y cambio de las virtudes (1958).
Y cual es la explicación de este cambio. Es que la comprensión de ciertas virtudes se pierde en la medida en que declina el mundo espiritual que las sustenta.
En este sentido existe, por ejemplo, un lenguaje cultural del mundo griego, e inclusive, del mundo cristiano tradicional, que es, para la gran mayoría incomprensible hoy día.
El virtuoso hoy aparece como una mosquita muerta y la honradez como consecuencia de un carácter débil.
Tres conceptos diferentes de virtud
1. En la llamada época heroica, la de Hornero y Hesíodo, la virtud = areté era una cualidad que permitía al hombre desempeñar un papel social.
2. En la tradición clásica que va desde Sócrates hasta fin de la edad media, la virtud es una cualidad que permite al hombre alcanzar su fin = telos sea natural como sobrenatural.
3. Y en la tradición moderna que va desde el Renacimiento para acá, la virtud es una cualidad útil para conseguir el éxito sea terrenal o celestial. Son las llamadas virtudes burguesas.
Se ha producido una evolución de las virtudes y cambio en sus preferencias. Así, estrictamente hablando, la arete en Hornero es muy amplia y debe traducirse por nuestro actual concepto de "excelencia" (ej. un corredor veloz muéstrala areté de sus pies; Iliada, 20, 411), sin que su posesión implique virtud para nosotros, que nos manejamos con el concepto de virtud clásica en donde el fin=telos fija el sentido. Con la modernidad este telos se bastardea y es limitado a lo útil, al éxito, al confort o bienestar. Así pleonexia = codicia, el vicio que designa el querer más de lo que uno necesita, se transformó en la modernidad en una virtud conocida como el afán de lucro.
Consideraciones presentes
Un filósofo de la altura del escocés Alasdair Maclntyre (1929), en un libro liminar como es Tras la virtud (1981), luego de estudiar detalladamente este proceso va a afirmar que "Lo que me enseña la educación en las virtudes clásicas, es que mi bien como hombre es el mismo que el bien de aquellos otros que constituyen conmigo la comunidad humana" (op. cit. pág. 281).
Pero al mismo tiempo "la tradición de las virtudes discrepa con ciertos rasgos centrales del orden económico moderno y en especial con su individualismo, con su afán adquisitivo y su elevación de los valores del mercado al lugar social central" (op. cit. pág. 312).
Y así puede responderle tanto a J. Rawls como a R. Nozick, dos de los más significativos teóricos del pensamiento liberal contemporáneo, que la justicia no está dictada ni "por el agente racional situado tras un velo de ignorancia" ni "por el principio de igualdad respecto al derecho", sino que es la amistad = filía aristotélica, la forma fundamental y más justa de relación humana en bienes que se comparten.
Vemos así, una vez más, que de los tres tipos de amistad:
a) la que deriva de la mutua utilidad,
b) la que deriva del mutuo placer y
c) la que deriva de una preocupación común por los bienes que son de ambos amigos, es ésta última la que funda la ciudad = polis. Y este es el rasgo que en definitiva distingue a los griegos de los bárbaros, que carecen de polis, porque ignoran las relaciones políticas que se fundan en la antiphilía u honestas amicitia o amistad recíproca (1).
Referencia:
(1) Aristóteles dice: "Hemos definido tres maneras de entender la palabra amistad: la primera se define por la amistad recíproca (antiphilía); la segunda por la utilidad y la tercera por el placer" (Etica Endemia, 1236 a 31-33). Y afirma a renglón seguido que las dos últimas existen incluso entre los animales y sólo la amistad como antiphilía es exclusivamente humana y gracias a la cual y a partir de ella el hombre se puede manifestar plenamente como un zoon politikon, como un animal político.
Tomado del Periódico Patria Argentina, pág. 6, del 6 de febrero de 2006. De esta manera cumplo con el camarada. Y con ustedes también como exige San Bernardo: Que Dios los bendiga.
