viernes, 26 de septiembre de 2008

Yo acuso…

YO ACUSO, a casi todos los hombres de bien de nuestro pais que pese a conocer perfectamente donde esta la verdad y ser concientes de la injusticia que se esta cometiendo contra nuestros militares no hacen oir su voz en defensa de esa Verdad y no sacan ejemplo de los que valientemente SI se atreven.

Por Emile Zola (n)

Yo acuso.

[Carta a la Presidente de la República Argentina y a su esposo el ex Presidente. Texto completo].

República Argentina, 20 de Agosto de 2008

Carta a Cristina de Kirchner y a Néstor Kirchner
Presidenta de la República Argentina, y ex Presidente respectivamente.

Señores: ¿Me permitís que, agradecido por la bondadosa acogida que me dispensasteis, en este país hermoso en que he nacido y que, imitando y parafraseando a mi abuelo, de nombre y apellido homónimo, en su memorable carta de fines del Siglo XIX y que enviara al presidente de Francia, me preocupe de vuestra gloria y os diga que vuestra estrella, tan feliz hasta hoy, está amenazada por la más vergonzosa e imborrable mancha?

Habéis salido sanos y salvo de bajas calumnias, habéis conquistado los corazones.

Aparecisteis ambos radiantes en la apoteosis de la fiesta patriótica que, para celebrar la alianza con sus pares izquierdistas de Sudamérica y el Caribe, Chávez, Correa, Lula, Tabaré Vásquez y Fidel Castro, (el ex Obispo Lugo?), y con los voceros del anterior terrorismo nacional que pululan por doquier pero especialmente en los estamentos del Estado, del Congreso Nacional y de la Justicia, y en las Organizaciones de pretendidos “Derechos Humanos”, y os preparáis para presidir el solemne triunfo de vuestros ocultos designios que creéis coronará este último quinquenio de vuestro trabajo fecundo para prostituir a la verdad y a la Justicia.

¡Pero qué mancha de cieno está pendiente sobre vuestros nombres --iba a decir vuestro Reino-- que puede imprimir todo este abominable trabajo de prostituir impíamente ese Pilar sagrado que es el ESTADO DE DERECHO vulnerando flagrantemente los postulados de la verdad, la Justicia y la Libertad --que se supone deberían entender muy bien por ser ambos abogados-- llevando adelante los abominables juicios contra el personal militar, de Seguridad, Policial y Eclesiástico!

Por de pronto la Justicia se atreve a absolver a los Terroristas que iniciaron la Guerra Civil Revolucionaria, que asoló a nuestro país durante diez largos años llenando a la República de sangre y muerte. Guerra llevada a cabo por esos dementes con crímenes horrendos de lesa humanidad; bofetada suprema a toda verdad, a toda Justicia. Y no hay remedio; la Argentina conserva esa mancha y la Historia consignará que semejante crimen social se cometió bajo vuestra directiva y amparo.

Puesto que se está obrando tan sin razón, hablaré. Prometo decir toda la verdad y la diré si antes no lo hace un tribunal o la Corte Suprema con toda claridad.

Es mi Deber: no quiero ser cómplice. Todas las noches me desvelaría el espectro de los inocentes defensores de nuestra sagrada Patria y de nuestras gloriosas Tradiciones que expiran injustamente crímenes que no han cometido aunque se invente groseramente su culpabilidad.

Por eso me dirijo a ustedes gritando la Verdad con toda la fuerza de mi rebelión de hombre honrado.

Estoy convencido de que debéis entrar en razón y suspender esta persecución inicua que están realizando por vuestra orden vuestros Jueces. ¿A quién denunciar las infamias que se están cometiendo contra la JUSTICIA y el ESTADO DE DERECHO por parte de esa turba malhechora de verdaderos culpables en que se han convertido los Tribunales “Populares”, perdón “Federales”, si no es a ustedes primera magistrada y ex primer magistrado del país, para que entren en razón?

Ante todo, la verdad acerca de los procesos y de la condenación de tantos respetables hombres de armas de nuestro país, a quienes se está haciendo presentar como malhechores comunes.

Un hombre nefasto está conduciendo la trama ... Verbitsky; no se le conocerá bien hasta que una investigación leal, QUE MÁS TARDE O MÁS TEMPRANO LLEGARÁ, determine claramente sus actos y responsabilidades, y de todos los otros quienes están apoyando tan tremendo ataque a las señeras Instituciones de nuestra Patria.

Aparece como un espíritu borroso, complicado, lleno de intrigas novelescas, acompañado de diversos personajes, remanente putrefacto y grotesco de las hordas terroristas de hace treinta años atrás, surgidos con --hasta ahora-- imbatible poder gracias a vuestro apoyo y acción multiplicadora. Todos los cuales se complacen en aplicar recursos de folletín, papeles inventados, testigos falsos a todas luces que serían rechazados por el somero análisis de un estudiante de derecho cursando su primer año de estudios, pruebas insólitamente falsas.

Ellos han imaginado esos recursos anti constitucionales que todos las Tribunales de manera genuflexa están obedientemente aplicando en los procesos y condenas absurdas. Ellos y ustedes son los responsables directos primarios de todo este espantoso error judicial que se está cometiendo.

Se están buscando desesperantemente pruebas ocultas aceptando denuncias absurdas para lograr sospechas mínimas que son tomadas como prueba irrefutable de culpabilidad, que si no fuera una tragedia legal se podrían convertir en una simple novela de intrigas.

Aparece también la acción de los Jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y los cuadros en actividad de Generales, Almirantes y Brigadieres, que con su cómplice silencio apoyan esta siniestra acción desarrollada por ustedes y sus acólitos. Desde que una ligera sospecha, cierta o inventada, recae sobre un uniformado ya basta para detenerlo, llevarlo a un Tribunal y tratar de hacerlo declarar al antojo de los jueces venales.

