sábado, 27 de febrero de 2010

LA VERGÜENZA PERDIDA ES IRRECUPERABLE

Por: Cosme Beccar Varela.


e-mail: correo@labotellaalmar.com


La vergüenza es "un sentimiento de pérdida de dignidad ocasionado por alguna falta cometida o por alguna acción o estado deshonroso o humillante", dice el diccionario. La reacción normal de un hombre avergonzado es tratar de hacer cesar la causa de su vergüenza cuanto antes, reparando el mal hecho, haciendo cesar el estado deshonroso o humillante en que se encuentre, cualquiera sea el sacrificio que deba hacer para eso. Lo que una persona normal no hace es aceptar su vergüenza como si no pasara nada y vivir en ese estado indefinidamente. Eso sólo lo hacen los sinvergüenzas descarados..


Aquí ocurren cosas que serían capaces de avergonzar a un hombre de las cavernas, pero no a los argentinos, a quienes esas cosas nos importa muy poco y está probado hasta la saciedad que podemos convivir con ellas tranquilamente.


Veamos por ejemplo el caso inédito de un Presidente que usurpa su cargo y cuando deja el poder, se lo pasa a su mujer mediante nuevas maniobras fraudulentas en las cuales participan una banda de personajes corruptos e ineptos ("la dirigencia") que comparten los privilegios de la política como "oficialistas" o como pseudo "opositores" .


Para colmo de males la mujer conyugalmente instalada en la Presidencia, al igual que su marido y predecesor y sus ministros más conspicuos, se enriquecen fabulosa y misteriosamente, cohonestados por jueces, fiscales y controladores administrativos que lo permiten por adulación gratuita –caso raro pero posible- o porque participan del saqueo.


Este enriquecimiento ilícito no es una simple sospecha, ha pasado a ser una certeza pública y notoria. Y es tal la publicidad de esos actos delictivos que puede pensarse que hay una mente maquiavélica que se dedica a "constituir en vergüenza" a los argentinos quitándoles toda excusa a su inaudita tolerancia.


No pueden decir: "¡Yo no sabía! ¡Si hubiera sabido!" Lo saben, ven a esta mujer presentarse aquí y en el mundo como Presidente de la Argentina y actuar con toda la ordinariez que le es propia. La oyen hablar con una suficiencia revulsiva de todo y cualquier asunto sin sonrojarse. Y lo que es peor, violar la Constitución y las leyes constantemente, con una impavidez de narcotizada y desatender el servicio del bien común afrentosamente.


En la Argentina hay miseria; hay enfermos que no son atendidos; hay 800 secuestrados políticos contra toda justicia de los cuales ya han muerto 80; hay jubilados a los que no se les paga; hay una clase media que se hunde cada día más en la angustia económica; hay desocupación; la ganadería ha sido diezmada; el campo es esquilmado; los impuestos son arrasadores pero no sirven para el servicio del bien común sino para enriquecer a los funcionarios; el Chaco profundo es un escarnio nacional con sus habitantes en un estado de desnutrición irreversible. Nada de eso altera la sonrisa despreocupada de la usurpadora ni la de sus cómplices.


Cada tanto la prensa resuelve poner de relieve alguno de los numerosos desmanes cometidos por esta denigrante Presidente y siempre encuentran un caso para machacar (ahora es el de las reservas del Banco Central) como si eso fuera lo más grave que ocurre en el país.
Otros asuntos muchísimo más graves, como el secuestro de 800 miembros de las FFAA sin juicio, sin jueces y sin justicia, son silenciados sistemáticamente o convalidados por la "oposición" y la prensa prejuzgando a los militares a los que no mencionan sino como “represores” o “genocidas”. Incluso “La Nación”, el diario de los “moderados de centro”.



Sin embargo, ni siquiera el horror de que en la Argentina haya campos de concentración en los cuales van muriendo ancianos oficiales y suboficiales por torturas psicológicas y abandono de persona en medio de la indiferencia general, es comparable con el espantoso envilecimiento de toda la Nación que vive cómodamente instalada en la vergüenza de que "nuestro" Presidente sea una mujer cuyo único título es haber compartido el lecho con el anterior que a su vez usurpó la presidencia.


Los "politicólogos" nada dicen de todo esto. Los opositores no exigen el juicio político y la destitución inmediata de la usurpadora. Sólo dedican páginas y horas de radiodifusión a exigir que ELLA "gobierne" y que no sea su marido quien lo haga por detrás del trono. Y en esa campaña indigna se embarcan casi todos los argentinos que opinan, omitiendo criminalmente la única posición posible o sea, exigir ardorosamente con clamores y con actos, que todas esta comparsa indigna se vaya al instante.


La Argentina puede caer más bajo -y sin duda caerá- pero el nivel de abyección al que ya cayó es suficiente como avergonzar hasta las piedras. Pero no a los argentinos, que hemos perdido toda clase de pudor y no tenemos intención alguna de recuperarlo mediante algún acto de pundonor, aunque sea mínimo.


Si hubiéramos caído en esta pútrida situación como consecuencia de una derrota aniquilante, después de haber luchado con valor para defendernos, deberíamos igualmente intentar con todas nuestras fuerzas recuperar la honra nacional, pero al menos tendríamos el atenuante de haber combatido para impedirlo. Sin embargo, en este caso, nos hemos prostituido sin que ninguna fuerza invencible nos hubiera obligado a aceptarlo y nos mantenemos en ese estado de abyección a pesar de que somos muchos más que quienes nos someten.


Si esto no es una vergüenza inaudita, no sé a qué se le puede llamar vergüenza. Pero la pasividad indigna en que nos mantenemos dentro de esa situación humillante es una prueba de que hemos perdido toda vergüenza, después de haber perdido el honor.


La única actitud digna de un argentino, aunque fuera el único y nadie lo acompañara, es execrar con indignación esta vergüenza, no transar jamás con ella, no excusar a quienes transan y estar seriamente dispuesto a actuar para hacerla cesar tan pronto como sea posible, dentro de las vías republicanas. De los que han perdido la vergüenza no cabe esperar nada porque la vergüenza perdida es irrecuperable.


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