Un aporte de Marcos M Eberle Patterson
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Por Aristóteles
Hace apenas unos días atrás, estuve de visita en el escritorio de un camarada. Como a los pocos minutos de mi llegada tuvo que retirarse de urgencia, cometió el desatino de dejarme solo en aquel cuarto. Para no aburrirme púseme a pensar en mi teoría sobre los elefantes sin trompa, la que será agregada a las de la evolución del desventurado Darwin, como una humilde contribución a quien en vida se sintió pertenecer al linaje directo de los cuadrumanos, y no al de los hijos de Dios.
Pero como, lo que habría de restarle de trompa al bicho, sería conveniente agregarle de cuello para que pueda verdear, venía a resultar que, de un elefante, habría hecho un jirafa gorda. Digo: monumental. Luego mis pensamientos eran una pavada más. ¿O tal vez no? Habrá que pensarlo. Y estando en esto, veo a un costado una desordenada pila de papeles (este camarada es un despelotado total, pero las Reglas de San Bernardo me impiden hablar mal de otro camarada).
En cuanto los hurgué me di con unos periódicos viejos. Hojeándolos pude ojear un artículo del camarada Alberto Buela que no estaba en mi colección. Entonces lo copié para transmitírselos a ustedes, pensando que, tal vez, tampoco lo tengan. Y como todo lo que escribe el camarada es bueno, creo que este también lo es, por lo que allí va de punta a punta.
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SOBRE LA IDEA DE VIRTUD Y SU FUNCIONALIDAD POLÍTICA
La ética se divide en tres grandes ramas: la que pone el acento en la doctrina de los bienes y que busca responder sobre lo que todos apetecen; la de las virtudes, que estudia las actitudes o hábitos en que se expresa la conducta; y la de los deberes, que se ocupa de las exigencias morales que el hombre debe cumplir.
Aristóteles, el pensador teleológico por antonomasia, distingue entre tres fines (bienes): aquellos que son honestos, útiles y deleitables, los que se vinculan a otras tantas formas de amistad o philía, las que a su vez en su ejercicio muestran otros tantos tipos de virtudes.
Mi interés en esta brevísima meditación es mostrar como se ha producido un cambio en las virtudes y en el concepto específico de virtud.
Todo el mundo lo sabe, los abogados primero que todos, que existen desde Platón para acá cuatro grandes virtudes cardinales a las que el mundo cristiano le agregó tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad).
Así para los griegos las virtudes cardinales, llamadas así por los romanos (cardinis = gozne), porque sobre ellas giran como en un gozne todas las otras, nacen de las partes en que se divide el alma: racional (prudencia = phrónesis) radicada en la cabeza; irascible (fortaleza = andreia) ubicada en el pecho y la concupiscible (templanza = sophrosyne), localizada en el vientre. Y sobre ellas, responsable de su equilibrio, la justicia o dikaiosyne.
A su vez estas virtudes o sus vicios respectivos estaban vinculadas a las diferentes clases sociales que constituían la sociedad: así, los gobernantes están vinculados a la prudencia/imprudencia, los soldados a la fortaleza/cobardía y los comerciantes a la templanza/voluptuosidad.
Todo esto pareciera ser que no existe más. ¿A quién se le puede ocurrir hablar de las virtudes en la sociedad de consumo? O al menos de estas virtudes. Y sin embargo, ellas están ahí, al alcance de la mano. Se las predicamos a nuestros hijos y las enaltecemos cuando las encontramos en nuestros amigos. ¿Quién no quiere ser prudente, valiente, templado y, sobre todo, justo? Pero nuestra sociedad no le da cabida a la creación de las condiciones de posibilidad del hombre justo. Fabrica un hombre light, legere, débole, liviano, para quien todo es relativo, todo equivalente, todo se’gual como decía Minguito Tinguitela en la Mesa del Bar.
Ciertamente que las virtudes han ido cambiando en su preferencia y en la disposición de los hombres respecto de ellas. Este es un hecho incontrastable, que hace ya medio siglo vio un filósofo olvidado como Otto Bollnow (1896-1972) en un libro extraordinario titulado Esencia y cambio de las virtudes (1958).