Parecen inverosímiles las pruebas que se presentan en los “Juicios” desde 1983 hasta hoy día, los lazos en que se pretende hacer caer a los inculpados, las investigaciones destinadas a convertirse siempre en inculpaciones mentirosas, las combinaciones monstruosas... ¡qué denuncias tan crueles y sin sentido de justicia!

¡Ah! Por lo que respecta a esta primera parte, es una pesadilla insufrible, para quien está al corriente de sus detalles verdaderos.

Se toma aun inculpado y se lo incomunica. Se corre después a presionar a los familiares. En tanto los desdichados se arrancan la carne y proclaman a los alaridos su inocencia, mientras sigue la instrucción del proceso como si fuera una crónica del siglo XV, en el misterio, con una terrible complicación de expedientes y pruebas fútiles y falaces, todo basado en sospechas infantiles y en estúpidos engaños.

Si yo insisto, es porque veo en este germen --de donde saldrá más adelante el verdadero crimen-- la más espantosa degeneración de la Justicia, que afecta profundamente a nuestra Argentina.

Quisiera hacer palpable cómo puede ser posible tan enormes errores judiciales, cómo pudieron materializarse tan perfeccionadas las maquinaciones de mentes calenturientas que comenzando al final del año 1983 su efecto multiplicado aun hoy continúa, cada vez con mayor prisa y con mayor injusticia, pues se pretende imponer como verdades santas, de verdad indiscutible, aberraciones anticonstitucionales y legales, donde sólo sería a lo sumo encontrar errores y torpezas cuando más cediendo a las pasiones del momento. ¡Y vayan siguiendo las torpezas pero ahora gracias a vuestra parte!

Se murmuran --a veces a los gritos-- hechos terribles, situaciones monstruosas y, naturalmente, la nación se inclina llena de estupor, no halla castigo demasiado severo, se aplaude la degradación moral pública de los acusados, se goza viendo a los “culpables” sobre su roca de infamia devorados por sus remordimientos...

Todo ese circo no tiene otro objeto que ocultar la más inverosímil novela folletinesca. Para asegurar nuestra verdad sólo basta estudiar atentamente las actas de acusaciones, los relatos de los “testigos” y las condenas impartidas por los “Tribunales de Justicia”.

¡Ah! ¡Cuánta vaciedad! Parece mentira que con semejantes actos pudiesen ser condenados los injustamente acusados. Dudo que las gentes honradas pudiesen aceptar tales actos de “Justicia” sin que su alma se llene de indignación y sin que asome a sus labios un grito de rebeldía que día a día ya se percibe silenciosamente pero de tales proporciones que resultará prontamente imparable, al imaginarse la expiación desmesurada que sufren nuestros militares por haber derrotado al enemigo de la Patria.

El militar hizo tal cosa... (aunque sea de carácter inocente); crimen. En su casa se hallan papeles que se juzgan comprometedores; crimen. Algunas veces ha viajado; crimen. Es preocupado en el Servicio; crimen. Tiene algún sobrenombre familiar; crimen. Ha estado hace tiempo atrás en alguna Unidad hoy que está bajo sospecha, sin importar la coincidencia o no de años; crimen. Si no se turba ente interrogatorios insidiosos; crimen.

Todo es crimen, siempre crimen... a la cuenta de los militares. Y las ingenuidades de redacción de los expedientes de acusación, ¡las formales aserciones en el vacío más absoluto! Se habla de numerosas acusaciones y se cae en el ridículo de reconocer ¡por el perfume! O por los baches del camino de un recorrido presuntamente efectuado con los ojos vendados ¡hace treinta años atrás!!!

Se dice que en algún Tribunal ante la ausencia TOTAL de pruebas, los jueces se iban a ver obligados a, naturalmente, absolver al acusado, y desde entonces, con obstinación desesperada, para poder justificar la condena, se afirma la existencia de pruebas abrumadoras que lo justifica todo y ante las cuales todos debemos inclinarnos: ¡el Dios invisible e incognoscible! ... y así se justifica la condena!

¡NO! ¡NO! Es todo una mentira, tanto más odiosa y cínica, cuanto que se lanza impunemente sin que nadie pueda combatirla y cuanto que se lanza contra hombres valientes y honrados, cuyo ÚNICO pecado fue defender a nuestra Patria atacada, cumpliendo ordenes de su Presidente Constitucional.

Los que fabricaron este monstruo, conmueven el espíritu argentino que se oculta tras una legítima emoción; hace enmudecer las bocas de los hombres de bien, angustiando los corazones y pervirtiendo el sentido de la verdad y justicia en las jóvenes generaciones. ¡No conozco en la Historia un crimen cívico de tal magnitud!

He aquí señores Primeros Magistrados (uno de facto), los hechos que demuestran cómo se puede cometer tal error judicial. Y las pruebas morales, como el continuo clamor de inocencia, la falta de justificación de las detenciones, prisiones y condenas, que terminan ofreciendo a nuestros militares como víctimas de las extraordinarias maquinaciones del medio plagado de los derrotados de ayer y del visceral odio a los militares que deshonran a muchos de nuestros funcionarios gubernamentales y jueces.

Están pasando los años y cada vez más hay conciencias ciudadanas turbadas por lo que está ocurriendo y por la insidiosa propaganda oficial mentirosa que cada vez engaña a menos gente, lo cual termina por turbar profundamente y hacer que se inquieten, busquen la Verdad y se terminan de convencer de la inocencia de nuestros militares así atacados.

