jueves, 29 de enero de 2009

La Argentina: presente dramático, futuro incierto



Por el Lic. Jorge P. Mones Ruiz


Si Néstor Kirchner recordara el catecismo que en su niñez debe haber estudiado, jamás podría sostener que estamos “saliendo del infierno”. Sencillamente porque de esa morada no se sale. Se sale, en todo caso, del purgatorio, lugar en el que creo que todavía estamos, desde hace tiempo. Pero me preocupa el hecho de que en esta especie de nueva “Divina Comedia” escrita por Sus Altezas Patagónicas, sean ellos los que nos lleven rápidamente a la posada de Satanás, y pagando peaje.

¿Por qué afirmo semejante cosa?

La diferencia sustancial entre la República Argentina y otras naciones se basa en la fragilidad de las instituciones propias o la falta de calidad de las mismas que caracterizan a nuestro país y que parece agravarse. Hechos que van desde la inseguridad (aumento del delito y la violencia), la pobreza y el desempleo, el nivel educativo, la corrupción, el auge de la contracultura, la falta de representatividad de la clase dirigente, la avidez sobre la propiedad privada, etc., así parece demostrarlo.

Pero evidentemente en aquellos países en los cuales las instituciones funcionan, el Estado puede atemperar los efectos no deseados de esas amenazas y cumplir con su misión, asegurando el bienestar y tranquilidad de sus ciudadanos. No está ausente. Nuestro caso es diferente, el Estado va camino a ser “Fallido”.

Hemos intervenido en dos guerras: una revolucionaria y otra convencional. Perdimos ambas: la agresión del terrorismo marxista internacional y la reconquista de nuestras Islas Malvinas, usurpadas por el Reino Unido de Gran Bretaña. Semejantes episodios deberían obligar a reformularse muchas cosas, desde la política nacional y la estrategia general hasta las propias estrategias sectoriales, como la cultura, la educación, la defensa, la seguridad, la economía, entre otras.

Pero hay algo peor que perder una guerra: es perder la pos-guerra. Y eso nos ha pasado a nosotros; no hemos estado a la altura de las circunstancias. Permitir la mentira y la verdad disfrazada, la venganza maquillada como justicia, el desconocimiento y falta de reconocimiento de heroísmos que bien podrían ser paradigmas contemporáneos de ese supremo sentimiento que es el amor a la Patria, están destrozando la identidad y el espíritu nacional, nuestro sentido de ”ser”. Perdemos nuestra calidad de ciudadanos (si alguna vez lo fuimos) para convertirnos en habitantes y consumidores, cuando no marginados o un nuevo tipo social, ”los mutantes” (basta con observar la conducta de ciertas hordas de adictos descerebrados y su comportamiento en la vía pública para comprobarlo).

Una sociedad (con instituciones incluidas) anémica, anómica y apática es menos resistente para neutralizar las amenazas exógenas y endógenas que se ciernen sobre ella, y consecuentemente sufre más las vicisitudes de los conflictos modernos.

No ser pesimista ante el cuadro de situación planteado hasta aquí, sería propio de alguien que vive una realidad virtual. Pero no debemos ser escépticos. Podemos mejorar y por eso debemos ser optimistas. Lograr los cambios necesarios dependerá de nuestra propia convicción y decisión para encarar una empresa restauradora de todo el cuerpo social e institucional.

Los estados además de encontrarse amenazados por otros Estados, pierden su poder frente a otros actores no institucionales y enfrentan nuevos tipos de agresiones. Aparece la sombra de la guerra civil, que no sólo es una costumbre ancestral, sino la forma primaria de todo conflicto colectivo.

Hans Magnus Enzensberger, en su ensayo “Perspectiva de Guerra Civil” (1994), planteó el concepto “de guerra civil molecular a escala planetaria”, expresada en ámbitos urbanos y vinculada a las subculturas de tipo marginal. Se trata de un conflicto sin objetivos políticos claros, con un alto grado de violencia, y en ese sentido, el escritor alemán advierte que “cualquier vagón de subterráneo puede convertirse en una Bosnia en miniatura”.

El desarrollo de esta guerra es, en un comienzo, incruento. Se inicia en forma imperceptible, ya que no necesita movilizar ejércitos, pero ya está presente en las sociedades occidentales cuyos focos comienzan a formar parte cotidiana de muchas grandes ciudades. “Poco a poco en la calle se van acumulando basura. En el parque aumenta el número de jeringuillas y de botellas de cerveza destrozadas. Por doquier las paredes se van cubriendo de graffitis monótonos, cuyo único mensaje es el autismo: evocan un yo que ya no existe. Los colegios aparecen con el mobiliario destrozado. Nos hallamos ante una declaración de guerra, aunque pequeña, muda, el urbanista experimentado sabe interpretarlo”.

Lo verdaderamente grave de este tipo de conflictos es que no están regulados por el derecho internacional, ya que ocurren en el seno de los Estados, por lo que la aplicación del derecho humanitario se hace impracticable; y lo que es peor; el agresor no reconoce leyes regulatorias ni le interesa la antijuridicidad de sus actos.

La crisis de la seguridad

La degradación del aparato estatal provoca el deterioro de los parámetros de seguridad interior.. La indolencia, desinterés, falta de estímulos, accionar cansino y falto de vocación comienzan a manifestarse en las instituciones estatales que deben velar por la seguridad. Evitar que se extienda depende del liderazgo que se tenga. Las responsabilidades institucionales de seguridad no se ejercen, sea por omisión o tolerancia pasiva a cambio de beneficios.. Los funcionarios estatales se involucran de manera directa y protagónica en operaciones delictivas. Se deja de confiar en las fuerzas del orden y en la justicia.

