martes, 17 de febrero de 2009

¡Ha, el puma!


Días pasados, regresando a las Pircas me encontré con Jorge el peón que cumple con las faenas rurales de la casa, quien me contó que la noche anterior le habían matado cuatro ovejas unos pumas que andan merodeando en la zona, y al vecino de este ya le llevaban muertos quince animales entre cabras y ovejas, lo que para una economía doméstica y a pequeña escala es un verdadero tirón de atrás.

Por esa causa me fui acompañado de él a “verificar in situ” la depredación, aun que con esa sensación de no poder hacer nada ante la incursión pasada por el puma, tan sólo que se sientan de alguna manera reconfortados con mi presencia. Y así, a media mañana me encontraba repechando la senda del cerro que nos conducía hasta su rancho, enclavado en la puerta de una angosta quebrada que se pierde ascendiendo entre las cumbre de los cerros desde donde descuelga seguramente sus embestidas el forajido animal, que guiado por su instinto de supervivencia sólo lo hace de noche (al revés que los indios del cine) y encima sus embates los llevan a cavo aprovechando noches lluviosas, con nubes apoyadas sobre el monte y la quebrada crecida con un bramido infernal, que tapa sus ruidos.

Allí nos esperaba Félix, silencioso y vigilante con sus dos perros, pues había quedado de custodia de la tropa de animales que se salvaron. Nos condujo hasta el lugar donde encontró la primera de las ovejas muertas, a unos escasos quince o veinte metros del corral junto a la casa, era un monte cerrado, bajo y espeso a escasos tres metros de la senda de herradura que sube al cerro, donde todavía estaba el suelo movido, algunas ramas rotas, y un suave y raro olor característico de su andanza.

Dos de las ovejas las dieron por perdidas y llevadas por los pumas, en razón de no haber podido encontrar sus restos por ninguna parte.Esta es la realidad que viven los pobladores de los cerros y no es ficción. Esta noche, pueden atacarle nuevamente su corral de ovejas, ya cebados por su cacería anterior, y ellos saldrán a esa boca de lobo a defender su ganado, enfrentándolos armados sólo con machetes por que los políticos hicieron todo lo posible por desarmarnos, (¿serán de la sociedad protectora de animales o del Circo Romano?) Para un criollo de los cerros, hacer los siete trámites y colas que implica poder tener la portación de un rifle 22, es como si a uno de nosotros nos mandaran a comprar hoy acciones de Marry Lynch en la bolsa de Nueva York.

El grupo familiar está compuesto por María Rosa, sus cuatro hijos de los cuales el mayor tiene unos diecisiete años y las dos menores entre diez y once años, y Félix que está jubilado. ¡Que presencia de ánimo para salir a encontrarse en algún matorral con un puma a media noche, con una linterna casera, dejando los chicos en el rancho sin luz eléctrica, lloviznando, con el ruido atronador de la quebrada que solo es superado por los truenos que retumban entre los cerros y las quebradas, y que duplican su fragor cuando uno está metido entre las nubes!.

Nosotros luego de hacer conjeturas en ese lugar, decidimos seguir hacia donde nos indicaba Félix diciéndonos: -¡Deben estar en esa cerrazón!-. Y nos señaló con una mano fuerte y rústica, de dedos cortos y quemada por mil soles, unas cumbres montuosas que se perdían entre las nubes, seguramente origen del cauce de agua que pasaba junto a nosotros en ruidoso torrente de color gris plata envuelto en espuma blanca, la que surgía del choque con grandes pedrones ya desgastados por su acción y al que debimos saltar como gamos en repetidas oportunidades buscando alguna piedra que emergiera en la mitad del caudal, donde hacer pié, y para lo cual yo había perdido toda aptitud y me costó un día de cama y tres de almohadilla eléctrica para recuperarme de la marcha y los resbalones. Esto me hizo recordar al dicho: “no es pa todos la bota y potro”. (Esta es una bota muy especial que la usan sólo algunos domadores).

Nos turnábamos para ir adelante observando el camino en busca de algún puma o rastro, yo con mi pistola reglamentaria aptrestada, mi chambergo de género de ala ancha y mi cuchillo de monte, hasta que descubrí que Félix quién iba en esa tarea en aquel momento, andaba paisajeando, entonces le dije en vos alta: -¡Félix, vamos buscando el puma!- y me contestó: ¡Ah, el puma!

Pero yo creo que con su sexto sentido y en su hábitat natural, detectaría antes que yo cualquier movimiento extraño en el monte sin que se lo pidiera.

Y habiéndose agotado la mañana y yo medio maltrecho pero sin demostrarlo, por que los otros dos venían frescos como lechuga, resolvimos pegarnos la vuelta con el propósito de volver a caballo por esas sendas.

Las Pircas, 10 de febrero de 2009

Escrito por: Guillermo Zuviría

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