De manera imparable se está abriendo una nueva etapa. La Etapa del combate que se está librando en la conciencia de hombre de algunos magistrados y ante el peligro cierto de que tan desmesurada vulneración de los principios de la Justicia y la legalidad, terminen echando sobre sí los crímenes contra el ESTADO DE DERECHO que se está cometiendo y que tarde o temprano será motivo de juzgamiento cuando cambie la situación actual.

Ustedes y los jueces serán los más culpables como árbitros de la Justicia que no fue deliberadamente justa. Será terrible la terrible tormenta que se les vendrá encima, para estallar, cuando la verdad sea descubierta.

La revisión de los Procesos será el desquiciamiento de la novela folletinesca, tan extravagante como trágica, y cuyo espantoso desenlace se realiza en los Tribunales y cárceles comunes sin respetar los límites de edad que se respeta hasta para los criminales de delitos comunes de los más inmundos, y donde el resto de los condenados tratan con respeto a los militares presos, pues reconocen su inocencia.

No deja de ser una suerte los desquicios legales cometidos en estos años (el Congreso absurdamente anulando Leyes; la Corte Suprema anulando leyes sancionadas pese a haberse cumplido todos los requisitos legales y legítimos; el anular indultos de manera parcial --favoreciendo a los terroristas y condenando a los militares que los derrotaron-- el no respeto por vulnerar continuamente el Artículo 18 de la Constitución Nacional, etc., etc.) puesto que ello facilitará la revisión de todos estos juicios llevados a cabo “contra natura” y cargados de ilegalidad.

¡Oh justicia! ¡Que triste desconsuelo embarga el corazón! ¡Dios mío!, ¿por qué motivo? ¿con qué objeto siniestro? Que me indiquen una causa, una sola valedera. ¿Están pagando por haber ganado la Guerra contra el Terrorismo que amedrentaba a todo el pueblo? Precisamente el gobierno está repleto de los antiguos Terroristas que asolaban a nuestro país.

Verdaderamente asistimos a un espectáculo infame; para defender a esos terroristas cargados de vicios alienantes y crímenes, se acusa a cientos de hombres de bien que cumplieron valiente y ejemplarmente su Deber para con nuestra Patria. Cuando funcionarios de gobierno descienden a esas infamias, el sistema está próximo a corromperse definitivamente y aniquilarse.

A esto se reduce, señores Mandataria y ex Mandatario de la República, el asunto de estos “Juicios” indiscriminados a los militares y fuerzas de seguridad, a culpables que se trata de salvar haciéndolos aparecer como inocentes (los terroristas), para poder culpar a inocentes haciéndolos aparecer como culpables (los uniformados).

.Y abrevio porque sólo quise hacer una pequeña reseña, a grandes rasgos, de la Historia cuyas ardientes páginas serán escritas con toda extensión.

Aparte la deficiente elección de los jueces, las prebendas y/o amenazas ya bastan para debilitar su rectitud.

La opinión preconcebida que llevan los Jueces al tribunal y hasta las condenas escritas antes de comenzar el juicio, exime de profundizar más detalles.

Pero darán a los inocuos fallos y condenas un peso tremendo sobre el respeto hacia nuestro sistema de Justicia que desde el año 1983 hace sospechosas todas sus deliberaciones.

Era uno de los principios más inalterables de nuestro basamento de Justicia el de “la cosa juzgada” y hoy la vemos pisotear impunemente cuando el Jefe Supremo (ustedes) así lo dispone.

Si para condenar a los presuntos culpables militares se necesita mentir, falsear las pruebas, aceptar descaradamente falsos testimonios, sacarlos de los jueces naturales, violentar el principio de la cosa juzgada, despreciar las prescripciones, juzgar con leyes posteriores a la comisión de los presuntos delitos, sólo juzgar a una parte --justamente la que combatió y dio su vida para darnos una Patria libre-- y no castigar a los hicieron la Guerra con criminalidad y terrorismo con el fin de que seamos una segunda Cuba, tener listas las condenas antes de ni siquiera iniciarse el juicio... entonces señora Presidente y Presidente de facto consorte, no hay dudas respecto de en dónde está la verdad y la Justicia y quiénes son los verdaderos culpables que deben sentarse en el banquillo de los acusados.

¡Ah! Da profunda pena ver cómo se agita la demencia y la estupidez, maquinaciones locas, prácticas mafiosas, costumbres inquisitorias, ver el placer de unos aprendices de dictadores y tiranos que pisotean la nación, ahogando en la misma garganta el grito de verdad y de justicia, bajo el pretexto, falso y sacrílego, de un falso e inexistente “razón de estado”.

Y es un crimen más apoyarse con las personas más inmundas y bribonas (Terroristas, madres de Terroristas, abuelas de Terroristas, hijos de Terroristas, etc.), de manera que esos bribones triunfen insolentemente, derrotando el derecho y la probidad. Es un crimen haber acusado como perturbadores de la Argentina a cuantos quieren verla generosa y noble a la cabeza de las naciones libres y justas, mientras los canallas urden impunemente el error que tratan de imponer al mundo entero.

Es un crimen extraviar la opinión con tareas mortíferas que la pervierten y la conducen al delirio. Es un crimen envenenar a los pequeños y a los humildes, exasperando las pasiones de reacción y de intolerancia, y cubriéndose con un encubierto antimilitarismo, de cuyo mal morirá sin duda la Argentina libre, si no sabe curarse a tiempo. Es un crimen explotar el patriotismo para trabajos de odio; y es un crimen, en fin, hacer del odio un dios moderno, mientras toda la ciencia humana emplea sus trabajos en una obra de verdad y de justicia.