En esta fase se multiplican los espacios “off limits”. La indolencia, seguida de omisión y comisión, desemboca inevitablemente en la pérdida de manejo de la seguridad interior por parte del aparato estatal. Se generalizan: medidas de autodefensa (posesión de armas, rejas, candados, puertas, autos y chalecos blindados); conformación de barrios cerrados por sectores de alto nivel socioeconómico y la seguridad privada se torna usual..

Desde el momento en que una organización o masa delictiva se apropia de un territorio, todas sus acciones deben entenderse como acciones de guerra civil molecular, incluso aquellas que representan enfrentamientos entre bandas. Comienzan los entrecruzamientos de acciones; proliferan los combates entre organizaciones (bandas, mafias, carteles, hinchadas, grupos estudiantiles, patotas juveniles). La naturaleza del arma empleada no es relevante, sí lo es la voluntad de avasallar al otro ignorando completamente a la autoridad estatal.

Las Acciones

De tipo ofensivo: Acciones de inicio: vandalismo, extorsión, secuestros, todas aquellas actividades tendientes a librar un territorio del monopolio ejercido por el Estado.

Acciones de afianzamiento: buscan consolidar al nuevo poder.

Acciones de expansión: guerra civil molecular de naturaleza expansiva.. Los grupos que logran dominar una porción de territorio arrebatado al poder del Estado no permanecen aferrados a él, incursionan con más fuerza en el territorio que permanece bajo el dominio estatal.

De tipo defensivo: La resistencia surgirá en la sociedad frente a la ineficiencia del Estado y esa resistencia que superficialmente sería un obstáculo a los fines del comandante invisible (antijuridicidad) es en realidad un triunfo clave porque cuando la sociedad se vuelca a la autodefensa, se fragmenta y se distancia del aparato estatal.

Los cambios en el escenario urbano

Las acciones defensivas implican cambios arquitectónicos y de diseño urbano (garitas de seguridad, rejas – hasta en las plazas-, muros, perros, seguridad electrónica, custodias, etc.)

Las acciones reaccionarias, aparecen en la dinámica del caos queriendo asegurar la autodefensa, emprenden acciones ofensivas e ilegales sobre sectores a los que atribuyen la inseguridad (linchamientos en masa, justicia por mano propia, las ejecuciones sumarias, etc.)

Anarquía y/o Guerra Civil

El colapso del Estado significa el fin de la guerra civil molecular y el comienzo de la anarquía. Sin embargo la anarquía extrema es transitoria, no subsiste por si misma, retrocede hacia la regeneración del viejo Estado o se transforma en una guerra civil macroscópica con vistas a la constitución de uno o varios Estados.

Decía el filósofo Karl Schmitt, “no es la guerra civil la que lleva a la disolución de un Estado, es la desintegración del Estado lo que lleva a la guerra civil”.

Qué se debe tener en cuenta: Los Estados con grandes falencias de gobernabilidad se verán obligados a enfrentar este nuevo tipo de conflicto. Se da en sociedades que han perdido cohesión social y ofrecen un contexto de poco consenso para emprender respuestas eficaces. Para liberar a la población de este riesgo se debe desterrar la cultura de antijuridicidad, estableciendo y fortaleciendo la cultura de lo jurídico, del respeto a la ley. Aferrarse al ordenamiento legal existente, para que se produzcan las correcciones que las normas consuetudinarias y del Derecho imponen. Solamente un liderazgo genuino y ejemplar lejos de la demagogia y la “chequera” puede dar las soluciones apropiadas a la crisis.

Nuestra desorientación es tal que hoy pareciera que nos hemos subordinado a otro proyecto hegemónico regional, el “chavista”, peligrosa pesadilla tropical y mafiosa - narcosocialista que altivamente se yergue sobre aquellos países herejes de su origen y su destino.

Suele decirse (lugar común) que podemos perder el tren de la historia. Pero ésta, con su cualidad docente, suele ser benévola, y generalmente nos brinda otra formación ferroviaria para no caernos del mapa y poder así continuar, aún tardíamente, el trayecto de las naciones hacia el futuro. Ojalá así sea, pero me temo que nuestros dirigentes no se arriesgan a perder el ”tren de la historia”, sencillamente porque no saben dónde se encuentra la estación para abordarlo, lo que es peor.

Y hoy… 2009… aquellarres y orgías electoralistas ingobernabilidad, corrupción, proyectos de infraestructura efímeros que constituyen en realidad buenos negocios para algunos; una educación “gramsciana” que, declamatoriamente se define “progresista”, pero deforma y desinforma al educando privándolo de legítimas ambiciones de superación y verdadero ”progreso”; una juventud malformada por ciertos medios de comunicación social, también gramscianos, que trasvasan la admiración que merecen los genuinos próceres de nuestra nacionalidad y el ejemplo que nos dejaron, al igual que muchos criollos de ley en la actualidad, por nuevos “paradigmas maradonianos”, el heroísmo banal estupidizante que surge de la gesta de “Gran Hermano” o el coraje para “bailar en un caño”; una justicia prebendaria y fuertemente cuestionada; un Congreso sumamente eficiente como registro notarial o escribanía del gobierno y que parece haber olvidado el concepto de República; fuerzas de seguridad y armadas impotentes ante el estado de inseguridad e indefensión del país; son algunas de las condiciones que ponen en riesgo la supervivencia de la Nación. La sociedad percibe las falencias del sistema y su desencanto la vuelve anómica y abúlica. Tenemos pues el terreno fértil para que la anarquía y el colapso nacional sienten sus reales en la tierra de San Martín, Belgrano, Güemes, Berdina, Larrabure y Giachino ...


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