Y cual es la explicación de este cambio. Es que la comprensión de ciertas virtudes se pierde en la medida en que declina el mundo espiritual que las sustenta.
En este sentido existe, por ejemplo, un lenguaje cultural del mundo griego, e inclusive, del mundo cristiano tradicional, que es, para la gran mayoría incomprensible hoy día.
El virtuoso hoy aparece como una mosquita muerta y la honradez como consecuencia de un carácter débil.
Tres conceptos diferentes de virtud
1. En la llamada época heroica, la de Hornero y Hesíodo, la virtud = areté era una cualidad que permitía al hombre desempeñar un papel social.
2. En la tradición clásica que va desde Sócrates hasta fin de la edad media, la virtud es una cualidad que permite al hombre alcanzar su fin = telos sea natural como sobrenatural.
3. Y en la tradición moderna que va desde el Renacimiento para acá, la virtud es una cualidad útil para conseguir el éxito sea terrenal o celestial. Son las llamadas virtudes burguesas.
Se ha producido una evolución de las virtudes y cambio en sus preferencias. Así, estrictamente hablando, la arete en Hornero es muy amplia y debe traducirse por nuestro actual concepto de "excelencia" (ej. un corredor veloz muéstrala areté de sus pies; Iliada, 20, 411), sin que su posesión implique virtud para nosotros, que nos manejamos con el concepto de virtud clásica en donde el fin=telos fija el sentido. Con la modernidad este telos se bastardea y es limitado a lo útil, al éxito, al confort o bienestar. Así pleonexia = codicia, el vicio que designa el querer más de lo que uno necesita, se transformó en la modernidad en una virtud conocida como el afán de lucro.
Consideraciones presentes
Un filósofo de la altura del escocés Alasdair Maclntyre (1929), en un libro liminar como es Tras la virtud (1981), luego de estudiar detalladamente este proceso va a afirmar que "Lo que me enseña la educación en las virtudes clásicas, es que mi bien como hombre es el mismo que el bien de aquellos otros que constituyen conmigo la comunidad humana" (op. cit. pág. 281).
Pero al mismo tiempo "la tradición de las virtudes discrepa con ciertos rasgos centrales del orden económico moderno y en especial con su individualismo, con su afán adquisitivo y su elevación de los valores del mercado al lugar social central" (op. cit. pág. 312).
Y así puede responderle tanto a J. Rawls como a R. Nozick, dos de los más significativos teóricos del pensamiento liberal contemporáneo, que la justicia no está dictada ni "por el agente racional situado tras un velo de ignorancia" ni "por el principio de igualdad respecto al derecho", sino que es la amistad = filía aristotélica, la forma fundamental y más justa de relación humana en bienes que se comparten.
Vemos así, una vez más, que de los tres tipos de amistad:
a) la que deriva de la mutua utilidad,
b) la que deriva del mutuo placer y
c) la que deriva de una preocupación común por los bienes que son de ambos amigos, es ésta última la que funda la ciudad = polis. Y este es el rasgo que en definitiva distingue a los griegos de los bárbaros, que carecen de polis, porque ignoran las relaciones políticas que se fundan en la antiphilía u honestas amicitia o amistad recíproca (1).
Referencia:
(1) Aristóteles dice: "Hemos definido tres maneras de entender la palabra amistad: la primera se define por la amistad recíproca (antiphilía); la segunda por la utilidad y la tercera por el placer" (Etica Endemia, 1236 a 31-33). Y afirma a renglón seguido que las dos últimas existen incluso entre los animales y sólo la amistad como antiphilía es exclusivamente humana y gracias a la cual y a partir de ella el hombre se puede manifestar plenamente como un zoon politikon, como un animal político.
Tomado del Periódico Patria Argentina, pág. 6, del 6 de febrero de 2006. De esta manera cumplo con el camarada. Y con ustedes también como exige San Bernardo: Que Dios los bendiga.
Un aporte de Marcos M Eberle Patterson
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