Tal es la verdad, señora Presidente y ex Presidente, verdad tan espantosa, que no dudo quede como una mancha en vuestras gestiones de gobierno. Supongo que reconozcáis vuestra absoluta responsabilidad en este asunto, que no hayáis sabido ser prisioneros de la Constitución y de la gente de bien, y no de los terroristas que os rodea; pero estáis a tiempo de cumplir un deber en el cual meditaréis cumpliéndolo, sin duda honradamente. No creáis que desespero del triunfo; lo repito con una certeza que no permite la menor vacilación; la verdad avanza y nadie podrá contenerla.

A partir de hoy principia el proceso, pues hoy han quedado deslindadas las posiciones de cada uno; a un lado los verdaderos culpables, que no quieren la luz; al otro los justicieros que daremos la vida porque la luz se haga. Cuanto más duramente se oprime la verdad, más fuerza toma, y la explosión será terrible. Veremos cómo se prepara el más ruidoso de los desastres.

Señores Presidenta y ex Presidente, concluyamos, que ya es tiempo.

YO ACUSO, a ustedes dos de los errores judiciales que se están cometiendo contra los militares, y por haber defendido su obra nefasta de gobierno de ya cinco años con maquinaciones descabelladas y culpables.

YO ACUSO, a la Corte Suprema de Justicia de la Nación por no haber tenido la honradez y valentía de oponerse a efectuar sanciones contrarias al ESTADO DE DERECHO, al menos por debilidad, efectuando una de las mayores iniquidades de justicia del siglo pasado y este que vivimos.

YO ACUSO, a los jueces venales que pese a tener pruebas en sus manos de la inocencia de la mayoría de los militares procesados y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpables del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Poder Ejecutivo comprometido.

YO ACUSO, a los altos mandos de las Fuerzas Armadas, de Seguridad y Policiales por haberse hecho cómplices del mismo crimen, y que pese a haber vivido la época de la Guerra Civil Revolucionaria a que nos arrastraron los Terroristas, no han sabido defender hasta las últimas consecuencias a sus subordinados enjuiciados anticonstitucionalmente y con evidencias de inocencia.

YO ACUSO, a los distintos funcionarios del Gobierno por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual se ha labrado el imperecedero monumento de la torpe audacia para mantener prebendas personales y “no ofender al soberano” (que en este caso no es el Pueblo sino ustedes dos).

YO ACUSO, a los terroristas enquistados en el Gobierno que no pueden abandonar su odio hacia los militares por haberles ganado la Guerra y ahora pretender ganarla por otros medios.

YO ACUSO, a casi todos los periodistas de los medios de comunicación social que, a veces sin sentirlo verdaderamente, apoyan las medidas anticonstitucionales contra los militares y que realizan una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública, pero que gracias a ellos, a esos militares que derrotaron al marxismo terrorista pueden hoy disponer de esos medios libres de difusión y no estar sometidos a una tiranía comunista. Y, peor aun, que lo hacen “para no perder dinero proveniente de la publicidad oficial”.

YO ACUSO, a muchos de los familiares de los militares detenidos, por no hacer manifestaciones expresas de repudio por lo menos imitando a lo que hacen los familiares de los Terroristas, y, mucho más grave, por no imitar a varios familiares de detenidos o no, que honrosa y valientemente dan la cara públicamente.

Y por último YO ACUSO, a casi todos los hombres de bien de nuestro país que pese a conocer perfectamente donde está la verdad y ser concientes de la injusticia que se está cometiendo contra nuestros militares no hacen oír su voz en defensa de esa Verdad y no sacan ejemplo de los que valientemente SÍ se atreven.

No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los medios de esta “Justicia” que estamos sufriendo, por lo que es probable que me acusen de delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales.

En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que no siento particularmente por ellas rencor ni odio sino simplemente desprecio y lástima. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio preciso y necesario de poder activar la explosión de la verdad y de la justicia.

Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la Argentina, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.

Así lo espero.

Émile Zola (nieto)
República Argentina
2008

Alegato en favor de los militares, y miembros de las Fuerzas de Seguridad y Policiales detenidos y bajo juicio anticonstitucional por el delito de haber defendido a la Patria de la agresión Terrorista marxista, dirigido por Émile Zola nieto mediante una carta abierta a la presidenta de Argentina y al ex presidente.

A continuación se agrega el alegato original escrito por su abuelo en Francia en 1898.

Yo acuso *

[Carta al Presidente de la República Francesa. Texto completo]
Émile Zola

París, 13 de enero de 1898

Carta a M. Félix Faure
Presidente de la República Francesa


Señor: Me permitís que, agradecido por la bondadosa acogida que me dispensasteis, me preocupe de vuestra gloria y os diga que vuestra estrella, tan feliz hasta hoy, esta amenazada por la más vergonzosa e imborrable mancha?

Habéis salido sano y salvo de bajas calumnias, habéis conquistado los corazones. Aparecisteis radiante en la apoteosis de la fiesta patriótica que, para celebrar la alianza rusa, hizo Francia, y os preparáis a presidir el solemne triunfo de nuestra Exposición Universal, que coronará este gran siglo de trabajo, de verdad y de libertad. ¡Pero qué mancha de cieno sobre vuestro nombre -iba a decir sobre vuestro reino- puede imprimir este abominable proceso Dreyfus! Por lo pronto, un consejo de guerra se atreve a absolver a Esterhazy, bofetada suprema a toda verdad, a toda justicia. Y no hay remedio; Francia conserva esa mancha y la historia consignará que semejante crimen social se cometió al amparo de vuestra presidencia.

Puesto que se ha obrado tan sin razón, hablaré. Prometo decir toda la verdad y la diré si antes no lo hace el tribunal con toda claridad.

Es mi deber: no quiero ser cómplice. Todas las noches me desvelaría el espectro del inocente que expía a lo lejos cruelmente torturado, un crimen que no ha cometido.

Por eso me dirijo a vos gritando la verdad con toda la fuerza de mi rebelión de hombre honrado. Estoy convencido de que ignoráis lo que ocurre. ¿Y a quién denunciar las infamias de esa turba malhechora de verdaderos culpables sino al primer magistrado del país?

Ante todo, la verdad acerca del proceso y de la condenación de Dreyfus.

Un hombre nefasto ha conducido la trama; el coronel Paty de Clam, entonces comandante. Él representa por sí solo el asunto Dreyfus; no se le conocerá bien hasta que una investigación leal determine claramente sus actos y sus responsabilidades. Aparece como un espíritu borroso, complicado, lleno de intrigas novelescas, complaciéndose con recursos de folletín, papeles robados, cartas anónimas, citas misteriosas en lugares desiertos, mujeres enmascaradas. Él imaginó lo de dictarle a Dreyfus la nota sospechosa, él concibió la idea de observarlo en una habitación revestida de espejos, es a él a quien nos presenta el comandante Forzineti, armado de una linterna sorda, pretendiendo hacerse conducir junto al acusado, que dormía, para proyectar sobre su rostro un brusco chorro de luz para sorprender su crimen en su angustioso despertar. Y no hay para que diga yo todo: busquen y encontrarán cuanto haga falta. Yo declaro sencillamente que el comandante Paty de Clam, encargado de instruir el proceso Dreyfus y considerado en su misión judicial, es en el orden de fechas y responsabilidades el primer culpable del espantoso error judicial que se ha cometido.

La nota sospechosa estaba ya, desde hace algún tiempo, entre las manos del coronel Sandherr, jefe del Negociado de Informaciones, que murió poco después, de una parálisis general. Hubo fugas, desaparecieron papeles (como siguen desapareciendo aún), y el autor de la nota sospechosa era buscado cuando se afirmó a priori que no podía ser más que un oficial del Estado mayor, y precisamente del cuerpo de artillería; doble error manifiesto que prueba el espíritu superficial con que se estudió la nota sospechosa, puesto que un detenido examen demuestra que no podía tratarse más que de un oficial de infantería.

Se procedió a un minucioso registro; examinándose las escrituras; aquello era como un asunto de familia y se buscaba al traidor en las mismas oficinas para sorprenderlo y expulsarlo. Desde que una sospecha ligera recayó sobre Dreyfus, aparece el comandante Paty de Clam, que se esfuerza en confundirlo y en hacerle declarar a su antojo.

Aparecen también el ministro de la Guerra, el general Mercier, cuya inteligencia debe ser muy mediana, el jefe de Estado Mayor, general Boisdeffre, que habrá cedido a su pasión clerical, y el general Gonse, cuya conciencia elástica pudo acomodarse a muchas cosas.

Pero en el fondo de todo esto no hay más que el comandante Paty de Clam, que a todos los maneja y hasta los hipnotiza, porque se ocupa también de ciencias ocultas, y conversa con los espíritus.

Parecen inverosímiles las pruebas a que se ha sometido al desdichado Dreyfus, los lazos en que se ha querido hacerle caer, las investigaciones desatinadas, las combinaciones monstruosas... ¡qué denuncia tan cruel!

¡Ah! Por lo que respecta a esa primera parte, es una pesadilla insufrible, para quien esta al corriente de sus detalles verdaderos.

El comandante Paty de Clam prende a Dreyfus y lo incomunica. Corre después en busca de la señora de Dreyfus y le infunde terror, previniéndola de que, si habla, su esposo está perdido. Entre tanto, el desdichado se arranca la carne y proclama con alaridos su inocencia, mientras la instrucción del proceso se hace como una crónica del siglo XV, en el misterio, con una terrible complicación de expedientes, todo basado en una sospecha infantil, en la nota sospechosa, imbécil, que no era solamente una traición vulgar, era también un estúpido engaño, porque los famosos secretos vendidos eran tan inútiles que apenas tenían valor. Si yo insisto, es porque veo en este germen, de donde saldrá más adelante el verdadero crimen, la espantosa denegación de justicia, que afecta profundamente a nuestra Francia. Quisiera hacer palpable cómo pudo ser posible el error judicial, cómo nació de las maquinaciones del comandante Paty de Clam y como los generales Mercier, Boisdeffre y Gonse, sorprendidos al principio, han ido comprometiendo poco a poco su responsabilidad en este error, que más tarde impusieron como una verdad santa, una verdad indiscutible, desde luego, solo hubo de su parte incuria y torpeza; cuando más, cedieran a las pasiones religiosas del medio y a prejuicios de sus investiduras. ¡Y vayan siguiendo las torpezas!

Cuando aparece Dreyfus ante el Consejo de Guerra, exigen el secreto más absoluto. Si un traidor hubiese abierto las fronteras al enemigo para conducir al emperador de Alemania hasta Nuestra Señora de París, no se hubieran tomado mayores precauciones de silencio y misterio.

Se murmuran hechos terribles, traiciones monstruosas y, naturalmente, la Nación se inclina llena de estupor, no halla castigo bastante severo, aplaudir la degradación pública, gozar viendo al culpable sobre su roca de infamia devorado por los remordimientos...

¿Luego es verdad que existen cosas indecibles, dañinas, capaces de revolver toda Europa y que ha sido preciso para evitar grandes desdichas enterrar en el mayor secreto? ¡No! Detrás de tanto misterio solo se hallan las imaginaciones románticas y dementes del comandante Paty de Clam. Todo esto no tiene otro objeto que ocultar la más inverosímil novela folletinesca. Para asegurarse, basta estudiar atentamente el acta de acusación leída ante el Consejo de guerra.

¡Ah! ¡Cuánta vaciedad! Parece mentira que con semejante acta pudiese ser condenado un hombre. Dudo que las gentes honradas pudiesen leerlas sin que su alma se llene de indignación y sin que se asome a sus labios un grito de rebeldía, imaginando la expiación desmesurada que sufre la víctima en la Isla del Diablo.

Dreyfus conoce varias lenguas: crimen. En su casa no hallan papeles comprometedores; crimen. Algunas veces visita su país natal; crimen. Es laborioso, tiene ansia de saber; crimen. Si no se turba; crimen. Todo crimen, siempre crimen... Y las ingenuidades de redacción, ¡las formales aserciones en el vacío! Nos habían hablado de catorce acusaciones y no aparece más que una: la nota sospechosa. Es más: averiguamos que los peritos no están de acuerdo y que uno de ellos, M. Gobert, fue atropellado militarmente porque se permitía opinar contra lo que se deseaba. Háblase también de veintitrés oficiales, cuyos testimonios pasarían contra Dreyfus. Desconocemos aún sus interrogatorios, pero lo cierto es que no todos lo acusaron, habiendo que añadir, además, que los veintitrés oficiales pertenecían a las oficinas del Ministerio de la Guerra. Se las arreglan entre ellos como si fuese un proceso de familia, fijaos bien en ello: el Estado Mayor lo hizo, lo juzgó y acaba de juzgarlo por segunda vez.

Así, pues, solo quedaba la nota sospechosa acerca de la cual los peritos no estuvieron de acuerdo. Se dice que, en el Consejo, los jueces iban ya, naturalmente a absolver al reo, y desde entonces, con obstinación desesperada, para justificar la condena, se afirma la existencia de un documento secreto, abrumador; el documento que no se puede publicar, que lo justifica todo y ante el cual todos debemos inclinarnos: ¡el Dios invisible e incognoscible! Ese documento no existe, lo niego con todas mis fuerzas. Un documento ridículo, sí, tal vez el documento en que se habla de mujercillas y de un señor D... que se hace muy exigente, algún marido, sin duda, ¡que juzgaba poco retribuidas las complacencias de su mujer! Pero un documento que interese a la defensa nacional, que no puede hacerse público sin que se declare la guerra inmediatamente, ¡no! ¡No! Es una mentira, tanto mas odiosa y cínica, cuanto que se lanza impunemente sin que nadie pueda combatirla. Los que la fabricaron, conmueven el espíritu francés y se ocultan detrás de una legítima emoción; hacen enmudecer las bocas, angustiando los corazones y pervirtiendo las almas. ¡No conozco en la historia un crimen cívico de tal magnitud!

He aquí, señor Presidente, los hechos que demuestran cómo pudo cometerse un error judicial. Y las pruebas morales, como la posición social de Dreyfus, su fortuna, su continuo clamor de inocencia, la falta de motivos justificados, acaban de ofrecerlo como una víctima de las extraordinarias maquinaciones del medio clerical en que se movía, y del odio a los puercos judíos que deshonran nuestra época.

Y llegamos al asunto Esterhazy. Han pasado tres años y muchas conciencias permanecen turbadas profundamente, se inquietan, buscan, y acaban por convencerse de la inocencia de Dreyfus.

No historiaré las primeras dudas y la final convicción de M. Scheurer-Kestner. Pero mientras él rebuscaba por su parte, acontecían hechos de importancia en el Estado Mayor. Murió el coronel Sandherr y sucedióle como jefe del Negociado de informaciones, el teniente coronel Picquart, quien por esta causa, en ejercicio de sus funciones, tuvo un día ocasión de ver una carta telegrama dirigida al comandante Esterhazy por un agente de una potencia extranjera. Era su deber abrir una información y no lo hizo sin consultar con sus jefes, el general Gonse y el general Boisdeffre y luego con el general Billot, que había sucedido al de la Guerra. El famoso expediente Picquart, de que tanto se ha hablado, no fue más que el expediente Billot, es decir, el expediente instruido por un subordinado cumpliendo las órdenes del ministro, expediente que debe existir aún en el ministerio de la Guerra. Las investigaciones duraron de mayo a septiembre de 1896, y es preciso decir bien alto que el general Gonse estaba convencido de la culpabilidad de Esterhazy y que los generales Boisdeffre y Billot no ponían en duda que la célebre nota sospechosa fuera de Esterhazy. El informe del teniente coronel Picquart había conducido a esta prueba cierta. Pero el sobresalto de todos era grande, porque la condena de Esterhazy obligaba inevitablemente a la revisión del proceso Dreyfus; y el Estado Mayor a ningún precio quería desautorizarse.

Debió haber un momento psicológico de angustia suprema entre todos los que intervinieron en el asunto; pero es preciso notar que, habiendo llegado al ministerio el general Billot, después de la sentencia dictada contra Dreyfus, no estaba comprometido en el error y podía esclarecer la verdad sin desmentirse. Pero no se atrevió, temiendo acaso el juicio de la opinión pública y la responsabilidad en que habían incurrido los generales Boisdeffre y Gonse y todo el Estado Mayor. Fue un combate librado entre su conciencia de hombre y todo lo que suponía el buen nombre militar. Pero luego acabó por comprometerse, y desde entonces, echando sobre sí los crímenes de los otros, se hace tan culpable como ellos; es más culpable aún, porque fue árbitro de la justicia y no fue justo. ¡Comprended esto! Hace un año que los generales Billot, Boisdeffre y Gonse, conociendo la inocencia de Dreyfus, guardan para sí esta espantosa verdad. ¡Y duermen tranquilos, y tienen mujer e hijos que los aman!

El coronel Picquart había cumplido sus deberes de hombre honrado. Insistió cerca de sus jefes, en nombre de la justicia, suplicándoles, diciéndoles que sus tardanzas eran evidentes ante la terrible tormenta que se les venía encima, para estallar, en cuanto la verdad se descubriera. Moinsieur Scheurer-Kestner rogó también al general Billot que por el patriotismo activara el asunto antes de que se convirtiera en desastre nacional. ¡No! El crimen estaba cometido y el Estado Mayor no podía ser culpable de ello. Por eso, el teniente coronel Picquart fue nombrado para una comisión que lo apartaba del ministerio, y poco a poco fueron alejándose hasta el ejército expedicionario de África, donde quisieron honrar un día su bravura, encargándole una misión que le hubiera la vida en los mismos parajes donde el marqués de Mopres encontró la muerte. Pero no había caído aún en desgracia; el general Gonse mantenía con él una correspondencia muy amistosa. Su desdicha era conocer un secreto de los que no debieran conocerse jamás.

En París la verdad se abría camino, y sabemos ya de que modo la tormenta estalló. M. Mathieu Dreyfus denunció al comandante Esterhazy como verdadero autor de la nota sospechosa; mientras M.Scheurer-Kestner depositaba entre las manos del guardasellos una solicitud pidiendo la revisión del proceso. Desde ese punto el comandante Esterhazy entra en juego. Testimonios autorizados lo muestran como loco, dispuesto al suicidio, a la fuga. Luego, todo cambia, y sorprende con la violencia de su audaz actitud. Había recibido refuerzos: un anónimo advirtiéndole los manejos de sus enemigos; una dama misteriosa que se molesta en salir de noche para devolver un documento que había sido robado de las oficinas militares y que le interesaba conservar para su salvación. Comienzan de nuevo las novelerías folletinescas, en la que reconozco los medios ya usados por la fértil imaginación del teniente coronel Paty de Clam. Su obra, la condenación de Dreyfus, peligraba, y sin duda quiso defenderla. La revisión del proceso era el desquiciamiento de su novela folletinesca, tan extravagante como trágica, cuyo espantoso desenlace se realiza en la Isla del Diablo. Y esto no podía consentirlo. Así comienza el duelo entre el teniente coronel Picquart, a cara descubierta, y el teniente coronel Paty de Clam, enmascarado. Pronto se hallarán los dos ante la justicia civil. En el fondo no hay más que una cosa: el Estado Mayor defendiéndose y evitando confesar su crimen, cuya abominación aumenta de hora en hora.

Se ha preguntado con estupor cuáles eran los protectores del comandante Esterhazy. Desde luego, en la sombra, el teniente coronel Paty de Clam, que ha imaginado y conducido todas las maquinaciones, descubriendo su presencia en los procedimientos descabellados. Después los generales Boisdeffre, Gonse y Boillot, obligados a defender al comandante, puesto que no pueden consentir que se pruebe la inocencia de Dreyfus, cuando este acto habría de lanzar contra las oficinas de la Guerra el desprecio del público. Y el resultado de esta situación prodigiosa es que un hombre intachable, Picquart, el único entre todos que ha cumplido con su deber, será la víctima escarnecida y castigada. ¡Oh justicia! ¡Que triste desconsuelo embarga el corazón! Picquart es la víctima, se lo acusa de falsario y se dice que fabricó la carta telegrama para perder a Esterhazy. Pero, ¡Dios mío!, ¿por qué motivo? ¿Con qué objeto? Que indiquen una causa, una sola. ¿Estar pagado por los judíos? Precisamente Picquart es un apasionado antisemita. Verdaderamente asistimos a un espectáculo infame; para proclamar la inocencia de los hombres cubiertos de vicios, deudas y crímenes, acusan un hombre de vida ejemplar. Cuando un pueblo desciende a esas infamias, esta próximo a corromperse y aniquilarse.

A esto se reduce, señor Presidente de la república, el asunto Esterhazy, un culpable a quien se trata de salvar haciéndole parecer inocente, hace dos meses que no perdemos de vista esa interesante labor. Y abrevio porque solo quise hacer el resumen, a grandes rasgos, de la historia cuyas ardientes páginas un día serán escritas con toda extensión. Hemos visto al general Pellieux, primero, y al comandante Ravary, mas tarde, hacer una información infame, de la cual han de salir transfigurados los bribones y perdidas las gentes honradas. Después se ha convocado al Consejo de Guerra. ¿Cómo se pudo suponer que un Consejo de Guerra deshiciese lo que había hecho un Consejo de Guerra?

Aparte la fácil elección de los jueces, la elevada idea de disciplina que llevan esos militares en el espíritu, bastaría para debilitar su rectitud. Quien dice disciplina dice obediencia. Cuando el ministro de la guerra, jefe supremo, ha declarado públicamente y entre las aclamaciones de la representación nacional, la inviolabilidad absoluta de la cosa juzgada, ¿queréis que un Consejo de Guerra

se determine a desmentirlo formalmente? Jerárquicamente no es posible tal cosa. El general Billot, con sus declaraciones, ha sugestionado a los jueces que han juzgado como entrarían en fuego a una orden sencilla de su jefe: sin titubear. La opinión preconcebida que llevaron al tribunal fue sin duda esta: "Dreyfus ha sido condenado por crimen de traición ante un Consejo de Guerra; luego es culpable y nosotros, formando un Consejo de Guerra, no podemos declararlo inocente. Y como suponer culpable a Esterhazy, sería proclamar la inocencia de Dreyfus, Esterhazy debe ser inocente".

Y dieron el inocuo fallo que pesará siempre sobre nuestros Consejos de Guerra, que hará en adelante sospechosas todas sus deliberaciones. El primer Consejo de guerra pudo equivocarse; pero el segundo ha mentido. El jefe supremo había declarado la cosa juzgada inatacable, santa, superior a los hombres, y ninguno se atrevió a decir lo contrario. Se nos habla del honor del ejército; se nos induce a respetarlo y amarlo. Cierto que sí; el ejército que se alzará en cuanto se nos dirija la menor amenaza, que defenderá el territorio francés, lo forma todo el pueblo, y solo tenemos para el ternura y veneración. Pero ahora no se trata del ejército, cuya dignidad justamente mantenemos en el ansia de justicia que nos devora; se trata del sable, del señor que nos darán acaso mañana. Y besar devotamente la empuñadura del sable del ídolo. ¡No, eso no!

Por lo demás queda demostrado que el proceso Dreyfus no era mas que un asunto particular de las oficinas de guerra; un individuo del Estado Mayor, denunciado por sus camaradas del mismo cuerpo, y condenado, bajo la presión de sus jefes.

Por lo tanto, lo repito, no puede aparecer inocente sin que todo el Estado mayor aparezca culpable. Por esto las oficinas militares, usando todos los medios que les ha sugerido su imaginación y que les permiten sus influencias, defienden a Esterhazy para hundir de nuevo a Dreyfus. ¡Ah!, que gran barrido debe hacer el Gobierno republicano en esa cueva jesuítica (frase del mismo general Billot). ¿Cuándo vendrá el ministerio verdaderamente fuerte y patriota, que se atreva de una vez a refundirlo, y renovarlo todo? Conozco a muchas gentes que, suponiendo posible una guerra, tiemblan de angustia, ¡porque saben en qué manos esta la defensa nacional! ¡En qué albergue de intrigas, chismes y dilapidaciones se ha convertido el sagrado asilo donde se decide la suerte de la patria! Espanta la terrible claridad que arroja sobre aquel antro el asunto Dreyfus; el sacrificio humano de un infeliz, de un puerco judío. ¡Ah! se han agitado allí la demencia y la estupidez, maquinaciones locas, prácticas de baja policía, costumbres inquisitoriales; el placer de algunos tiranos que pisotean la nación, ahogando en su garganta el grito de verdad y de justicia bajo el pretexto, falso y sacrílego, de razón de estado.

Y es un crimen más apoyarse con la persona inmunda, dejarse defender por todos los bribones de París, de manera que los bribones triunfen insolentemente, derrotando el derecho y la probidad. Es un crimen haber acusado como perturbadores de Francia a cuantos quieren verla generosa y noble a la cabeza de las naciones libres y justas, mientras los canallas urden impunemente el error que tratan de imponer al mundo entero. Es un crimen extraviar la opinión con tareas mortíferas que la pervierten y la conducen al delirio. Es un crimen envenenar a los pequeños y a los humildes, exasperando las pasiones de reacción y de intolerancia, y cubriéndose con el antisemitismo, de cuyo mal morirá sin duda la Francia libre, si no sabe curarse a tiempo. Es un crimen explotar el patriotismo para trabajos de odio; y es un crimen, en fin, hacer del sable un dios moderno, mientras toda la ciencia humana emplea sus trabajos en una obra de verdad y de justicia.

¡Esa verdad, esa justicia que nosotros buscamos apasionadamente, las vemos ahora humilladas y desconocidas! Imagino el desencanto que padecerá sin duda el alma de M. Scheurer-Kestner, y lo creo atormentado por los remordimientos de no haber procedido revolucionariamente el día de la interpelación en el Senado, desembarazándose de su carga, para derribarlo todo de una vez. Creyó que la verdad brilla por si sola, que se lo tendría por honrado y leal, y esta confianza lo ha castigado cruelmente. Lo mismo le ocurre al teniente coronel Picquart que, por un sentimiento de dignidad elevada, no ha querido publicar las cartas del general Gonse; escrúpulos que lo honran de tal modo que, mientras permanecía respetuoso y disciplinado, sus jefes lo hicieron cubrir de lodo instruyéndole un proceso de la manera mas desusada y ultrajante. Hay, pues, dos víctimas; dos hombres honrados y leales, dos corazones nobles y sencillos, que confiaban en Dios, mientras el diablo hacia de las suyas. Y hasta hemos visto contra el teniente coronel Picquart este acto innoble: un tribunal francés consentir que se acusara públicamente a un testigo y cerrar los ojos cuando el testigo se presentaba para explicar y defenderse. Afirmo que esto es un crimen más, un crimen que subleva la conciencia universal. Decididamente, los tribunales militares tienen una idea muy extraña de la justicia.

Tal es la verdad, señor Presidente, verdad tan espantosa, que no dudo quede como una mancha en vuestro gobierno. Supongo que no tengáis ningún poder en este asunto, que seáis un prisionero de la Constitución y de la gente que os rodea; pero tenéis un deber de hombre en el cual meditaréis cumpliéndolo, sin duda honradamente. No creáis que desespero del triunfo; lo repito con una certeza que no permite la menor vacilación; la verdad avanza y nadie podrá contenerla.

Hasta hoy no principia el proceso, pues hasta hoy no han quedado deslindadas las posiciones de cada uno; a un lado los culpables, que no quieren la luz; al otro los justicieros que daremos la vida porque la luz se haga. Cuanto más duramente se oprime la verdad, más fuerza toma, y la explosión será terrible. Veremos como se prepara el más ruidoso de los desastres.

Señor Presidente, concluyamos, que ya es tiempo.

Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante -quiero suponer inconsciente- del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.

Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.

Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.

Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.

Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.

Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de ceguera de los ojos y del juicio.

Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en L´Éclair y en L´Echo de París. una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.

Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable.

No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales.

En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia.

Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.

Así lo espero.

Émile Zola
París, 13 de enero de 1898

* Alegato en favor del capitán Alfred Dreyfus, dirigido por Émile Zola mediante una carta abierta al presidente de Francia, M. Félix Faure, y publicado por el diario L´Aurore el 13 de enero de 1898 en su primera plana.

Editó Fernando Petricic

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